Por Crístian Ramón Verduc
12/08/2008

Sobre mi caballo yo, sobre de yo mi sombrero...” cantaba graciosamente el Dúo Jugo Corbalán. “De chamberguito y ushutas...” andaba el Huajchito cantado por Los Hermanos Juárez. Cubrir la cabeza es una necesidad imperiosa si uno anda a la intemperie, como el hombre de campo. Es necesario protegerse del frío, por eso en la alta montaña o en el sur los gorros son de lana. Es preciso cuidarse del sol fuerte, y para ello los paisanos usan desde hace siglos un sombrero, que da sombra a una buena parte del cuerpo.

Con solo ver la forma y textura del sombrero, uno puede llegar a imaginar de qué zona proviene. Los gauchos de las pampas usaban un tipo de sombrero que hoy se ve en los zapateadores de malambo surero, por ejemplo. El sombrero salteño fué conocido en todo el país por las caracterizaciones evocativas de los gauchos de Güemes en fiestas patrias. El gaucho litoraleño usa un tipo de sombrero que también es popular en el sur de Brasil. Las mujeres del altiplano y extremo norte de nuestro país, usan un sombrero fácilmente identificable

El paisano santiagueño, para sus tareas de campo también usa sombrero. Éste no tiene las alas tan grandes como el salteño y su copa es un poco más alta que en el litoraleño.

El compadrito de los arrabales porteños lucía un sombrero de alas breves, con caída en el frente y levantado atrás. Algo parecido, aunque más sobrio, era el sombrero usado por la gente del centro porteño y de las ciudades de muchos países conocidos por nosotros, hasta mediados del siglo XX. En ese ámbito, también era de uso frecuente la gorra, sobre todo en niños y adolescentes. Luego se impuso el “sinsombrerismo” en las ciudades.

El sombrero, en el hombre de campo, es un elemento criollo en su vestimenta. Criollo por reunir en sí características de los españoles adaptadas a nuestros antepasados aborígenes.

Cantaores españoles se refieren a su sombrero diciendo: “... con él voy orgulloso pregonando su majeza...”

Cada país o región del mundo tiene un cubrecabeza que se identifica con su población. Así vemos un fez y pensamos en Turquía, un turbante nos lleva a pensar en gente de los desiertos africanos o de Asia Menor; también nos lleva hacia La India. Los agricultores chinos dan sombra a todo su cuerpo con un sombrero que los identifica. La gente de Los Alpes tiene su sombrero característico. No imaginamos un cosaco sin su gorro de piel.

Volviendo a nuestro continente, vemos que el campesino del centro oeste y sudeste brasilero, usa un sombrero de paja. En el norte del país, especialmente en el nordeste, es característico el sombrero de cuero duro que usaban los cangaceiros. En los cafetales colombianos se usa un sombrero aludo de paja. Ese sombrero aparece también en países centroamericanos. El sombrero Panamá fué símbolo de elegancia durante mucho tiempo y aún se comercializa. No es necesario ver al usuario para reconocer un sombrero mejicano. Lo mismo ocurre con el sombrero del hombre vaquero del oeste de los Estados Unidos.

Desde nuestra infancia vemos en revistas de historietas, en obras de cine o en series televisivas, a hombres con su sombrero de alas levantadas en los laterales, deslumbrando por su destreza en el uso del revólver. Esos jinetes norteamericanos aparecen en sus aventuras matando a balazos a los aborígenes que ocupaban las tierras a colonizar, o matando mexicanos, o matándose entre ellos por todo tipo de disputas. Los héroes norteamericanos de las nuevas películas, ahora aparecen jineteando camionetas, automóviles o motocicletas. Algunos son expertos en artes marciales, otros usan armas de fuego mucho más destructivas que el revólver nunca abandonado totalmente, pero el sombrero de vaquero sigue identificándolos.

En nuestro país, los grandes festivales folclóricos y fiestas de inmigrantes nos permiten conocer la ropa que caracteriza a cada pueblo, de la cabeza a los pies. Con solo mirar por sobre las multitudes que asisten a tales fiestas, podemos identificar a la gente en función de lo que llevan en sus cabezas.

En las fiestas de la Madre de Ciudades y Cuna del Folclore Argentino, hoy por hoy principal referente a la hora de elegir repertorio cancionero para los nuevos folcloristas de todo el país, hemos visto a muchos paisanos nuestros con su cabeza entregada al símbolo del cow boy (literalmente: muchacho vaca). Puede pasar por un simple hecho anecdótico el que hayamos visto grandes y chicos con cabeza de estadounidense marchando con bombos o asistiendo a los distintos festejos recientes. Puede quedar la duda respecto a que si habrán sido visitantes del hemisferio norte o de estos pagos. Nos preocupa especialmente la presencia de sombreros norteamericanos en la conducción de espectáculos santiagueños, incluso en un típico patio de tierra.

Dicen que el hábito no hace al monje, pero resuena en nuestra mente paisana de tierras sucesivamente invadidas, una frase de Pablo Raúl Trullenque. El inolvidable poeta advertía, en Grito de un Viejo Silencio: “Ignoraba el lugareño que en Troya, así entró un caballo.”

12 de Agosto de 2.008.

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