“Al que es amigo, jamás lo dejen en la estacada…” decía Martín Fierro a sus hijos. El mensaje de José Hernández vale para todo el que lea “La Biblia Gaucha”.

Hay muchas formas de no dejar al prójimo librado al azar. La solidaridad es una de las virtudes que adornan al gaucho del Siglo XIX o de épocas actuales. Gauchada es sinónimo de acción solidaria, de ayuda.

En ciertas situaciones, uno no percibe la necesidad del prójimo y puede omitir una ayuda que podría brindar. En otros casos, vemos al hermano en apuros pero algo instintivo nos lleva a no desprendernos de lo que podría servirnos en el futuro.

Para ayudar, encontramos motivación en la necesidad de ese amigo o hermano: el prójimo. Para no ayudar, podemos esgrimir muchos razonamientos, desde los más claros y comprensibles hasta los más insólitos. Lo importante es justificarnos ante nuestra conciencia y ante los que nos ven o escuchan.

Si observamos alrededor, tal vez podamos detectar muchos casos de desprendimiento altruista que se dan a diario, generalmente en forma silenciosa. Esas buenas acciones se opacan ante las rutilantes malas noticias que nos son lanzadas a la cara o a los oídos desde todos los ángulos posibles. La sensación de que cada día necesitamos más cosas refuerza esa inseguridad instintiva que nos lleva a guardar objetos innecesarios.

Cuando se trata de nuestro organismo, el planteo es más fuerte, más difícil de resolver. Al nacer hemos recibido nuestro cuerpo y queremos preservarlo sano y salvo. Pero en este aspecto de la vida tampoco tenemos el control total como individuos.

Veamos un ejemplo: Hace ya unas décadas, el músico santiagueño Juan Sotelo se desprendió de uno de sus riñones para salvar la vida de su hermano Julio. Nunca sabremos si por la mente de Juan habrá cruzado la idea de que en el futuro podría necesitar el órgano que donaba. El caso es que aún hoy ambos hermanos siguen trabajando y tocando la guitarra o el bandoneón.

Existen cerca de nosotros personas que han recuperado la vista gracias a las córneas de alguien que había decidido que sus ojos podrían seguir vivos en un prójimo, aunque desprendidos de su cuerpo original.

Cada vez es mayor la cantidad de gente que firma un manifiesto expresando la voluntad de que sus órganos sirvan para alguien que los necesite, cuando al donante lo abandone el alma. Algunas personas hallan en este acto la posibilidad de que algo suyo siga vivo. Otras lo ven desde la practicidad, restando así ese algo místico a su desprendimiento.

También hay una gran cantidad de gente que, por diversos motivos, no quiere ser parte del sistema de transplante de órganos, como donante ni como receptor. En muchos casos, los motivos son de índole religiosa, lo que incluye la donación o recepción de sangre.

Es importante que donemos al amigo, al hermano, al prójimo, lo que éste necesita. Una necesidad fundamental del ser humano que vive en sociedad, es la comprensión de los otros. Al donante, al receptor, al que está indeciso, al que se niega a donar o recibir sangre u órganos, es bueno que le donemos nuestra comprensión, pues cada uno tiene sus necesidades y convicciones.

Ayudemos cada uno en lo que podamos, en lo que nos sea permitido, para devolver al circuito de la vida lo que en ella hemos recibido.

No es fácil ser comprensivo respecto a ideas que no compartimos. Es difícil dar lo que tememos necesitar luego. Si fuese fácil, sería para cualquiera. Por ser difícil, debemos intentarlo, así seremos más humanos.

16 de Septiembre de 2.008.