Por Crístian Ramón Verduc
23/12/2008

Sobre el final del Martín Fierro, cuando el ya viejo gaucho se prende en una payada con El Moreno, entre tantas frases ingeniosas e inteligentes de ambos cantores, Fierro dice que el tiempo es como una rueda, que nunca acabará, que el hombre lo divide para medir su propia vida. Es verdad, pues al natural discurrir del tiempo, el hombre ha decidido fragmentarlo en segmentos de distinta duración, según lo que necesite recordar, siempre de un modo u otro en relación con el ser humano. Así tenemos el tiempo dividido en edades, siglos, años, meses, semanas, días, horas...

En tiempos remotos, la gente de distintas culturas ya había observado los ciclos que se repetían, como si fuese una rueda girando: el día y la noche, los ciclos lunares, los ciclos solares determinando las distintas estaciones, el tiempo de vida de cada especie vegetal o animal, el tiempo de gestación de sus propios hijos...

De estas observaciones surgieron los calendarios y los distintos instrumentos para medir lapsos breves, hasta llegar a los cronómetros de gran precisión, que son lo más exacto por ahora. Es sabido que las grandes civilizaciones de nuestro continente tuvieron calendarios muy precisos.

Como en casi todo el mundo, en el continente americano ahora nos regimos por el calendario gregoriano, llamado así por ser resultante de una reforma del calendario juliano, ordenada por el Papa Gregorio XIII. Para el comercio internacional ha sido adoptado el calendario gregoriano, aunque hay países que continúan con sus propios sistemas.

América, colonizado por países europeos, difícilmente retorne a sus propias tradiciones. Los pueblos de nuestro continente van incorporando el modo de ser y de pensar de los colonizadores, en un proceso que lleva siglos. Hay movimientos tradicionalistas, hay movimientos indigenistas, hay grupos cerrados de gente iluminada, hay emprendimientos individuales, hay gente muy bien preparada, hay otros que actúan basados en muy buenas intenciones aunque con escasa preparación, hay mercaderes de la cultura... hay mucho, tal vez demasiado, en el negocio de lo autóctono.

Los resultados son variados. Hay estudios profundos que nos revelan detalles asombrosos en cuanto a lo que fué la vida precolombina. Tenemos soñadores que, aparentemente, pretenden hacer girar en sentido contrario la rueda del tiempo. Están los que siguen el modernismo que viene del hemisferio norte para mezclarlo con los retazos sobrevivientes de los tiempos antiguos. Son todas propuestas válidas y con su valor científico o artístico. Pero el poder adquisitivo de los actores de todo este proceso condiciona los emprendimientos, incluso los más idealistas.

América es un conglomerado de diferentes pueblos, descendientes de culturas diversas. Hay coincidencias, pero también muchas diferencias. Falta una comunicación suficiente entre los pueblos. Hay rivalidades por territorios, dinero o por motivos fútiles. El tráfico de vicios para lejanos pueblos son motivo para que las fronteras entre nosotros sean muy marcadas. El interés económico manda. Los hermanos nos miramos con desconfianza, prontos a lanzarnos uno sobre el otro, como émulos de Huáscar y Atahualpa, por citar uno de tantos casos anteriores.

Mientras tanto, desde el hemisferio norte, la dominación cultural sigue enancada en el tiempo. Los pueblos antiguos, en está época del año, celebraban el solsticio de verano. Los conquistadores españoles y portugueses trajeron el cristianismo y América también pasó a conmemorar el nacimiento de Jesús. Desde hace pocas décadas, la Navidad cristiana está mudando poco a poco hacia el culto a Klaus, Noêl u otro nombre que tiene el personaje nórdico que entra en cada hogar de nuestro continente. Este hombre llega muy abrigado, incluso en el Diciembre santiagueño. Entra por el televisor, por la radio, por los diarios, por las revistas, en las botellas de bebidas... En fin, por donde sea posible que abramos una puerta para que ese hombre gordo entre en nuestro hogar y en el corazón de nuestros changuitos.

Los changuitos van a soñar con regalos pagados muy caro por sus padres, sus abuelos y los abuelos de sus abuelos. Esos changuitos, sus hijos y los hijos de sus hijos, han de seguir pagando caro por la ilusión de ser quienes no son. El pretender ser o parecer quienes no somos cuesta caro, y se paga. El tiempo nos cobra.

Esta es la época del año en que para nosotros los días son más largos y las noches más breves. Ya sea por el solsticio de Diciembre, o por el nacimiento de Jesús, o por la visita de Papá Noêl, o por lo que fuere, se festeja por la renovación de una esperanza. Es época en que la gente se reúne en familia. Más allá del problema de nuestra identidad en retroceso, toda reunión alegre es cosa buena. Estamos en el mundo para conseguir y dar felicidad.

Feliz Navidad para todos.

23 de Diciembre de 2.008.

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