Por Crístian Ramón Verduc
17/03/2009

“Jamás se aleja del todo de su tierra, el santiagueño...” nos decía Pablo Raúl Trullenque en la chacarera Para el que ande más lejos.

El ser humano, caminando... caminando, ha poblado el mundo. Prácticamente no queda lugar del planeta sin presencia humana. Ya no marchamos en busca de zonas para caza y recolección libres de competidores. Ahora los paisanos de distintas comarcas viajan para conocer otros lugares, otras gentes, u otras posibilidades para su vida.

Hace milenios que el ser humano se ha vuelto sedentario. Evolucionando en su modo de ser, hay conductas que ha incorporado para sustituir otras, pero también ha agregado sin quitar nada, en otros casos. El antiguo sentimiento nómade lo lleva a perseguir ese horizonte que siempre se aleja llevando misterios, pero en ese andar no deja de sentir el fuerte sedentarismo que le pide volver al lugar donde vivió sus primeros años y sus primeras experiencias: su querencia.

Así los individuos y los pueblos, a lo largo de la historia, se han lanzado sucesivamente a la aventura por el mundo. En todos los continentes puede observarse que prácticamente ningún pueblo se privó de perseguir al horizonte, unos más, otros no tanto, en distintos momentos de la historia de la humanidad.

Los santiagueños no somos la excepción. Es común que cada familia tenga por lo menos a uno de sus hijos lejos de la casa, en otra provincia o en otro país. Generalmente, el motivo para el desarraigo es el trabajo.

Cuando el emigrante ha encontrado un lugar seguro para instalarse, procura su pronta integración al medio. Es necesario integrarse para conseguir el puesto laboral, las relaciones comerciales o el aprendizaje.

Y así van pasando los años. El emigrante se relaciona, forma una familia y, casi sin darse cuenta, va echando raíces en la nueva querencia. Los hijos nacidos en el lugar donde sus padres se asentaron, se sienten legítimamente parte de ese nuevo paisaje.

Pero los mayores sueñan con los lugares de su infancia y su adolescencia. Sus relatos suelen estar cargados de amor hacia el terruño y hacia el pasado dichoso. Con los años, las heridas se cierran y lo bueno se magnifica. En cuanto pueden, vuelven al pago en calidad de visitas. Los hijos suelen sorprenderse por las diferencias materiales entre la tierra de sus mayores y su propio ambiente de tierras lejanas. También les llama la atención el afecto con que son tratados, tanto en la casa como en la calle, pues gente desconocida los saluda sonriente y les pregunta por su padre o su madre. De pronto, el hijo nacido lejos, siente que la patria de sus mayores es también su patria.

Otro factor que hace tener vivas las raíces más profundas de esos jóvenes, es la integración a los centros de residentes del pago de origen. En el caso de los santiagueños, suelen reunirse en centros, asociaciones, bailes, fiestas criollas y otros motivos buscados para no olvidarse del pago. Esto se ve en Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Tucumán, Río Gallegos y otros lugares de nuestro país.

Cuando el santiagueño anda en tierras más lejanas y encuentra a un comprovinciano, se siente como si hubiese encontrado a un hermano de sangre. Pronto nace la amistad y el hábito de estar siempre en contacto. Las visitas o las conversaciones por teléfono son motivo para hablar de cosas del terruño. Si uno sabe una novedad del pago, “debe” avisarle al comprovinciano. También hay que compartir información en cuanto a música criolla. Si se da la ocasión, no ha de faltar la guitarreada que sorprenderá a la gente del lugar.

Así, el humano joven nómade que voló del nido buscando horizontes, cuando siente que el sol declina en su vida, siente la imperiosa necesidad de volver al punto de partida. Quiere volver, de algún modo. Hoy los medios de comunicación nos permiten un acercamiento que sirve de paliativo para esa necesidad. También sirve para los jóvenes curiosos, que quieren conocer el mundo, aunque no puedan viajar a todos los lugares que quisieran.

La radio, vencedora de distancias desde hace muchas décadas, sigue logrando su cometido. En estos últimos tiempos, la combinación de emisoras de radio con Internet nos permite salvar grandes distancias.

Nuestro Alero Quichua comenzó el ciclo 2.009, llamado Ciclo José Sequeira. Con gente entusiasta que, como lo hacía José, concurre cada Domingo al auditorio de Radio Nacional en Santiago, con oyentes por toda Argentina y muchos otros países, va marchando hacia sus cuarenta años de emisión y de emociones.

Es un alero cobijador, donde uno entra y sale libremente. Está lindo para integrarse a la rueda bilingüe, aunque más no sea escuchando desde lejos, hasta poder allegarse un Domingo.

Cada Domingo, desde el pago querido, un grupo de gente está ayudando a que el santiagueño, adonde quiera que se dirija, vaya emponchado de Santiago del Estero.

17 de Marzo de 2.009.

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