Por Crístian Ramón Verduc
07/04/2009

El sol sale para todos, aunque sus rayos pueden ser más o menos cálidos, según los casos. Un escritor europeo ironizaba diciendo que todos somos iguales, pero unos más iguales que otros.

Esa igualdad de oportunidades soñada por muchos y resistida por otros tantos, es un alto objetivo de la humanidad. Es difícil la lucha por tal igualdad. La vida de muchos próceres ha sido truncada a causa de tal lucha.

También están los luchadores anónimos, los que dejaron el cuero en la lucha pero muy poca gente lo supo. Y están los luchadores por la supervivencia, los que por un motivo u otro tienen un horizonte poco amplio, con pocas posibilidades de elegir su modo de vida.

“No te cases con minero/ su novia es la dinamita/ ella, en un beso violento,/ cualquier día te lo quita.” Así nos dice Don Horacio Guarany en la zamba “No te cases con minero”. El minero, el esforzado trabajador de la extracción de minerales de la tierra, tiene una vida dura, signada por el peligro, sobre todo si su lugar de servicio está en una galería subterránea.

La extracción de minerales subterráneos es una práctica muy antigua. Hace miles de años, en distintos lugares del mundo, el ser humano descubrió el modo obtener y de moldear metales. Entonces pudo hacer herramientas y armas mejores que las que tenía hasta entonces, que eran de piedra, hueso o madera.

También los ornamentos pasaron a ser metálicos en la mayoría de los casos. El oro y la plata, pronto se definieron como metales preciosos, con mucha dificultad para obtenerlo, facilidad para moldearlos y gran resistencia a la agresión de los elementos.

Las grandes civilizaciones americanas deslumbraron a los conquistadores europeos con sus adornos de oro y plata. La ambición de los invasores provocó masacres, con la finalidad de acarrear joyas o lingotes de metales preciosos hacia sus metrópolis.

El descubrimiento de minas de oro, plata o estaño por parte de los europeos, no mejoró la suerte de los pobres mineros. No veían el sol cotidiano por que debían trabajar bajo tierra para las autoridades. Con la llegada de españoles y portugueses, mudaron de patrón, pero siguieron con el trabajo oscuro y asesino.

En las minas subterráneas, la ausencia de sol y la mala alimentación acorta la vida de los operarios. Hay minas a cielo abierto, que son enormes socavones creciendo en forma de cono invertido, a medida que la explotación del suelo avanza.

El uso de explosivos, para abrir brechas en el subsuelo, no admite errores. Si algo falla, alguien puede morir.

Al peligro de un derrumbe, se agrega el constante desgaste por la inhalación de polvo en suspensión. Un material que flota en el aire de las minas, es el sílice. El sílice provoca una infección pulmonar característica de los mineros. Los trabajadores de las minas, salvo que utilicen costosos equipos para respirar, están expuestos a un envejecimiento prematuro y muerte temprana.

Los avances tecnológicos actuales dan un margen mayor de sobrevivencia a los mineros, si comparamos con los que trabajaban para el Inca o para los conquistadores.

Para los mineros, el sol sale distinto que para los paisanos que pueden vivir al aire libre.

El aire libre y puro es muy valioso. Es sorprendente pensar que lo respiramos sin percibirlo. Cuanto más lejos de las grandes ciudades, más limpio puede ser el aire que nuestros pulmones reciben. Ese aire limpio y sano es el que activa las cuerdas vocales de los cantores criollos, u oxigena el corazón y el cerebro de los autores y compositores.

El canto montañés, sobre todo el de quienes de un modo u otro están relacionados con esas dolorosas heridas al planeta que son las minas, suele ser un canto triste.

“No te cases con minero/ la silicosis lo ama/ y a dos metros bajo tierra/ le está tendiendo la cama.”

07 de Abril de 2009.

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