Por Crístian Ramón Verduc
23/06/2009

Parece ser normal en la Naturaleza el hecho de que un individuo de una especie viva deba matar, o de algún modo dañar a otros especimenes, en su lucha por la supervivencia.

En estas últimas décadas se percibe un auge en el estudio de la ecología. Al observar cualquier ecosistema, veremos que, básicamente, las plantas se alimentan de la tierra, los animales menores comen a las plantas, los carnívoros comen a los herbívoros y la tierra come a todos cuando mueren.

Por otra parte, da la impresión de que la Tierra quiere deshacerse de sus molestos pasajeros. El planeta se sacude con tormentas, terremotos, erupciones volcánicas, maremotos, etc. Cada uno de estos meteoros deja una gran cantidad de muertos de distintas especies.

En esta intensa actividad para tratar de comer evitando ser comidos y ponerse a salvo de las calamidades naturales, los individuos que desarrollan mejores tácticas de supervivencia consiguen continuidad para su linaje. Otros dejan una descendencia débil, que luego servirá solamente como alimento a los predadores.

Esta visión, que podría parecer tremendista, puede ser suavizada en su descripción, aunque los hechos serían los mismos.

A lo largo de los milenios, la superficie terrestre y los mares fueron testigos de la desaparición de algunas especies y la adaptación de otras a las nuevas condiciones de vida.

El ser humano en la Tierra parece una síntesis de todas las especies. Desde lo profundo de los tiempos, el Hombre viene utilizando las técnicas de los mejores exponentes naturales, no sólo para sobrevivir, sino para dominar al mundo.

Una vez vencidos los animales carniceros y estudiados los fenómenos meteorológicos para una adecuada adaptación, el objetivo del humano pasó a ser el humano mismo. El Hombre quiere dominar al Hombre, para esclavizarlo como ya esclavizó a muchos animales. Es uno de los medios con que busca satisfacción para sus ansias, ansias de sojuzgar todo lo visible… y más allá del horizonte también.

El prójimo que se opone o estorba a los planes de dominación, es eliminado o neutralizado. En tiempos pretéritos, el planeta ha tenido en casi toda su superficie batallas mortales entre invasores e invadidos, entre saqueadores y saqueados.

Más aquí en el tiempo, las luchas en la corteza terrestre, en el aire, en el mar, bajo tierra e incluso en el espacio exterior, han comenzado a darse de los modos más diversos. En algunos casos hubo enfrentamiento físico con todo tipo de armas. En otros frentes, posiblemente los más numerosos, se ataca al oponente con estrategias sutiles, suaves, e incluso agradables para el blanco de los avances. El engaño es un arma tremenda.

En este milenario proceso de adaptación a los cambios, algunos humanos evolucionaron hacia la superioridad bélica, otros hacia la dominación económica, otros se especializaron en medios más sofisticados aún.

Y existen los seres humanos que, una vez calmado ese ímpetu que lleva a tratar de ser rey del mundo, han evolucionado hacia la calma, el amor al prójimo, la aceptación de lo que aún no se puede cambiar y la búsqueda de la armonía con la Naturaleza. Esos seres humanos, verdaderos exponentes de la Humanidad, también quieren cambiar al mundo, pero sin violencia y sin heridos.

Por su naturaleza misma, los humanos libres de ambición material no han formado ninguna nación. Están dispersos por el planeta, como faros en medio de un mundo tormentoso.

Puede que en nuestra vida encontremos o no a esos Humanos desprendidos. No necesitamos imitarlos. Si podemos, debemos escucharlos. De todos modos, ese buen ser puede estar vivo dentro de nosotros mismos. El tomar consciencia de que la vida es efímera y nada llevaremos de ella, nos ha de ayudar a encontrarlo.

23 de Junio de 2009.

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