Por Crístian Ramón Verduc
09/02/2010

“Ave de pico encorvao, le tiene al robo afición…” decía Martín Fierro a sus hijos. “Ama súa”, decían los Incas a su gente. La ética del ser humano que vive en comunidad advierte que uno no debe apropiarse de lo que no le pertenece.

Hay leyes naturales que propician la supervivencia del más apto en la mayoría de los casos: el más fuerte, el más veloz, el más astuto… Estas leyes naturales se dan entre seres a los que los humanos consideramos “inferiores”.

¿Qué pasa, entonces, cuando una comunidad que se tiene por culta obra como una fiera y despoja a otros valiéndose de la fuerza militar, de los acuerdos con otros similares a ella, y de la astucia o descaro para dar visos de legalidad a lo que por derecho ético no le corresponde? ¿Qué decimos, o qué pensamos, de tales engendros bárbaros, primitivos, ladrones descarados, cuando nos muestran sus adelantos técnicos y culturales? ¿ Qué pensamos cuando vemos a muchas de las víctimas de los ladrones adhiriendo a tales delincuentes? ¿Qué se puede pensar respecto a la honorabilidad de quienes se arrodillan y humillan ante sus agresores?

Parece que estamos hablando de fieras salvajes transformadas en amos de otros seres inferiores como ellos, pero domesticados al punto de entregar la comida de sus crías a cambio de una migaja y de una palmadita en el lomo. Es triste, pero estamos hablando de gente, estamos hablando del prójimo. Estamos hablando de nosotros mismos.

La noticia dice que el Reino Unido de Gran Bretaña va a iniciar trabajos de explotación petrolera en las Islas Malvinas. También dice que las islas están “bajo control británico desde 1.833”, cuando lo honesto, lo veraz, sería decir que Gran Bretaña robó en esa época territorios ubicados a miles y miles de kilómetros de Europa.

En 1.982, por un tiempo breve, Las Malvinas volvieron a ser argentinas. La “Hermanita Perdida” había vuelto a casa. Poco duró nuestra euforia: Los ingleses, con el apoyo de naciones cómplices del hemisferio norte y, da vergüenza decirlo, también de un país sudamericano y de muchos ciudadanos argentinos, recuperaron el botín.

No se enfriaron bien los cadáveres de los muertos en acción, cuando multitudes de nosotros hemos marchado presurosos a formar fila, en cantidades mucho mayores que las de los voluntarios para ayudar en la recuperación de nuestro territorio. El motivo de tales filas era nada menos que el de enviar dinero para Gran Bretaña, so pretexto de ver la actuación de un famoso grupo de música que creció gracias a la prensa. El talento artístico de los grupos que vienen, es algo que tiene poco y nada que ver con estas historias de ladrones y cómplices. El hecho objetivo es que esa gente viene a nuestra tierra, lleva grandes sumas de dinero, del cual una parte considerable va a parar a las arcas de los piratas, quienes invertirán en lo que les interesa. Evidentemente, les interesa fortalecerse en los territorios usurpados, para seguir robando riquezas a los empobrecidos por sometimiento.

Y entre nosotros seguimos con las interminables discusiones e intercambio de acusaciones. Muchos estamos con el ya arraigado discurso de “animémonos y hagan” o “ya nada se puede hacer”. Una costumbre que está haciendo estragos entre nosotros es: “el que no piensa lo que yo quiero que piense, no vale nada.”

El caso concreto es que seguimos entregando los recursos que deberían ser para nuestros descendientes. El ladrón entra en nuestra casa, con nuestro permiso o por la fuerza, nos ofrece una ínfima parte de lo que nos roba y luego nos refriega por la cara sus logros.

Para visitar la casa del ladrón y admirar lo que tiene, debemos pagar entrada. Y pagamos gustosos. Si no podemos viajar tan lejos, pagamos un servicio de televisión para ver sus fiestas. Somos gente buena y generosa.

Es hora de parar con las disputas estériles entre nosotros y, por lo menos, analizar por qué estamos peleándonos. Si es por asuntos de deportes profesionalizados, no vale la pena. Tenemos que pagar las entradas, ver el espectáculo y se acabó. Si es por partidos políticos, deberíamos ver si el partido que defendemos está bien estructurado: si va en pos de un proyecto nacional, con sentido de justicia y vocación de servicio. Si nuestras confrontaciones se dan por color de piel, provincia de procedencia, entonación del habla, habría que abandonar tales luchas inmediatamente y ocuparnos de algo verdaderamente serio. Están desvalijando nuestra casa mientras nos entretenemos en banalidades.

Hay que hallar el modo de levantarse. Hay que erguirse sobre los miembros posteriores, mirar alrededor, reconocer lo nuestro y a los nuestros, unirnos, buscar coincidencias, superar u obviar diferencias y plantarnos ante los asaltantes. Ellos tienen armas terribles: las que matan, hieren, queman y derrumban. También tienen las otras: las que empobrecen, las que condenan a la ignorancia, las que siembran discordia, las que hacen a uno humillarse alegremente. Hay que estar atentos. Hay que aprender a ver, mirar, observar y compartir entre hermanos lo que se percibe.

De la discusión con altura, la que busca la verdad y no la derrota del otro, pueden salir las conclusiones que nos lleven a acciones defensivas del hogar en peligro. Es urgente: ya deberíamos estar haciendo algo y parece que aún no hemos decidido qué.

09 de Febrero de 2.010.

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