Por Crístian Ramón Verduc
31/01/2012
Yo sé que en el pago me tienen idea…

“Yo sé que en el pago me tienen idea…” cantaba el gaucho mientras la concurrencia escuchaba con atención. Poco a poco, los presentes iban comprendiendo y sintiéndose identificados con los versos que interpretaba el diestro guitarrero y cantor. Era un cantor verdaderamente popular, capaz de arrancar interminables ovaciones en grandes festivales un día, y al día siguiente cantar ante una pequeña rueda de amigos. Podía recorrer las provincias en un gran automóvil o pasear a caballo por las calles de una ciudad o un pueblito. 

Jorge Antonio Cafrune era nacido en la provincia de Jujuy, cerca de Perico del Carmen, el 8 de Agosto de 1.937. Nieto de inmigrantes árabes, solía llamarse a sí mismo El Turco. Su aspecto era imponente, con su ropa de gaucho parecía un Infernal de Güemes; su rostro evocaba antiguas estatuas babilónicas. En el trato con el público era simple, campechano y simpático. 

Cuando se sentaba en una silla, en cualquier escenario, con su guitarra apoyada en los muslos, había que prepararse para escuchar la música de todo el país interpretada por una voz fuerte y clara, acompañada por una guitarra que alternaba rasguidos con arpegios, trémolos y bordoneos. 

Jorge Cafrune era un verdadero solista, un solista “de antes”, de los que actuaban solos, sin otro acompañamiento que el de su guitarra tocada en forma magistral. A veces tenía a su lado, apoyado en el piso, un vaso de vino tinto que iba bebiendo de a pequeños sorbos durante la actuación. 

En sus años mozos, formó en la ciudad de Salta el conjunto Las Voces del Huayra (Huayra = viento), con Tomás Campos, Gilberto Vaca y Luis Valdez. Después, con Vaca, Campos y Javier Pantaleón, creó el conjunto Los Cantores del Alba. Pero su destino era el de cantor solista, decidor, curioso y emprendedor. En sus andanzas por las provincias y países vecinos recogía creaciones de autores locales y las divulgaba. Por la voz de Cafrune, nuestro país conoció Zamba de mi Esperanza, La Cautiva, Virgen India, Río de los Pájaros… 

Puede ser que durante el tiempo en que vivió en la zona fronteriza de Uruguay con Brasil, aprendió Camino de los Quileros, canción del uruguayo Osiris Rodríguez Castillo que habla de la vida en donde se entra en un país sin haber salido del otro. Parece que en esa misma época incorporó El Orejano, valseado criollo del Uruguay, música de Los Olimareños para la decidora letra del poeta Serafín José García: “…por que no me enllenan con cuatro mentiras los maracanases que vienen del pueblo, a elogiar divisas ya desmerecidas; a hacernos promesas que nunca cumplieron…” 

En su carrera de cantor solista, recorrió distintos países americanos y europeos, además de andar por toda la Argentina. En Santiago del Estero tenía muchos amigos; solía compartir asados bien guitarreados en una casa de la calle Olaechea, frente al Parque Aguirre. Grabó varias creaciones de santiagueños, como la zamba La Rubia Moreno, la chacarera La Alabanza, a la que dio un toque especial al subir el tono en cada estribillo. Grabó también la chacarera La Telesita, con música de Don Andrés Chazarreta y una particular letra del poeta salteño Abel Mónico Saravia. 

Triunfador y figura en el Festival Nacional de Folclore de Cosquín, tuvo la generosidad de presentar e impulsar a otros artistas, como El Soldado Chamamé, Mercedes Sosa, José Larralde, o Marito, el niño cantor con el que compartió escenarios, giras y grabaciones. Cuando no le permitieron llevar al escenario del Festival de Cosquín a Marito por su edad, montó su propia peña en la ciudad serrana y no volvió al escenario mayor por muchos años. 

Don Sixto Palavecino contaba a la gente del Alero Quichua que cuando fue al Festival de Cosquín, Jorge Cafrune lo presentó ante Julio Márbiz, hablando Cafrune al famoso locutor sobre las virtudes de Don Sixto.
Cafrune participó en cinco películas, grabó más de veinticinco discos, actuó en los más diversos rincones del país, en los países vecinos, en América del Norte, y en España durante muchos meses, partiendo desde ahí hacia otros lugares de Europa. 

“Por que aunque no tengo ni ande caerme muerto, soy más rico que esos que ensanchan sus campos…” cantaba desafiante Cafrune, interpretando la letra de Serafín García. Su creciente popularidad, sus emprendimientos, sus inquietudes, lo hacían un gaucho rico de vida. Tuvo la pionera idea de recorrer el país cantando, compartiendo con los folcloristas de cada población, documentando costumbres y tradiciones de los distintos lugares que visitaba. Así es que ideó y llevó a cabo la gira De a Caballo por mi Patria, con la que conoció aún más esta tierra a la que entregó su amor paisano. No era un emprendimiento con sentido lucrativo, claro que tampoco tendría que haber sido económicamente tan negativo como en la práctica lo fue, pero recorrió la Patria cantando. 

Retornó al escenario mayor del Festival Nacional de Folclore en Cosquín para la edición de 1.978. El entusiasta público le pidió que cantase Zamba de mi Esperanza. Esta poética pieza del mendocino Luis Morales (seudónimo de Luis Profili) estaba prohibida, no se sabe bien por qué. Quien con tanta convicción cantaba “no sigo a caudillos ni en leyes me atraco…” desafió al poder y accedió al pedido del público. 

Hay muchas afirmaciones de que el haber cantado Zamba de mi Esperanza en esa ocasión marcó una sentencia contra la vida del cantor. Sea como sea, una persona que se instruye percibe las injusticias, y si reclama contra las injusticias se torna molesto, como era el caso de Cafrune, un hombre instruido y observador de la realidad de nuestro país, por haberla visto bien de cerca y sin maquillaje. 

El 31 de Enero de 1.978, Jorge Cafrune partió a caballo desde Buenos Aires. Su destino era Yapeyú, en la provincia de Corrientes, lugar de nacimiento del General José de San Martín. Cafrune quería llegar a tiempo para el homenaje al Libertador en un nuevo aniversario, que sería el 25 de Febrero. 

El Miércoles 1 de Febrero de 1.978 amaneció en Santiago del Estero con buen sol, anunciando otro día caluroso. Era preciso comenzar a trabajar temprano para luego poder estirar la siesta. Un operario de la carpintería vecina al Parque Aguirre saludó a Don Héctor Rojas preguntándole cómo estaba. El maestro pintor respondió: “Mal, andamos muy mal… ha muerto Cafrune…” La tristeza de Don Héctor quedó explicada al leer nerviosamente la noticia en el diario: Jorge Cafrune, a pocas horas de iniciar su travesía a caballo hacia Yapeyú, había sido atropellado por un automotor, lo que le provocó la muerte a los pocos minutos del primer día de aquel Febrero. 

La embestida de un vehículo conducido por un joven lo sorprendió mientras marchaba, tal vez evocando los versos de El Orejano: “…Y voy por los rumbos clareaos de mi antojo y a naides preciso pa’ hacerme baqueano.” 

31 de Enero de 2.012.

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