“Dejar un rastro en la vida, son pretensiones del hombre...” dice Elpidio Herrera en la chacarera La Filosófica. El ser humano, en su función vital de trascender a lo meramente biológico, encara aventuras, acomete contra gigantes imaginarios o, como decía Enrique Santos Discépolo en el tango Uno: “...lucha y se desangra por la fe que lo empecina”. Esta lucha por la inmortalidad generalmente se da en forma inconsciente, sin que uno pretenda ganar la admiración de coetáneos o de generaciones posteriores.

               Es muy posible que el gaucho correntino Juan Bautista Cabral, aquella mañana del 3 de Febrero de 1.813, haya obrado por simple solidaridad, casi por instinto. En el campo existente entre el convento de San Carlos y la costa del Río Paraná, donde los Granaderos a Caballo tenían su bautismo de fuego enfrentando a las tropas españolas, los criollos acometían a sable y lanza, similar a como Cervantes lo había hecho con su Quijote luchando por la justicia. En el fragor de la Batalla de San Lorenzo, Cabral vio caído a uno de los suyos, con una pierna apretada por el caballo que había sido herido mortalmente. El correntino desmontó para liberar al caído, restando importancia al avance de soldados españoles que lo matarían. Es posible que incluso no reparara en que el granadero caído era nada menos que el Jefe del Regimiento. Solamente veía a alguien que necesitaba de su ayuda y acudió,“y allí salvó su arrojo, la libertad naciente de medio continente” (Marcha de San Lorenzo, de Carlos J. Benielli y Cayetano A. Silva). Justo es recordar en esta evocación al granadero puntano (de la provincia de San Luis) Juan Bautista Baigorria, que completó la rápida acción en defensa de Don José de San Martín. Una acción dentro del combate, que duró pocos minutos, fue fundamental para el Regimiento de Granaderos a Caballo y la lucha por la independencia de las colonias sudamericanas. Los protagonistas de este acontecimiento quedaron en la memoria del pueblo criollo. Dejaron un profundo rastro en la vida.

               En una humilde villa del territorio santiagueño, un changuito inquieto tocaba la guitarra y cantaba mientras cumplía con sus obligaciones infantiles (jugar, estudiar y ayudar en la casa). Su canto y su pícara sonrisa no faltaban en los acontecimientos escolares y populares. Desde el Alero Quichua Santiagueño hemos llegado a conocerlo por su conjunto vocal Los Ckoyuyos Atamishqueños y el entonces dúo instrumental Las Sacha Guitarras Atamishqueñas (Elpidio Herrera-Edgar Díaz). El instrumento creado por Elpidio: la sacha guitarra, tiene al igual que otros inventos, su prehistoria, historia y estado actual. Tiene realizadas muchas grabaciones, recorrió parte de América y Europa. En este comentario semanal no tenemos espacio suficiente para referirnos con total precisión y extensión a Elpidio Herrera y la sacha guitarra. Felizmente, pronto tendremos en Villa Atamishqui la posibilidad de visitar el Museo de la Sacha Guitarra, donde podremos interiorizarnos respecto a este instrumento de cuerdas del monte santiagueño. También habrá una escuela para formación de nuevos músicos.

               El empuje de Elpidio Herrera para creación del Colegio Juan XXIII primero y el albergue para estudiantes después, tuvo como finalidad la de mejorar la calidad de vida de los atamishqueños. El Museo de la Sacha Guitarra está impulsado con idéntica intención, esta vez con un área de influencia tan grande que aún no alcanzamos a visualizar su límite. Estamos seguros de que el genial músico atamishqueño maduró esta idea durante años por que, como él mismo dice: “No hay que hacer un caserón sin revisar los cimientos.