Por Crístian Ramón Verduc
29/10/2013
Comienza el mes de Noviembre. Nuestras costumbres criollas nos hacen recordar y honrar a los difuntos.

Comienza el mes de Noviembre. Nuestras costumbres criollas nos hacen recordar y honrar a los difuntos. Noviembre es también el Mes de la Tradición, pues cada día 10 de este mes recordamos el nacimiento de José Hernández, autor de la obra cumbre de la literatura gauchesca argentina. 

La muerte sigue siendo un misterio para nosotros los criollos. Puede ser que en otras culturas la entiendan de otra manera, pero nosotros en general la vemos como un viaje sin retorno. Cuando alguien se marcha de nuestro lado siguiendo los caminos de la vida, suele haber tristezas en la despedida y recuerdos melancólicos durante la ausencia, pero con la esperanza de que quien partió, algún día regresará. 

El viajero, por más que se haya despedido con el anuncio de no volver nunca más, es esperado; hay esperanza. Cuando alguien parte al verdadero viaje sin retorno que es la muerte, no hay esperanza; no hay motivo para aguardar el regreso, y esa falta de esperanza, esa falta de motivo para la espera causa una gran tristeza.
Somos pasajeros de la vida. Estamos de paso. Hemos llegado en medio de gran alegría por el milagro del nacimiento y partiremos en medio de la tristeza de nuestros cercanos ante el misterio de la muerte. Hasta ahora, es ésta la manera de sentir en la mayoría de los criollos argentinos. 

Cuando Martín Fierro partió de su casa hacia la frontera, su familia quedaba afligida y él mismo se iba dolido por la separación, pero los animaba la esperanza del retorno. Años después, cuando Fierro y el Sargento Cruz pasaron la frontera hacia las tolderías, hubo lágrimas de tristeza, pero aún los alentaba la remota posibilidad del regreso. 

El fallecimiento de Cruz trajo gran aflicción a Martín Fierro, pues sabía que por más que permaneciese junto a la tumba de su amigo, la partida había sido definitiva y no había aproximación posible entre ambos. Años después, el encuentro fortuito con el hijo de Cruz le trajo un cierto alivio. 

En el mismo encuentro con el hijo del bravo Sargento Cruz, Fierro se reencuentra con sus hijos, que ya son mozos con historias de vida bastante azarozas. Para comenzar le cuentan que su mujer, madre de sus hijos, había muerto, a lo cual el gaucho dice: “… les juro que de esa pérdida/ jamás he de hallar consuelo./ Muchas lágrimas me cuesta/ desde que supe el suceso…” 

El primero de sus hijos relata cómo había pasado años en la cárcel, acusado de un asesinato que no había cometido. El segundo hijo cuenta que había pasado a vivir muy bien bajo el cuidado de una tía, pero que sus padecimientos comenzaron al morir ella, pues el Juez le puso un tutor que era de lo peor entre el gauchaje.
Ese tutor, que era el Viejo Vizcacha, tenía una gran deuda de muerte: “Cuando mozo fue casao/ aunque yo lo desconfío./ Decía un amigo mío/ que, de arrebatao y malo,/ mató a su mujer de un palo/ por que le dio un mate frío.” 

Esa muerte pesaba sobre la conciencia del Viejo: “Soñaba siempre con ella,/ sin duda por su delito,/ y decía el viejo maldito,/ el tiempo que estuvo enfermo,/ que ella dende el mesmo infierno/ lo estaba llamando a gritos.” En algunos relatos gauchescos se percibe que el temor al infierno es el causante del natural miedo a morir, más que el temor a lo desconocido. 

El gaucho, en este caso, el hijo segundo de Martín Fierro, relata la muerte del Viejo Vizcacha como un modo de hacer notar la diferencia entre morir en paz y con la conciencia cargada de males: “… al ver cercano su entierro,/ arañando las paredes/ espiró allí, entre los perros/ y este servidor de ustedes.” 

Nuestros paisanos pueden tener recuerdos simpáticos y hasta risueños de quienes ya partieron de la vida, pero el velorio es un momento de mucho respeto, con una solemnidad muchas veces apenas quebrada por el intercambio de chistes cuchicheados entre quienes acompañan a los deudos, en la misma casa pero lejos del difunto. 

Fue muy distinto ante la muerte del Viejo Vizcacha, pues llegaron los vecinos, que comenzaron a recordar malas acciones del difunto: “Ánima bendita, dijo/ un viejo medio ladiao./ Que Dios lo haiga perdonao/ es todo cuanto deseo./ Le conocí un pastoreo/ de terneritos robaos.” “Se llevaba mal con todos./ Era su costumbre vieja/ el mesturar las ovejas,/ pues al hacer el aparte/ sacaba la mejor parte/ y después venía con quejas.” 

Estos comentarios le parecieron fuera de lugar al hijo de Fierro: “Esto hablaban los presentes/ y yo, que estaba a su lao,/ al oír lo que he relatao,/ aunque él era un perdulario,/ dije entre mí: ¡Qué Rosario/ le están rezando al finao!” 

Esto nos hace pensar que la buena o mala fama puede acompañar a uno hasta después de su muerte, cuando se den momentos de evocación, ya sea a poco de la partida o pasado un cierto tiempo. La muerte puede atenuar los malos conceptos, por que el paisano es indulgente con los difuntos, pero no borra todo lo malo que uno haya hecho. 

Respecto a los hombres que mató en pelea, Martín Fierro dice a sus hijos y al de Cruz: “El hombre no mate al hombre/ ni pelee por fantasía;/ tienen en la desgracia mía/ un espejo en que mirarse./ Saber el hombre guardarse/ es la gran sabiduría.” “La sangre que se redama/ no se olvida hasta en la muerte./ La impresión es de tal suerte,/ que a mi pesar, no lo niego,/ cai como gotas de fuego/ en la alma del que la vierte.” 

Para la gente criolla la muerte es algo natural. Es algo que algún día ha de llegar, pero que de ningún modo debe buscarse para otros, mucho menos para uno mismo. Cuando alguien muere, se produce a su alrededor un gran silencio, mezcla de estupor, tristeza y añoranza por tiempos idos. 

En este fin de Octubre y comienzo de Noviembre, en nuestros pagos se podrán ver distintas manifestaciones relacionadas con los difuntos. Lamentablemente, hay una tradición de América del Norte que está siendo impuesta por operadores comerciales, apoyándose en la escasa formación cultural nacional que damos a nuestros hijos y hermanos. También hay compatriotas que no se preocupan por fechas y tradiciones. 

La gente criolla, especialmente la que se ha criado en zona rural o semi rural, hará lo posible para concurrir al cementerio donde tiene sepultados a sus muertos queridos. En el cementerio, esta costumbre de honrar la memoria de quienes ya concluyeron su paso por la vida, se materializará en velas encendidas, rezos y evocaciones respetuosas. 

Las tradiciones criollas deben ser respetadas, especialmente por quienes nos declaramos amantes de lo que es nuestro, de nuestra condición de santiagueños y argentinos. La invasión de costumbres que no nos pertenecen, nos empobrece en lo cultural y en lo material; es mejor no comprar cualquier cosa que quieran vendernos.
Si de algún modo contribuimos a la muerte de nuestras tradiciones, la culpa caerá sobre nosotros como gotas de fuego. 

29 de Octubre de 2.013.

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