Por Crístian Ramón Verduc
19/11/2013
Lo que pinta este pincel/ ni el tiempo lo ha de borrar…

“Lo que pinta este pincel/ ni el tiempo lo ha de borrar…” Los versos de Martín Fierro fueron proféticos, pues aún los leemos tal cual eran en sus primeras publicaciones. 

¿Cuántas veces hemos visto modificarse o reescribirse historias en distintos ámbitos? Si uno observa atentamente, puede percibir cambios de discurso en mucha gente, incluso en uno mismo. Si el cambio es aceptado como parte de la lógica evolución de cada persona o de cada grupo social, es razonable. La situación se torna irritante cuando, después de cada cambio de rumbo, alguien nos dice: “No ha cambiado nada. Siempre ha sido así”. 

Estas situaciones incómodas se dan casi a diario en distintos ámbitos. No es muy difícil descubrir a los que pretenden reescribir la historia a su antojo. Esos escritos aparecen en medios de difusión masiva, aunque también puede ser una serie de afirmaciones orales vertidas por una persona conocida. 

En muchos casos, nos cuesta separar bien los conceptos respecto a una persona y confundimos talento artístico o capacidad profesional con valores humanos. Por eso hay una gran cantidad de gente que cree ciegamente las afirmaciones de un deportista o un artista con el que simpatiza, sin importar demasiado lo que haya dicho. Hay una cantidad también de personas que consiguen valorar en su justa medida los merecimientos de cada uno, lo que les permite separar los valores deportivos, artísticos o profesionales por un lado, y los valores morales por otro. 

Si uno confía plenamente en un músico, por ejemplo, hay que definir dentro de uno mismo si esa confianza se refiere a que no va a ejecutar mal una melodía o si también creemos en la veracidad de sus dichos y la honradez de sus actos. 

Un caso común de historia distorsionada o de datos históricos manejados sin veracidad, está creciendo en forma preocupante: Las autorías de letras y músicas folclóricas. Al margen de lo que conste en los registros de autorías y propiedad intelectual, no deja de ser muy importante lo que dicen al público los intérpretes y difusores respecto a las autorías, letras o títulos de los temas musicales. Quien difunde temas musicales tiene una gran responsabilidad ante el público, pues está compartiendo un conocimiento, que si es verdadero acrecentará la información de cada oyente, elevándolo culturalmente. Si la información es errónea, el difusor está contribuyendo al caos y a la confusión en el conocimiento colectivo. 

Al mentir respecto al título de un tema musical difundido por una radio o en un espectáculo, quien lo hace está también perjudicando en lo económico al autor, pues el organismo que recauda para repartir entre los autores va a acreditar la parte correspondiente al autor del tema que se ha mencionado, aunque se cante o toque otro.
También puede ocurrir la distorsión respecto a hechos que deberían ser muy conocidos, ya sean actuales o del pasado. Hay gente que hace uso abusivo de los medios que pueden convencer a una cantidad de personas. Respondiendo a la conveniencia propia o de los poderosos, muchas personas que deberían portar las verdades colectivas, las distorsionan más de una vez. Es lamentable ver y escuchar este tipo de prácticas con mayor frecuencia a cada día. 

Estas situaciones son particularmente irritantes para los memoriosos que han vivido ciertos momentos y después les toca en desgracia presenciar cómo se distorsiona el recuerdo de esos momentos. Para colmo, esas mentiras y olvidos se cometen en algunos casos invocando a la memoria. 

La memoria y la desmemoria no siempre son conscientes. Hay gente de buena fe que se deja sorprender y cree lo que le dice gente que considera confiable. No todo lo que nos parece malo responde a la maldad o mala voluntad. Hay que procurar explicar y mostrar al prójimo lo que consideramos verdadero, sin dejar de lado la posibilidad de estar equivocados. Claro que, si se trata de hechos o dichos que hemos visto ser tergiversados descaradamente, es necesario obrar decididamente a favor de la verdad. 

Ante los dichos alejados de la verdad, se debe tratar de conseguir y mostrar las pruebas que convenzan a la gente de buena voluntad, para que no prospere el engaño. Si se consigue, sería una acción a favor de la cultura general y de la justicia. 

Si tenemos pruebas, mucho mejor. Las pruebas pueden ser Libros de Actas, cartas, afiches, panfletos, publicaciones en diarios o revistas, fotografías, grabaciones, filmaciones y, a no dudarlo, el testimonio de personas con memoria verdadera. La tecnología actual permite modificar esas pruebas, pero la misma tecnología permite detectar tales adulteraciones. 

El escritor, político, luchador y periodista José Rafael Hernández, debe de haber conocido en la práctica cómo una palabra vertida puede ser modificada al día siguiente por cualquier audaz, incluso el mismo que la enunciara. Martín Fierro pasó a ser su herramienta más eficaz para denunciar la realidad rural y las injusticias de la época en que le tocó vivir. 

La rápida difusión de El Gacucho Martín Fierro, que fuera leído en pulperías y reuniones, fue dejando grabado en la memoria colectiva el contenido de la obra. El pueblo reclamó por más Martín Fierro, hasta que se produjo La Vuelta. Las dos partes de Martín Fierro quedaron tan fuertemente arraigadas en el corazón y en la memoria del pueblo de nuestro país y de muchos otros por el mundo, que sería casi imposible distorsionar su mensaje sin que tal maniobra fuese percibida. 

El poema Martín Fierro, en forma de libro que contiene sus dos partes, pasó a ser llamado La Biblia Gaucha, pues en él podemos encontrar la historia del pueblo criollo, con sus sentimientos y vivencias que en muchos casos parecen repetirse a lo largo de las décadas, y también podemos captar la prédica moral de José Hernández.
Quien lea Martín Fierro con atención aprenderá bastante; podrá comparar el relato ambientado en la Argentina de la segunda mitad del Siglo XIX, con la realidad de otros momento de nuestra historia, incluso la actualidad. También podrá aprender, diferenciando los consejos egoístas del Viejo Vizcacha de los sanos consejos de Fierro.
Sabemos que existe la práctica mentirosa de alguna gente, consistente en distorsionar la realidad para lograr alguna ventaja en las disputas por algo. Esa mala costumbre es una muestra de inoperancia, de incapacidad para lidiar con la realidad tal como es. 

No cualquiera es capaz de prepararse, educarse y mejorar para ponerse por encima de los obstáculos; por eso es que hay quien decide evitarlos con la mentira. La trascendencia en el tiempo, superando los vaivenes impuestos por intereses mezquinos, está reservada para los grandes de verdad, como es el caso de José Hernández, por que “no pinta quien tiene ganas/ sino quien sabe pintar”. 

19 de Diciembre de 2.013.

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