Por Crístian Ramón Verduc
04/03/2014
“¡Corre por tu vida!” Debes correr para salvar tu vida...

“¡Corre por tu vida!” Debes correr para salvar tu vida, es el sentido de la expresión imperativa que tantas veces hemos leído en historias de ficción o hemos escuchado en obras teatrales o de cine. 

Pero… viendo bien, es una síntesis de la vida en su más pura expresión. Por ejemplo, si un animal herbívoro descubre que está siendo acechado por un carnívoro, debe correr para no morir en las fauces del atacante; a su vez, el carnívoro debe perseguir a su presa, pues si no la captura podría morir de hambre. 

A lo largo de la Historia, humanos y bestias debieron correr para salvar sus vidas ante desastres naturales o ante la peligrosa estampida de otros seres, de especies cercanas o no. 

Durante los grandes cataclismos, relatados en antiquísimas pinturas rupestres, tradiciones orales, textos bíblicos y de otras fuentes, quienes se salvaron fueron los que consiguieron escapar corriendo “sin mirar hacia atrás”.
Los relatos que llegan de tiempos lejanos, cuentan cómo ejércitos invasores irrumpían a la carrera, armas en mano, en caseríos y sembradíos de pueblos sedentarios, cuyos moradores dependían en muchos casos de su velocidad para salvar la vida. 

Cuando los antiguos pueblos del actual Noroeste Argentino y los del actual Chile intercambiaban productos a través de la Cordillera de los Andes, debían apurarse para aprovechar el buen tiempo y no ser sorprendidos por tormentas en esas altitudes. Si veían venir el mal tiempo, estaban obligados a correr hacia un refugio para salvar sus vidas. 

En la civilización Inca, los chasquis, corredores por excelencia, fueron muy importantes para la vida del Tahuantinsuyu, pues de ellos dependía la celeridad con que llegasen a la Capital (Qosqo) las informaciones desde las cuatro regiones, para volver hacia ellas las órdenes correspondientes. Esa información sensorial y motora se parecía al sistema nervioso de los organismos, en los cuales también es imprescindible la velocidad en la comunicación interna para lograr la reacción adecuada ante cada estímulo recibido. 

En la época colonial, muchos de los “indios reducidos” se convertían en “indios huídos” para salvar sus vidas ante los malos tratos que les eran propinados por los encomenderos. Una vez huídos, debían correr hacia la espesura o hacia lo alto de los cerros para salvar su vida, hasta encontrarse con otros en iguales condiciones. 

En las luchas independentistas, las cargas de caballería si hicieron a la carrera, y las tropas que eran superadas debían retirarse ordenadamente pero en forma rápida. Los ataques de los montoneros salteños también se hacían a la carrera, para anticiparse a la reacción de los poderosos regimientos españoles que venían del Alto Perú. 

Cuenta José Hernández cómo Martín Fierro corrió hacia su pago para salvarse de la interminable vida miserable en el cantón fronterizo. Después, debió correr con su amigo Cruz hacia el desierto para, finalmente, volver corriendo desde las tolderías donde podría haber sido asesinado. Contaban Martín Fierro y otros gauchos, de las grandes boleadas de guanacos y suris, donde el jinete es el predador y el animal perseguido corre en un intento por salvar su vida. 

Cuando en las ciudades o rutas escuchamos una sirena, sabemos que hay un vehículo andando a gran velocidad para salvar vidas. Por otra parte, los operarios y empleados que viven en las grandes ciudades salen a diario a luchar por la sobrevivencia de los suyos; para ello, deben recorrer grandes distancias hasta su lugar de trabajo, donde tienen que llegar en un horario determinado. La cantidad de pasajeros en esas “horas pico” supera a la oferta de transportes, lo que obliga a esa gente que lucha por su vida, a correr rápidamente en cada cambio de medio de transporte. Es una carrera por la vida, perseguidos por el reloj, que marcha implacable a velocidad constante. 

Los idiomas y modas de países invasores avanzan de manera rápida e imperceptible sobre las culturas regionales. Es una carrera para imponerse, en la cual nuestra cultura criolla y quichuista no debe perder el tiempo, para dejar de perder terreno en la mente y el corazón de nuestros coterráneos. 

Parece imperceptible, pero cualquier persona que preste atención puede notar cómo es cada vez más codicioso y acelerado el avance de la aculturación. Es solo cuestión de ver cómo hacen a nuestra gente usar ropa con inscripciones en idiomas ajenos, escuchar cómo nuestros propios paisanos están incorporando a su léxico palabras que les son impuestas desde esos pueblos expansionistas y el creciente desinterés o aprendizaje confuso de lo nuestro. Para colmo, los pobres desinformados están convencidos de que el empobrecimiento de nuestra habla es prueba de que la lengua está viva. Algo de lógica tiene tal afirmación, pues se mata a lo que está vivo. 

El quichua santiagueño está siendo atacado desde varios frentes, y parece que no nos damos cuenta. Por otra parte, cada día aparecen más personas interesadas en aprender y ayudar a difundir nuestra lengua materna. Eso nos da tranquilidad, pero no debemos engañarnos, pues mientras nos sentamos tranquilos a disfrutar del logro, el enemigo avanza con nuevos engaños e imposiciones. 

En el mejor de los casos, este año nuestro Alero Quichua tendrá cuarenta y una oportunidades para salir al aire por Radio Nacional Santiago del Estero. Tendremos que correr por la vida de nuestra lengua materna, tenemos que evitar la pérdida de tiempo, pues hay mucha acechanza contra las tradiciones de los pueblos criollos. Como dice Martín Fierro: “Naides sabe en qué rincón, se oculta el que es su enemigo”. Ese enemigo es la negación de espacios para la divulgación del quichua y de lo auténticamente santiagueño; es el alejamiento paulatino de quienes están pensando en aprender el idioma y de los que ya estaban compenetrados. 

No podemos dejarnos estar. Las personas involucradas directamente con la audición, deberán esforzarse por privilegiar a lo que responde a los objetivos del Alero Quichua, resistiendo a los embates invasores que desprecian al Santiago del Estero auténtico. Los oyentes y simpatizantes deberán procurar aprender cada día más de nuestra lengua y tradiciones santiagueñas. Escuchando, leyendo y preguntando, van a terminar por compenetrarse de la razón de ser del movimiento tradicionalista iniciado por Don Sixto Palavecino, Felipe Corpos, Vicente Salto, Domingo Bravo y los demás fundadores del Alero Quichua Santiagueño. 

Apurémonos, corramos por la vida del quichua, por nuestra vida como criollos de nacimiento o de corazón. Las feroces bestias que se alimentan con la muerte de las identidades regionales están avanzando, disponen de muchas horas en todos los días del año. 

¡Acuychis! ¡Vamos! ¡Vamos a disfrutar de un nuevo año de Alero Quichua Santiagueño! Va a ser una buena manera de salvar la vida de la lengua quichua. 

05 de Marzo de 2.014.

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