Por Crístian Ramón Verduc
12/08/2014
No esperemos recompensas de nuestras fatigas y desvelos

“No esperemos recompensas de nuestras fatigas y desvelos”. Esta afirmación del General José de San Martín es contundente y educadora, como todas las máximas y pensamientos que se conservan del Libertador. El nombre del criollo correntino Don José de San Martín, nos remite generalmente a su heroico Regimiento de Granaderos a Caballo. El Padre de la Patria fue educador de sus subordinados, a los que inculcaba valores morales a la par de su formación práctica para las campañas bélicas que debían enfrentar a fin de erradicar de la gran Patria Latinoamericana el colonialismo español. 

El General San Martín era consciente de que, para enfrentar cualquier lucha, la mejor motivación es el convencimiento de estar transitando la senda correcta en pos de algo justo. Una vez convencidos de que la lucha responde a una causa honesta, los soldados deben mantener el objetivo, evitando desviar la atención. Así son los soldados de la Patria, los verdaderos patriotas. 

Distintos son los mercenarios, guerreros profesionales que ofrecen sus servicios a quien mejor les paga. Los mercenarios no luchan por convicciones, sino por dinero. Quien un día los contrata, en otra ocasión puede tenerlos de oponentes. 

El Regimiento de Granaderos a Caballo estaba integrado por gente de distintos estratos sociales y de distintas provincias argentinas. Su Jefe y creador, el General San Martín, supo conducirlos con firmeza por la senda de la liberación para nuestro país. La motivación de los granaderos de San Martín era la convicción de estar peleando por una causa justa. La prédica y el ejemplo del General San Martín motivó a sus subordinados para obrar con honestidad y lealtad, lo que dio solidez al regimiento y luego al Ejército de Los Andes. 

No esperar recompensas por lo que se hace de corazón, es la fórmula para obrar bien y no sufrir decepciones. Lo importante debe ser alcanzar el objetivo sin esperar recompensas materiales. La mejor recompensa es la satisfacción que brinda el haber logrado lo que se pretendía. El reconocimiento inmaterial puede tardar en llegar o no llegar nunca, pero la satisfacción íntima es un bien inalienable y duradero, de valor incalculable. 

Las campañas militares del General Don José de San Martín son conocidas por la gente de la Patria y al respecto está casi todo dicho. De todos modos, no está de más recordar que en el combate de San Lorenzo vivió una situación de gran peligro al quedar aprisionado por su caballo caído. En enfrentamientos posteriores, con un número mayor de combatientes, pudo ocuparse más de la estrategia, dejando la operación de combate para sus subordinados. Compartió con la tropa los rigores de las campañas aún con la salud seriamente quebrantada. 

Casi cinco años después de haber regresado desde Europa a nuestro país y después de haber comandado el Ejército del Norte, San Martín inició el cruce de la cordillera hacia Chile al frente del Ejército de Los Andes. Había preparado tamaña empresa en forma minuciosa, con rigor militar. Había pedido permiso a los caciques mapuches para pasar por sus territorios. Fue acusado de traidor por Bernardino Rivadavia y otros unitarios, por negarse a enviar tropas para combatir a los federales argentinos. 

Los combates en Chile comenzaron casi un mes después de iniciado el cruce de Los Andes. El solo hecho de cruzar una de las cadenas montañosas más altas del mundo al mando de un ejército formidablemente numeroso, es una muestra de la capacidad organizativa del General San Martín, que supo rodearse de gente idónea a la que impartió las órdenes precisas, conociendo la capacidad de cada uno de los patriotas luchadores. 

El 12 de Febrero de 1.817, pocos días después de haber cruzado la cordillera, el Ejército de Los Andes obtuvo una contundente victoria en la batalla de Chacabuco. Un Cabildo Abierto propuso al General San Martín como Director Supremo de la nueva nación, pero el militar argentino se recusó, avalando en cambio la designación del militar chileno Bernardo O’Higgins. 

San Martín y su ejército se recuperaron de la derrota de Cancha Rayada para propinar una aplastante derrota a las fuerzas realistas en la batalla de Maipú. Al final de esta terrible contienda, se produjo el histórico abrazo del Libertador con el herido O’Higgins. Esto ocurrió el 5 de Abril de 1.818. El gobierno de Chile premió a San Martín con una gran suma de dinero y una vajilla de plata, regalos que fueron rechazados con el argumento: “No estamos en tiempos para tanto lujo”. El guerrero de la Patria debe ser austero y cauto. 

Luego de idas y venidas, con gestiones en Buenos Aires y soportando presiones políticas, consiguió formar una escuadra naval con argentinos y chilenos, para desembarcar el 8 de Septiembre de 1.820 en el Perú. Después de meses de algunos combates y arduas negociaciones con las autoridades realistas, San Martín entró en Lima. El 28 de Julio de 1.821, declaró la Independencia del Perú y fue proclamado Protector de la nueva nación, con autoridad civil y militar. Durante su gobierno, entre otras importantes acciones, inició la liberación de esclavos y eximió a los pueblos originarios de los tributos que pagaban como tales. Aún faltaba expulsar a los realistas de gran parte del Perú y de Ecuador. 

Entre el 26 y 27 de Julio de 1.822, Simón Bolívar y José de San Martín se reunieron en Santiago de Guayaquil (Ecuador), acordando que a partir de entonces, la campaña libertadora quedaba a cargo del prócer venezolano. El 10 de Septiembre de 1.822, San Martín presentó su renuncia ante el Congreso del Perú. 

En los meses finales de 1.823, llegó a Buenos Aires, donde había fallecido su esposa. Acusado de conspirador y hastiado por las luchas internas entre unitarios y federales, partió de Buenos Aires hacia Europa con su hija, que hacía poco menos de ocho años había nacido en Mendoza, cuando el General era Gobernador de esa provincia.
El 10 de Febrero de 1.824, casi doce años después de su retorno a la Patria, partió desencantado por lo que pasaba entre compatriotas. Cinco años después intentó volver, pero no llegó a desembarcar, pues las luchas entre hermanos continuaban. Rechazó el cargo de Gobernador de Buenos Aires que le fuera ofrecido, diciendo: “El General San Martín jamás desenvainará su espada para combatir a sus paisanos”. 

Vuelto a Europa, se mantuvo en contacto con sus amigos argentinos, interesándose siempre por lo que ocurría en nuestro país. Jamás se alejó del todo de su tierra. 

A la edad de 72 años, a las tres de la tarde del 17 de Agosto de 1.850, falleció el General Don José de San Martín en Boulogne-Sur-Mer (Bolonia Sobre el Mar), en Francia. 

Desde estas pocas líneas, Alero Quichua Santiagueño adhiere a los homenajes que se rinden al Padre de la Patria e invita a que nos informemos cada día más respecto a la vida y hazañas de este argentino ejemplar. Sería bueno brindar esta recompensa inesperada a quien luchó por nosotros. 

12 de Agosto de 2.014.

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