Por Crístian Ramón Verduc
30/12/2014
Vendiendo su carbón, ahí va el carbonero...

“Vendiendo su carbón, ahí va el carbonero...” dice una conocida chacarera santiagueña difundida por Los Hermanos Ábalos. 

El carbón vegetal es elaborado en nuestra campaña trabajando “a mano”, con poca mecanización. Generalmente, la madera uilizada para el carbón es producto de desmontes. Una vez derribado un árbol, separan los pedazos que servirán para postes, varillas, y otros elementos utilizables, y destinan al carbón todo lo demás. Los troncos para carbón, de distinta medida en cuanto a longitud y espesor, son acarreados desde el monte abatido hacia los hornos en carros, zorras u otros vehículos que utilizan la tracción de mulas o bueyes. 

La gente que trabaja con el carbón, generalmente lo hace bajo la dirección de un “Maestro”; ese conocedor, que en muchos casos es el propietario del inmueble, va indicando qué se debe hacer, qué espesor de troncos utilizar, etc. Así van armando el horno, de forma hemisférica. También hay hornos hechos de ladrillos, en cuyo interior se acomodan los troncos que serán carbonizados. 

Una vez terminada de quemar la parva, los operarios la dejan enfriar y comienza la tarea de clasificación y embolsado. Las bolsas de carbón serán cargadas en el carro carbonero, el que hará largas travesías con su valiosa carga. 

El carro carbonero tiene la forma de un cubo abierto por arriba, con sus lados delantero y trasero inclinados hacia fuera, para aumentar el espacio a llenar con carga. Así es que los carros carboneros parecen barcos en tormentas de sol o frío, navegando hacia quienes precisan lumbre. 

Las tropas de carros carboneros solían hacer largas travesías hacia la provincia de Tucumán, donde se separaban para recorrer las calles al grito de “¡Carbón! ¡Carbón!”, el que a lo lejos suena: “Bóon, bóon…
En sus extensos viajes, los grupos de carros carboneros tienen paradas preestablecidas, lugares donde los animales descansarán y se alimentarán, mientras que los esforzados troperos saludarán a conocidos y conversarán con los lugareños. 

El carro tiene dos varas, donde suele ir una mula grande y fuerte. Tirando con cadenas, a ambos lados del varero, hay mulas que van tirando también del carro. Delante de todo el grupo, o a veces por detrás del carro, marcha la “yegua madrina”, con una campanilla o un cencerro colgando del cogote. Dicen que toda la tropa sigue a la madrina; si se alejan del campamento, el propietario deberá escuchar dónde suena en ese momento el cencerro y así encontrará a toda la tropilla. 

Aún se ve, de vez en cuando, uno que otro carro carbonero. El decreciente uso del carbón vegetal, la facilidad de transportar con camiones o camionetas y, lo que es peor: La creciente escasez de árboles y bosques para atacar con hacha o motosierra, ha ido dejando en puerto a estos enormes navíos terrestres. Nos queda la nostalgiosa satisfacción de haberlos visto andando por las calles de las ciudades, ofreciendo a viva voz su producto tan necesario para los hogares. 

El mundo está cambiando al son del modernismo y los avances tecnológicos. Hay oficios y elementos de trabajo que tienden a desaparecer, como lo es en este caso el carbonero y su carro. Hay cambios que son necesarios, aunque la nostalgia ataque sin piedad. 

La vida de los seres vivos está sujeta a cambios de su entorno; el carbonero no podía escapar a esta afirmación y también cambió. Algunos ex carboneros, ahora manejan automotores en vez de guiar los pesados carros. La población, que antes usaba carbón para el fuego donde cocinar, ahora utiliza el carbón solamente para el asado; para otras cocciones utiliza el gas, natural o envasado. 

Así como puede perderse de vista totalmente el carro carbonero, el quichua corre riesgo de perder su condición de lengua viva, al ir formándose empíricamente pocos nuevos hablantes. Ultimamente abundan estudiosos del idioma, lo cual es muy bueno. Hay una cantidad cada vez mayor de gente que hace sus estudios e investigaciones idiomáticas y se percibe un creciente interés por el idioma. 

Así como el carbón no se convertirá en brasa si no lo elaboramos, el quichua no fructificará si no lo practicamos, si el quichuista no se dedica a ejercer su derecho al habla. Debemos cuidar que no se desmonte el bosque del quichua. Busquemos a los auténticos hablantes, preguntémosles sobre las dudas y temores que les impiden hablar en voz alta. Hay que brindarles la posibilidad de hablar libremente. Tal vez este cambio de actitud sea lo que está faltando al hablante para sentirse reconocido y valorado. Si el quichuista percibe que lo suyo es valioso, no tendrá problemas para transmitir conocimientos a sus descendientes. 

Cultivemos el quichua desde una posición activa, procurando abrir puertas y facilitar la vida para el quichua hablante. Puede ser un buen desafío a plantearnos para el año que comienza. Hagamos lo posible para que el quichua sea como el carbón: Que ayude a dar buena temperatura a la cultura propia de nuestro pueblo.
¡Alli huata mósoj! ¡Feliz año nuevo! 

30 de Diciembre de 2.014.

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