Por Crístian Ramón Verduc
29/12/2015
“Si se calla el cantor, calla la vida”, dice una bella canción del folclore argentino.

Cuando Horacio Guarany la canta, le da un toque muy personal y significativo, pues en ocasiones han intentado acallar su canto; por eso sabe muy bien de qué se trata lo que está diciendo en esta canción de su autoría.

¿En qué ocasión debería callar el cantor? ¿Cuándo sería razonable que un cantor silencie su voz? Son preguntas un poco difíciles de responder, pero preguntando a varias personas podríamos obtener varias respuestas distintas, seguramente. Una posible respuesta se encuentra entre los consejos de Martín Fierro a sus hijos, cuando les dice: “El primer cuidao del hombre, es conocer cuando irrita.”

¿Cuándo el canto puede ser irritante? Posiblemente, cuando los dichos del intérprete son opuestos a los sentimientos del oyente. En ese caso, también podemos volver a los consejos de Fierro, cuando dice: “Si andan entre gente extraña, deben ser muy precavidos, pues por igual es tenido quien con malos se acompaña.”

Podemos cambiar el concepto de “malo” por “afín a nosotros”, afín a quien canta. Si uno sabe de antemano que su canto puede causar antipatía entre el público, debería decidir si va a cambiar el repertorio, si va a cambiar de escenario y por ende de público, o si va a ir a confrontar, como quien anda “arrastrando el poncho”. Se dice que cuando uno provoca anda arrastrando el poncho para pelear con quien se lo pise.

El canto es una siembra, y siempre se ha de tratar de sembrar en suelo fértil, donde ese cantar sea bien recibido, por respeto al propio canto. Si uno sabe de antemano que lo suyo no va a ser aceptado, es mejor que espere mejor lugar u ocasión. En todo caso, no estamos diciendo que el cantor debe callar, sino que debe esperar o trasladar su canto hacia otro lugar.

Haciendo alusión al grillo y su molesto cantar, Elpidio Herrera dice en una chacarera que es toda una hazaña la del grillo cuando consigue “cantar, que no les guste, y estar vivo al otro día.” Un insecto cantor que en esta época, cuando suelta su canto en coro, puede llegar a perturbar conversaciones e incluso el canto de otros, es el coyuyo.

El coyuyo, llamado cigarra en otros pagos, es en nuestra provincia un insecto verde de unos tres centímetros de longitud, cuerpo robusto, largas alas transparentes y cuerpo de color verde con dibujos negros. Otras especies afines son el “royo” y la chicharra. El royo es similar al coyuyo, sólo que es de mayor tamaño y de color marrón con dibujos negros, mientras que la chicharra parece un royo en miniatura.

Cada una de las tres especies tiene su propio canto, con una potencia proporcional a su tamaño. En esta época del año, en que las vainas de algarroba han terminado de crecer y están madurando, la gente paisana relaciona el canto del coyuyo con tal acontecimiento, por eso se dice que si no cantan los coyuyos no madura la algarroba. Los coyuyos, royos y chicharras pueblan algarrobales y otras arboledas mientras se llaman unos a otros a puro canto, en una invitación para perpetuar la especie.

Es necesario cantar para que florezca la vida. Hay que cantar para acercar los corazones. A las huahuitas (recién nacidos o muy chicos) se les canta para llamar al sueño. Cuando el criollo es grandecito suele cantar endechas de amor. Se le canta a la gente, a los animalitos, a los bosques, a las salinas, al amanecer, a la noche, al Sol, a la Luna... se le canta a la Vida.

En la provincia de Santiago del Estero hay mucha gente que canta. El departamento Atamishqui especialmente, nos ha dado muy buenos cantores, muchos de ellos de la Villa Atamishqui. En los años ’70 surgió en nuestra provincia un conjunto de canto vigoroso, que ganó la ciudad de Santiago alentado por Felipe Corpos. El conjunto se llamaba Los Coyuyos Atamishqueños.

Estaba integrado en aquellos años por Manuel “Bebe” Herrera, su hermano Elpidio Herrera, Germán Edgar “Chito” Díaz, Ramón “Piri” Leguizamón y Luis “Pishquín” Rodríguez. Aparecieron en Radio Nacional tocando Elpidio y Chito las sachaguitarras y todo el grupo cantando. Ha sido una grata sorpresa escuchar esas voces que venían de la entonces lejana Villa Atamishqui.

Enseguida el canto de Los Coyuyos ganó Santiago, Buenos Aires y otras ciudades argentinas. Fueron invitados a participar en el Volumen 3 del Alero Quichua Santiagueño, y el Volumen 5 estuvo íntegramente dedicado a la Filial Atamishqui del Alero Quichua, con grabaciones de Los Coyuyos Atamishqueños y Las Sachaguitarras Atamishqueñas.

Un cierto tiempo después, el conjunto se desmembró por cuestiones laborales de algunos de sus integrantes. Pishquín Rodríguez fue a trabajar en la provincia de Salta. Años después pasó a Buenos Aires y allí rearmó el conjunto, con otros integrantes. Hasta hace pocos años, Los Coyuyos Atamishqueños era un conjunto de cuatro voces, cuatro guitarras y un bombo.

En algunos temas sonaba una sachaguitarra. El canto quichua no podía faltar entre estos cantores atamishqueños. Por lo menos una vez al año venían a cantar en Villa Atamishqui, en la fiesta de Las Sachaguitarras Atamishqueñas. Al disgregarse esta nueva formación de hombres cantores, Pishquín continuó con el canto de Los Coyuyos Atamishqueños a dúo con Marina Rodríguez, su hija.

El dúo sonaba ancha súmaj (muy lindo), especialmente en el canto de la vidala. La salud de Pishquín venía decayendo desde hace mucho. A causa de ello, varios años atrás había perdido la vista. Un cantor puede perder un sentido, pero si no ha perdido la voz va a seguir cantando; por eso Pishquín siguió cantando toda su vida, compartiendo gratos momentos con santiagueños y otros provincianos residentes en Buenos Aires, hasta que hace un par de años, padre e hija decidieron radicarse en Santiago del Estero. Igual, el Coyuyo Atamishqueño seguía cantando a veces en Buenos Aires.

En este último tiempo, su salud se fue poniendo cada vez más delicada. Hace pocos meses, debió soportar el fallecimiento de un hermano. Sin aún reponerse de la tristeza por al partida de su huaucke, fue impactado por la muerte de su madre. Con su salud muy delicada, se trasladó a Buenos Aires, donde falleció en la madrugada de hoy, nueve días después que su madre.

Hoy es un día de calor en Santiago del Estero. Ayer por la tarde y anoche los coyuyos cantaron con toda su energía, para luego ir acallando su canto como si percibiesen que un gran cantor, una bella persona, un Coyuyo Atamishqueño, estaba cantando en silencio su partida. El día amaneció triste por el silencio en la voz de Luis Rodríguez, pero no se calló el cantor. Hoy cantaremos, mañana y pasado mañana y siempre que podamos cantaremos.

Cunan punchau (en el día de hoy) imaginariamente cantaremos a dúo con Pishquín unas vidalas atamishqueñas, para que no calle la vida.

29 de Diciembre de 2.015

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