Por Crístian Ramón Verduc
17/05/2016
“El hombre es lobo del hombre”

dejó escrito un comediógrafo hace veintidós siglos en Roma. En nuestros pagos no hay lobos, pero tenemos referencias sobre la ferocidad de esos animales.

En libros de lectura y de cuentos infantiles, inspirados en las culturas europeas, hemos visto desde nuestra infancia que el lobo es malo, cruel, implacable, etc. Si le prestamos atención desde un punto de vista más racional, descubrimos que el lobo es un ser viviente más que cumple el rol que le ha sido asignado en la Naturaleza. Igual, en vista de los estragos que los lobos hacían en las majadas y otros seres vivos, la comparación con aspectos malos del hombre es bastante clara y entendible. Dicen que a las posibles maldades del ser humano pueden frenarla tres factores: La religión, la sociedad y la Ley. Desde tiempos antiguos, cada sociedad adhirió a una creencia religiosa, dictó sus leyes de convivencia y de un modo u otro, estuvo atenta a las conductas individuales de sus integrantes.

De un tiempo a esta parte proliferó la costumbre de no prestar atención a “el qué dirán”, pasando algunas personas de la libertad al libertinaje. Esa falta de preocupación por lo que opinará el prójimo rompió compuertas morales con las que algunos reprimían las tentaciones e inclinaciones malas. “La gente es buena, pero si se la controla es más buena”, decía un líder político hace unas décadas. La falta de control de la comunidad hacia el individuo, ha vuelto al individuo enemigo de la sociedad.

Corrientes filosóficas “modernas” han llevado a la paisanada hacia el ateísmo, hacia el descreimiento, lo que sumado a la falta de preocupación por la opinión y el bienestar del vecino, ha creado un campo propicio para las actividades delictivas. Otra “moda” ha llevado a una parte de la sociedad a despreciar a todo lo que luzca uniforme, incluidas las fuerzas del orden auxiliares del aparato judicial. El sistema judicial lento y benévolo, secundado por fuerzas de seguridad sin respeto, han dado como resultado una sociedad humana plagada de hombres que son lobo del hombre, que no se preocupan por lo que dirá la sociedad, no tienen frenos de índole religiosa ni temen a los leves castigos de la Ley.

Hubo sociedades que funcionaron bien, libres de vagos, ladrones y fingidores. La civilización más notable y organizada de América del Sur ha sido el Tahuantinsuyu, al que los españoles llamaron Imperio Incaico. El vasto Tahuantinsuyu estaba poblado por gente básicamente igual a cualquier otra, con sus tendencias hacia la bondad y hacia la maldad. El sistema de gobierno incaico y la cultura moral del pueblo logró una sociedad organizada. El pueblo estaba dedicado al trabajo, cada uno en su especialidad o función asignada; el producto de ese trabajo se destinaba al sustento de la familia, a la previsión para ellos mismos o para el prójimo, con un fuerte sentido comunitario, para el sostén de lo que podríamos llamar la iglesia (para simplificar) y para el aparato gubernamental.

El poblador del Tahuantinsuyu se cuidaba de no causar mala impresión a sus iguales, ni de ir contra lo que sus creencias le indicaban, ni mucho menos hacerse acreedor a los temibles castigos para los transgresores de las leyes oficiales. Pero el Inca no se quedaba con que se habían dictado normas; también tenía un eficiente sistema de control y resolución de problemas menores. La población se agrupaba en aillus, que podríamos definir como clanes integrados por familias emparentadas entre sí.

Cada aillu estaba bajo el mando de un Curaca, el que a su vez debía responder ante una autoridad superior por el buen desenvolvimiento de las actividades en su comunidad. Lo que ayudó enormemente a los españoles en su invasión al Tahuantinsuyu, fue que precisamente en el tiempo de su llegada, los hermanos Huáscar y Atahualpa no estaban unidos, por eso fueron “devorados por los de afuera” a partir de 1.532. Dos siglos después de los aciagos acontecimientos bélicos que iniciaron la caída del Tahuantinsuyu, nacía José Gabriel Condorcanqui Noguera, descendiente de criollos y del Inca Túpac Amaru. José Gabriel Condorcanqui se casó en 1.760 con la joven Micaela Bastidas Puyucahua, descendiente de tahuantinsuyanos y africanos.

El matrimonio tuvo una vida materialmente próspera, pues el noble Condorcanqui era un exitoso comerciante. También era Curaca de una amplia región, cumpliendo funciones de mediador entre su gente y las autoridades españolas. El 4 de Noviembre de 1.780, José Gabriel Condorcanqui Noguera cambió su nombre por el de Túpac Amaru II y se proclamó Inca, iniciando la mayor rebelión de pueblos originarios en América del Sur. Las batallas fueron cruentas, hasta que fue capturado el 6 de Abril de 1.781. Luego de un juicio por parte de los españoles, fue condenado a muerte, junto a su esposa y familiares, que habían participado activamente en la rebelión. Fue cruelmente torturado para que revele dónde estaban los demás rebeldes, pero los tormentos fueron vanos.

El 18 de Mayo de 1.781, Túpac Amaru II y sus cercanos fueron arrastrados por caballos hasta la Plaza de Armas de Cusco. En este tormento cercano al final, iba cada uno apretado dentro de una bolsa de cuero. Las ejecuciones (mas bien asesinatos) de cada integrante del grupo eran obligatoriamente presenciadas por los que esperaban la muerte. Los últimos en morir fueron Micaela Bastidas y Túpac Amaru II. Ambos vieron la muerte de sus seguidores cercanos, tío e hijos. Después de sufrir esas muertes y la de Micaela, Túpac Amaru fue atado de muñecas y tobillos a cuatro caballos que eran obligados a tirar en cuatro direcciones, en un intento por descuartizar al líder tahuantinsuyano.

Antes, al igual que a varios de los ejecutados ese día, le habían cortado la lengua. El suplicio con caballos debió terminar ante la imposibilidad de desmembrarlo con ese fuerte tironeo. Entonces, lo decapitaron y luego descuartizaron con armas filosas. La rebelión de Túpac Amaru II lo sobrevivió, continuando por un tiempo mas o menos extenso en vastas regiones del Perú. Faltaban pocas décadas para la Revolución de Mayo en Buenos Aires y la liberación de esta parte de América, por héroes de la talla de José de San Martín y Simón Bolívar.

Túpac Amaru II, con la lengua arrancada y el cuerpo descuartizado, sobrevive en la memoria de su pueblo. La maldad y la crueldad, incentivadas por la escasez de controles, pueden alcanzar niveles horripilantes.

Es necesario evitar los vicios de la pereza, la mentira y el robo, por que de ellos surgen males mayores, los que luego son difíciles de contener. Por todo eso, no dejemos de lado el mandato: Ama súa, ama llulla, ama ckella.

17 de Mayo de 2.016

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