Por Crístian Ramón Verduc
02/08/2016
“Yo tenía una gallina que al gallo le reclamaba....”

canta Don Sixto Palavecino en la Chacarera del Cacareo (Sixto Palavecino - Fernando Almaraz). La gallina del Sudeste Asiático, la que conocemos como gallina doméstica o simplemente gallina, ha llegado a nuestro continente con los conquistadores europeos, los que cargaban en sus barcos a este animal relativamente fácil de mantener a bordo de sus estrechos navíos. Sin necesidad de mayores cuidados, las gallinas proporcionaban a los navegantes una buena cantidad de huevos para completar la magra dieta de los viajeros marinos. Llegado el caso, se mataba alguna gallina para disponer de carne blanca fresca.

Nuestros quichua hablantes llaman atashpa a la gallina. Algunos quichuistas pronuncian de tal modo que suena como atallpa, si consideramos al sonido ll como suena en nuestro castellano regional, distinto al del Litoral Argentino u otras regiones de habla castellana.

Si buscamos entre los animales originarios, algunos que sean “parientes” de la gallina, podemos decir, con muy buena voluntad, que la perdiz y la martineta se parecen en parte a la gallina, por su hábito de poner una gran cantidad de huevos, ponerse “cluecas” para empollar y criar a sus pollitos enseñándoles cómo han de alimentarse por su cuenta. Los pollitos de la gallina son más dependientes de la madre que los de las perdices y martinetas.

Si buscamos otros parecidos entre las aves de distintas procedencias, encontramos que la charata y la pava del monte se parecen bastante al faisán. El animal que parece ser distinto a todos es el pavo, originario de América del Norte. Los aztecas lo llamaban guajolote, y en los distintos lugares del mundo donde fue adoptado como ave proveedora de carne, fue bautizado con distintos nombres. Para los pueblos de habla castellana, el nombre del ave es pavo.

No debemos olvidar que de nuestro continente salieron también hacia el mundo el maíz, la papa, la batata, el tomate y tantos otros productos que maravillaron a europeos y asiáticos, sirviendo nuestros alimentos para enriquecer la mesa de aquellas civilizaciones y en muchos casos salvarlas de hambrunas. Es poco menos que cómico ver en algunos mercados que nos ofrecen, por ejemplo, tomates italianos, cuando los tomates salieron de América hacia Europa y no al contrario.

Por otra parte, hemos dado en llamar “gallina criolla” a la que no tiene una raza definida, mientras que las de alguna raza pura tienen nombre en inglés.

En este intercambio de seres vivos y conocimientos, todas las partes encontradas recibieron sus beneficios. El caballo, traído desde Europa como contundente aliado de los guerreros españoles, fue adoptado por los pueblos originarios y por los criollos, llegando ser junto al perro, los compañeros de travesía de los gauchos arrieros y de los andantes de los caminos hechos y por hacer. Las cargas de los Granaderos a Caballo, los ataques sorpresivos de los Gauchos de Güemes y otras acciones de la caballería criolla durante la Guerra de la Independencia, son algo así como un desquite de los pueblos de este continente ante el invasor, el que al llegar tuviera la ventaja de luchar montado contra guerreros de a pie.

El intercambio entre las personas y entre los pueblos es cosa muy buena, pues ayuda a enriquecer al conjunto de participantes en tal intercambio. Por ejemplo, los pueblos originarios de nuestro continente tenían sus técnicas para el cultivo de la tierra y cría de ganado. Los europeos introdujeron sus propios métodos para la agricultura y la ganadería. De la conjunción de ambos se lograron grandes mejoras, las que fueron mejor aprovechadas por quienes pasaron a detentar la propiedad de grandes extensiones de terreno. Como quiera que fuese, el intercambio ha sido beneficioso para todos.

Es tarea del Hombre el trabajar la tierra, sembrando mucho para cosechar algo. En esa cosecha hay que ver qué es verdaderamente beneficioso y qué es dañino, como quien separa la paja del trigo, o elimina la cizaña (hierba mala). Una vez hecha tal selección de lo cosechado, tiene que utilizar una parte para su propio consumo y cobertura de necesidades, para sembrar lo mejor que tenga de su cosecha. La próxima cosecha tiene que ser mejor, de mejor calidad, la que a su vez ha de ser bien seleccionada para una nueva siembra. Con este criterio, sus descendientes van a encontrarse con semillas mejores que las del sembrador inicial. La historia de la Humanidad discurre entre esa sucesión de siembras y cosechas. Es fundamental ver bien qué estamos sembrando cada uno de nosotros.

Si el concepto de siembra y cosecha es trasladado al área del saber, vemos ahí reflejada la vida del Ser Humano en la faz de la Tierra. A lo largo de la Historia hubo siembras, buenas cosechas, cosechas malas, incendio de campos del saber, siembra de alimentos y de malas hierbas. Está en cada uno de nosotros el elegir qué es lo que queremos sembrar en la vida, sin olvidar que, como dice el saber popular: “Quien siembra vientos, cosecha tempestades”.

Quien siembra un bondadoso y bien intencionado trigo del conocimiento y los sentimientos, cosechará el sabroso pan de la misión cumplida, y ello lo verá en sí mismo, o en sus descendientes. Lo va a ver, de algún modo lo va a ver.

02 de Agosto de 2016.

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