Por Crístian Ramón Verduc
05/09/2017
Tenemos que hacer un homenaje a Don Fortu… ¿Dónde podría ser?

“Tenemos que hacer un homenaje a Don Fortu… ¿Dónde podría ser?” – Preguntó un cantor. “¿Ímaj mana ciudadniypi?” – Se dijo la quichuista, y expresó su pensamiento: “¿Por qué no en Loreto?” Seguramente más de uno, sin salir de la sorpresa, habrá pensado: “¿Cómo no se me había ocurrido?” Así, en el Taller Continuo de Quichua, había surgido la idea para realizar un gran acontecimiento.

Se acercaba Septiembre y, en sus primeros días se cumpliría un nuevo aniversario del fallecimiento del inolvidable Fortunato Juárez. No se puede olvidar así nomás a una persona que nos ha dado tantas alegrías y satisfacciones. Era un hombre siempre dispuesto a dar el consejo adecuado, brindar sus conocimientos para ayudar, y adherir a todo movimiento relacionado con el arte en general y con la música criolla en particular. Su sonrisa franca y su buena disposición para dar una mano han sido un sello característico de Don Fortunato.

Había nacido en Loreto. En su familia había músicos y cantores; ninguno dedicado exclusivamente al arte, sino como era costumbre, practicantes del canto nativo en horas de descanso, como para que también el soncko (corazón) se tomase un respiro del trabajo diario. Trasladada su familia a la ciudad de Santiago del Estero, el pequeño Fortunato se dedicó a lustrar zapatos en el centro, al igual que muchos otros chicos que ayudaban así a la familia. La plaza Libertad, la Catedral, los negocios céntricos, los personajes que convergen a esa vidriera aldeana que es la plaza del centro, los recuerdos del pago loretano… todo ello iba formando en la mente del changuito una serie de imágenes que pugnaban por transformarse en poesía para recitar o cantar.

Sus hermanos mayores tocaban distintos instrumentos y cantaban, tal como lo habían hecho sus mayores en Loreto. Fortu, poco a poco aprendía la guitarra, guiado por sus hermanos. De tanto cantar temas de autores diversos, pronto le surgió el canto propio y comenzó a escribir algunas letras y a tocar algunas melodías nuevas que surgían de su interior.

No faltó en su inquietud de muchacho ávido de mundo, la idea de dar una vuelta cancionera con uno de sus hermanos, para conocer otros pagos del Noroeste Argentino. Era costumbre de la época que los cantores supiesen “de todo”; había que cantar canciones de su propio terruño y prácticamente de todo el país. El cantor que quisiera ganar afectos y reconocimientos, debía tener amplios conocimientos y muy buena memoria, para complacer los requerimientos de los presentes, sobre todo andando en otros pagos.

Contaba Don Fortunato que en la provincia de Salta, un señor muy recio e imponente, tanto en su aspecto como en su actitud, les pidió con demasiada firmeza que cantasen una pieza, agregando que hasta entonces no había conseguido un cantor que la supiera completa. Los dos Juárez conocían el estilo que el hombre pedía, pero nunca se habían puesto a cantarlo, así que se podría decir que lo conocían pero no sabían si lo sabían completo. Viendo la actitud poco menos que amenazante del parroquiano, Fortunato comenzó a tocar la guitarra en un tono que podría ser el adecuado y comenzó a desgranar los versos cantados, mientras con los dedos evocaba lo visto hacía mucho tiempo en viejos cantores. Una vez finalizado el canto, al levantar la vista, descubrió que el recio parroquiano tenía los ojos inundados de quién sabe qué recuerdos. El hombre se acercó y les dijo que El Gaucho Peñaflor (tal el nombre del estilo que había cantado) era su pariente y que siempre había buscado alguien que le hiciera escuchar la pieza musical criolla que le había sido dedicada. El agradecimiento no fue solamente verbal; el dinero que les dejó ese gaucho salteño fue suficiente para vivir bien durante un tiempo mas o menos prolongado, mientras continuaban conociendo la linda provincia del Norte.

Cuando ya estaba casado y trabajando “como cualquier hijo de vecino”, continuó cantando con sus hermanos o solo, en peñas, festivales, programas de radio y ruedas de amigos, tanto en la provincia de Santiago como en Buenos Aires, Rosario y cualquier lugar del país. Era su diversión de los fines de semana, y el Lunes cada uno de Los Hermanos Juárez volvía a su trabajo habitual.

Como quien cantar, enseñar guitarra y canto, actuar en cuadros costumbristas, asesorar gratis a instituciones culturales como el Alero Quichua Santiagueño, en el que participó desde los primeros años, Don Fortunato siguió creando un amplio trecho del cancionero folclórico argentino. Cantores de todas las provincias interpretan casi todos los días Inti Súmaj, Paisanita de mi Pago, Sonia Nancy, Costanera de Santa Fe, Ahicito nomás, Violincito santiagueño, El violín de Tatacu, Luz de mis ojos, Chacarera del chilalo... y hay mucho más.

Don Fortu pasó por la jubilación laboral, la viudez, el nuevo casamiento, venciendo a sus temores expresados en Tristezas de un corazón (… “mas, tengo miedo que otra vez la muerte impía, destroce mi alma y se lleve a mi querida”…), hasta que su corazón, cansado de tantas emociones, comenzó a fallar. La reacción de Don Fortunato fue reclamarle cantando "¿Qué te pasa, corazón?"

El querido Fortunato Juárez falleció el 7 de Septiembre de 2.000, en una semana aciaga para el folclore santiagueño y argentino. Cada día lo recordamos cantando. Este año lo hemos homenajeado en su Loreto natal, gracias a la iniciativa de sus hijas, el accionar de Marcelo Salvatierra, Mari Sandoval, Alejandro Iñíguez, la gente del Alero Quichua Santiagueño, una gran cantidad de ex alumnos de Don Fortu, familiares, amigos y admiradores. La Municipalidad de Loreto hizo materialmente posible este hermoso acontecimiento folclórico dedicado a uno de las grandes figuras de la cultura santiagueña que nos regaló la ciudad de Loreto. La Fundación Tárpuy sembró su ayuda también en esta ocasión.

Finalizada la audición radial del Domingo 3, un grupo de gente de nuestro Alero partió hacia Loreto. Otros habían ido temprano, para ayudar a Mari Sandoval en los preparativos del día.

A la sombra de los árboles del parque Fuerza Aérea, a la vera de la Ruta Nacional 9, se iban reuniendo músicos, cantores y espectadores, hasta que comenzó el canto criollo, primero en quichua y luego con temas de Fortunato Juárez, muchos de ellos también salpicaditos de quichua, manifestando el origen bilingüe del homenajeado y los años que compartiera con el Alero Quichua Santiagueño.

Durante toda la tarde y hasta entrada la noche, pasaron por el escenario permanente que tiene el parque, cantores, músicos, bailarines y recitadores, mientras gran parte del público adhería a la danza.

Un momento culminante se dio cuando el Director de Cultura de la Municipalidad de Loreto entregó un presente a las hijas de Don Fortunato. Es un cuadro en el que está un retrato dibujado del gran autor, rodeado de significativas imágenes y nombres de algunas de sus creaciones más famosas. A la par de la imagen y dentro del mismo cuadro, una copia del Acta de Nacimiento certifica que el insigne autor y cantor es loretano.

Por la noche temprano, cada uno inició el regreso al hogar, todos físicamente cansados pero con el espíritu renovado, por haber compartido una jornada en honor a un hombre bueno y artista talentoso: El inolvidable Fortunato Juárez.

05 de Septiembre de 2.017.

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