Por Crístian Ramón Verduc
07/08/2007


¡Qué personaje misterioso es el mendigo! No podemos saber, al verlo o al conversar con él, las circunstancias de su vida. Es muy posible que hace tiempo, esa persona haya vivido “bien”, con posesiones materiales, con una formación académica y rodeado de una familia. ¿Cuándo y por qué habrá salido a la calle a vivir de un modo que la gran mayoría de la comunidad no comparte? Hay quien habla de problemas sicológicos hereditarios o traumáticos, o de consecuencias del alcoholismo... Seguramente hay especialistas que tienen las explicaciones y, ojalá, las soluciones. El caso es que, a lo largo de la historia y en cualquier lugar del mundo, podemos encontrar algún mendigo u otra persona que vive en las calles, en estado de abandono.

               En Santiago del Estero, algunos mendigos o vagabundos son muy conocidos, incluso hubo quienes han compuesto alguna canción para ellos. Es el caso de Paulino o Pancho Poleo, por ejemplo. Pancho Poleo pasaba casi todo el día fuera de la casa, pues iba a las afueras de la ciudad, casi siempre al sur, llegando hasta Maco y zonas vecinas para juntar poleo, cedrón y otras hierbas que cargaba al hombro en una bolsa. De regreso, ofrecía los yuyos a domicilio. Es decir que Panchito no fué un mendigo, sino un andariego que era ayudado por las amas de casa a cambio de yuyos del monte, útiles por cierto. Hay todo un anecdotario respecto a este personaje rubicundo agringado. Una de sus “clientas” siempre le aconsejaba que dejase de beber vino. Un día, Panchito le dijo con toda su inocencia: “Tía, ya no tomo más vino... ahora tomo alcohol”. Los muchachos, para hacerlo enojar, le decían que fuese a dormir. Un día Domingo, el cantor criollo César Ruiz interpretó en el Alero Quichua Santiagueño una chacarera inspirada en este singular herborista andante. Mas o menos a la misma hora, una motocicleta atropellaba a Pancho Poleo en la calle Independencia al sur, causándole la muerte.

               La zamba El Linyerita (Fortunato Juárez) relata la tragedia del desconocido que, barbudo y andrajoso, había llegado a un boliche para comprar qué comer. Cerca de las vías  ferroviarias, frente a Huayco Hondo y Tarapaya, lo asesinaron dos maleantes para quitarle el vuelto de un billete “grande”. Don Fortu concluye su relato diciendo: “A un costado de la acequia/ de la vía y el camino/ la cruz de palo se encuentra/ marcando un triste destino./ Linyerita de Huayco Hondo/ quién sabe de ánde has venido”.

               Pocho, Pochoclo, Pagá la Coca, son los apelativos de otro sufriente que camina las calles de Santiago o La Banda, durmiendo en cualquier lugar, vistiendo y comiendo lo que la buena voluntad de la gente le proporciona. Se acerca a los talleres mecánicos y se anima a sugerir respecto a fallas de motores. Hay quienes afirman que en su vida “normal” era mecánico de automóviles. Se enoja con quienes maltratan un vehículo o hacen sonar la bocina, sobre todo si percibe que es para burlarse de él.

               En la ciudad de Las Termas de Río Hondo, deambula con paso rápido otro andariego sin rumbo. Es delgado, de barba crecida y cabello largo descuidado. Su piel quemada por el fuerte sol termense y los fríos invernales. Es conocido como “Randazzo”, igual que el apellido de un ex jugador nacional de fútbol.

               “Dito” recorre el barrio Perús, en São Paulo (Brasil), con un carrito de supermercado en el que lleva su perro. Es muy respetuoso con los vecinos que conoce, pero se enoja ante una mirada indiscreta y reacciona a viva voz. Vive a la intemperie y de lo que le dan quienes se apiadan de su pobre condición. Moraba en la casa paterna, aunque desde niño tuvo problemas mentales. A la muerte de sus progenitores, cedió parte de la casa a su hermana casada y hechó su vida a las calles y casas ajenas. Benedito (Benedicto) concurre a misa de vez en cuando. Responde amablemente al saludo diciendo “bom día”, “boa tarde” o “vai com Deus”, como le enseñaran en casa siendo niño.

               En cualquier lugar podemos encontrar a una persona que, desde su drama personal, nos recuerda que hay algo funcionando mal en nuestra sociedad. Desde la canción Nunca Pierdas la Fe, Juan Carlos Carabajal nos exhorta:  

“Que cada día sientas más hermano
y tiendas la mano y calmes la sed
al pobre Cristo que llama a tu puerta,
con la herida abierta, y no quieres ver”.

07 de Agosto de 2.007

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