Por Crístian Ramón Verduc
09/01/2018
“Cuidado… que no te ataje una ñan árcaj”

Así decía Don Sixto Palavecino a algunos de los jóvenes cuando se iban de la peluquería después de un corte o de una visita. La recomendación iba acompañada de una sonrisa picaresca.

La referencia al atajacaminos era por la posibilidad de ser demorado por alguien en el regreso a la casa, ya sea en forma imprevista o por un encuentro programado. Era solamente una broma de Don Sixto, que en ese momento parecía ser un padre o hermano mayor dando una jocosa despedida.

Nuestros quichuistas llaman ñan árcaj a un ave a la que en castellano se la llama atajacaminos. El atajacaminos está emparentado con el cacuy, e incluso actúa de manera similar al cacuy en ciertas circunstancias. Si sus alas están desplegadas y su cola extendida, veremos que el ñan árcaj parece una golondrina grande. Si observamos su vuelo, no tendremos dudas de que es un atajacaminos.

Tiene hábitos nocturnos; acostumbra cazar insectos en horas crepusculares o cerca de luces tenues. Para capturar sus presas, hace un vuelo corto prácticamente vertical, como si saltara unos metros y se dejase caer, aunque no es una caída, sino un descenso rápido. Durante el día queda en el suelo durmiendo; si percibe una presencia extraña, entreabre los ojos y queda quieto, como si toda su confianza estuviese depositada en su color similar al del suelo, lo que le permite mimetizarse, similar a como hace el cacuy.

Pone dos huevos directamente en el suelo y los incuba durante tres semanas. En las próximas tres semanas, los pichones dependerán de la alimentación que le traen sus progenitores, hasta que comienza a volar y cazar por su cuenta. Si uno va caminando por el campo, excepcionalmente podría toparse con un nido de atajacaminos. Ante este peligro, los pichones quedarán muy quietos y con los ojos cerrados, mientras la madre hace vuelos cortos y simula estar herida, para atraer al intruso y alejarlo de sus crías.

Para cazar, se instalan generalmente en los senderos a esperar la aparición de insectos voladores. En un rápido vuelo ascendente, capturan una presa y llevan para sus hijos o se alimentan directamente. Su vuelo es igual cuando alguien va pasando por ese camino y el animalito corre riesgo de ser pisado; por ese vuelo sorpresivo delante de quien va pasando, como si quisiera impedir el avance, es que la gente ha dado en llamar “Atajacaminos” a esta avecita. En quichua, ñan significa camino, árcaj es quien ataja; por ello es que el quichuista llama “ñan árcaj” al atajacaminos.

En nuestra sociedad de habla castellana con características locales y regionales, las palabras castellanas suelen ser deformadas o desvirtuadas, y las palabras quichuas, desconocidas para muchos, sufren peores deformaciones. Por referirse al atajacaminos, algunos dirán ñanarca, ñañarca o yanarca. La expresión quichua es, como ya ha sido apuntado: ñan árcaj.

Cuando la vista del paseante observador ha conseguido superar el mimetismo del ñan árcaj y lo descubre “escondido a la vista de todos” en el suelo, ve como que el animalito está durmiendo, aunque el ave puede estar alerta, con los ojos cerrados o entornados; por ese motivo, en algunas regiones al ñan árcaj lo llaman Dormilón. Gente de nuestro pago suele decir que si uno come carne de ñan árcaj se hará dormilón, que aparte de dormir más tiempo que lo habitual, va a andar somnoliento durante todo el día.

Hay atajacaminos en gran parte del mundo. En los distintos lugares del planeta pueden encontrarse diferencias entre la especie local y las de otras regiones, pero en general son el mismo tipo de ave, con el mismo aspecto y los mismos hábitos.

Cuando marchamos de noche por caminos o rutas, podemos ver a lo lejos un par o varios pares de lucecitas que parecen jugar o danzar, elevándose del suelo, haciendo una cabriola y volviendo al lugar inicial. Son los ojos de los atajacaminos reflejando la luz de un vehículo o de una linterna, mientras cazan bichitos. Una leyenda andina decía que un oficial del Tahuantinsuyu, viendo a su tropa diezmada en un pucara (asentamiento fortificado) por un engaño de los lugareños invadidos, se transformó en ñan árcaj para buscar a la mujer que supone lo había traicionando, causando el desastre; para esa búsqueda de la mujer y los atacantes es que abre bien sus ojos, a tal punto que pueden ser visibles desde lejos si reflejan una luz.

El canto del atajacaminos que frecuenta los montes santiagueños es un gorjeo que suena lindo. Se lo puede escuchar por las noches, andando por los caminos sacheros (montaraces). Hay que estar preparados para que el vuelo sorpresivo del ñan árcaj no nos asuste.

Hay que tener cuidado con los atajacaminos de la vida, para que no nos demoren ni nos distraigan de lo que queremos o debemos hacer. Claro que, si se trata de “una ñan árcaj” agradable, que es a la que se refería Don Sixto, se puede hacer una excepción.

Pese a los avances de la civilización, el atajacaminos no corre riesgo de extinción, en gran parte debido a que necesita de muy poco para subsistir: Un pedacito de suelo donde anidar y y una razonable cantidad de bichitos voladores para alimentarse, similar a un guerrero de vida austera dedicado a mirar el rostro de los paseantes en su intermible búsqueda de quienes causaran sus males.

El ñan árcaj es nombrado en quichua o castellano en el cancionero santiagueño. En la chacarera llamada De Los Lagos (música de Carlos Carabajal), Agustín Carabajal dice en una de las estrofas: “Viniendo de Los Naranjos, yo vi un atajacaminos, cual si descubrir quisiera mis sueños de peregrino.”

En el estribillo de la chacarera trunca La Ñan Árcaj (música de Saturnino Martínez), Juan Carlos Chazarreta (Canqui Chazarreta) dice: “Bendita esta chacarera/ igual que ataja caminos,/ me sale de un derrepente,/ me vuelve dentro del vino.”

Hay que andar por la vida mirando los rostros para reconocer a la gente, siempre en busca de lo que debemos hacer, salvo que nos ataje una ñan árcaj…

09 de Enero de 2.018.

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