Por Crístian Ramón Verduc
30/01/2018
Es interesante ver a los pescadores, uno al lado de otro...

Es interesante ver a los pescadores, uno al lado de otro, procurando capturar cada uno el mejor “bicho” del Río Dulce o de cualquier otro río. En Verano, sobre todo en época de creciente, los “challueros” se agolpan en los puentes, costas e incluso dentro del cauce del Mishqui Mayu en busca de challua (peces).

También es lindo contemplar el río por el río mismo: Ver correr sus aguas, en un avance recto donde no hay obstáculos, acelerando en los angostamientos del cauce, abriéndose con movimientos giratorios al salir de tales angostamientos, mostrando una superficie plana y casi quieta en donde es profundo… el río tiene muchas caras de sí mismo para mostrarnos.

Mientras contemplamos el río, podemos darnos con una sorpresiva zambullida de un Martín Pescador que estuvo haciendo un vuelo estacionario para decidir bien si atacar o no a una posible presa. También podemos ver una garza caminando en “el corto” en busca de alguna mojarra para cazarla de un certero picotazo. Las garcitas blancas suelen unirse en grupo para capturar mojarras cerca de la orilla. Es gracioso verlas correr y saltar, dar pasitos alternados con pasos largos. Dalmiro Coronel Lugones las ha observado con su visión poética para decir en el Romance del Río Dulce: “Se desborda en los bañados, entre un malambo de garzas.”

Cada tanto, puede sorprendernos también el salto de un dorado que atacó desde abajo a un grupo de peces chicos y el impulso lo llevó a romper el espejo de agua. En ocasiones se ve saltar también a las mojarritas que son perseguidas por sus predadores.

La vida en el río es una síntesis de la vida misma: Parece ser que todos sus habitantes están muy ocupados en no ser comidos y procurando comer, todo por la supervivencia individual y de la propia especie.

Los humanos acostumbramos interferir en la vida de otros seres, capturándolos para domesticarlos, brindándoles una vida de alimento seguro a cambio de su libertad. Los peces no escapan a esa costumbre que tenemos de sojuzgar a los que consideramos débiles, sometiéndolos a nuestros deseos.

Hay en el mundo grandes acuarios donde peces, aves y mamíferos acuáticos son exhibidos haciendo lo que su instinto les manda o lo que les ha inculcado un instructor humano. También está la posibilidad de tener un grupo de peces en una pecera que se instalará en el domicilio del usuario, similar a las pequeñas jaulas en las que se encarcelan pájaros. E

n la pecera hay buena convivencia mientras están todos alimentados. Si no, ocurre igual que en la vida normal y el pez grande come al chico. Los pececitos de acuario se acostumbran a comer un alimento que el dueño de la prisión les proporciona con frecuencia regular. Con esa alimentación, el pequeño ser vivo se siente saciado y se dedica a pasar la vida en su estrecha y tranquila pecera, sin atacarse los unos a los otros; sin preocuparse por la posibilidad de ser comido.

Para los seres humanos también podría funcionar un sistema que nos permita vivir en paz mientras no nos falte lo que necesitamos. Eso sería estar en paz con el prójimo por que nos sentimos saciados, pero con nosotros los humanos, la Naturaleza tiene un gran problema: La ambición. La ambición es enemiga de la paz, pues no permite alcanzar la sensación de saciedad, por eso los humanos queremos y necesitamos siempre más, y más, y más.

El deseo de conocer cada vez más, nos lleva a escudriñar el mundo de un modo u otro, tratando de abarcar toda su superficie, sus profundidades terrestres o marinas y sus alturas, ya sean de montañas o alcanzadas mediante artefactos varios. La curiosidad y la necesidad de satisfacer necesidades, han impulsado a la Humanidad para lograr todo tipo de avances tecnológicos.

La insaciable ambición nos lleva a sojuzgar los territorios conocidos, con todo lo que en tales territorios se encuentren. La Historia nos muestra cientos de casos de avance de pueblos sobre territorios de otros, de esclavizaciones masivas, cuando no de masacres increíbles. No deja de llamar la atención que en la mayoría de los casos, las naciones triunfantes en las confrontaciones han sido las que en mejores condiciones de riqueza material estaban. Eso nos lleva a pensar que el ataque de una nación contra otra no siempre se produce para satisfacer necesidades del pueblo, sino mas bien en busca de justicia o, en muchos casos, por increíble que parezca, “para gloria del Rey” de esa nación.

En la Historia del mundo tenemos casos de grandes expansiones imperiales, justificadas por razones religiosas, culturales, de justicia, etc. Pero han sido invasiones de pueblos fuertes, sin hambre, cual peces “llenos” buscando comer a otros peces, tan sólo por haberlos considerado de menor tamaño. La Historia nos muestra la formación de imperios en todos los continentes. En el nuestro podemos ver, por ejemplo, la expansión de los mayas, los aztecas y la integración del Tahuantinsuyu. Según lo que se nos cuenta, los Incas mandaron incorporar al Tahuantinsuyu a una gran cantidad de pueblos, los que recibían los beneficios de ser parte de la gran comunidad andina a cambio del cumplimiento de las obligaciones resultantes de tal integración. No todos aceptaron el ofrecimiento de tales beneficios, como los araucanos, que se trabaron en una fuerte lucha armada contra el ejército del Inca, impidiéndole avanzar sobre territorio chileno.

Después vino el avance de los imperios europeos sobre América, a la que lograron sojuzgar al cabo de cruentas batallas y grandes negociaciones. Menos de tres siglos después, las colonias americanas comenzaron la ardua tarea de expulsar a las autoridades imperiales y hacerse cargo del destino de sus propios territorios. Tal acción no ha sido completa, al punto de que hay en nuestro continente colonias europeas, territorios que son considerados propios por los gobiernos europeos, pese a que esos territorios están en otro continente. La aceptación de tales situaciones nos da la pauta de que el mundo en general es colonialista y capaz de aceptar la injusticia si es perpetrada por un amigo o por alguien lo suficientemente fuerte.

El río de la vida discurre mansamente, con ciertas turbulencias naturales cada tanto y con las condiciones dadas para que todos sus “peces” vivan en paz entre ellos, pero la ambición provoca voracidad y los “peces”, incluso los chicos, buscan la oportunidad para aplicar una mordida a los desprevenidos.

Es necesario mejorar culturalmente para lograr entender cuándo debemos considerarnos satisfechos. Para ello debemos dialogar bastante, conocernos y entendernos.

30 de Enero de 2.018.

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