Por Crístian Ramón Verduc
16/10/2018
"¿Cuándo has aprendido a hablar?"

Es una pregunta poco frecuente, aunque posible, ya que las conversaciones pueden tomar cualquier rumbo. En general, los seres humanos aprendemos a hablar el idioma familiar a una edad temprana, entre los doce y los veinticuatro meses. Se dice que un chico ha aprendido a hablar cuando puede comunicarse verbalmente.

Desde su nacimiento, el humano va descubriendo el mundo y descubriéndose a sí mismo. En las primeras semanas, y algunos casos excepcionales en los primeros días posteriores al parto, los huahuitas utulas (niñitos pequeños) emiten sonidos y algunos de ellos parecen articular sílabas, las que generalmente suenan repetidas. Después intentan imitar lo que escuchan, sobre todo si reciben un buen estímulo de sus cercanos, por eso se recomienda a las madres hablar mucho a sus huahuitas, incluso leyendo en voz alta. El entorno familiar suele establecer una serie de códigos de comunicación con la pequeña criatura, el que generalmente no será del todo interpretado por los que están fuera del círculo familiar.

Poco a poco, la pequeña persona se va integrando a la sociedad, jugando con niños de su misma edad y de otras familias, lo que suele ocurrir en los establecimientos educativos maternales y pre escolares. En una vida de relación, el humano aprende más y en menos tiempo. Así, como quien jugar, en los primeros años de vida uno aprende a comunicarse verbalmente con la sociedad; a continuación, irá ampliando su vocabulario, a medida que conoce nuevos elementos y sinónimos de las palabras que ya habla y entiende.

El castellano, al igual que muchos otros idiomas, es muy rico en vocabulario. El quichua también lo es. Uno puede comunicarse con hablantes del mismo idioma aunque maneje un vocabulario elemental, pero la comunicación ha de ser mejor cuanto mayor sea el bagaje lingüístico de quien habla.

La buena comunicación consiste en saber expresarse, prestar atención a los interlocutores e interpretar bien sus dichos. En la conversación, es necesario ser buen emisor y buen receptor, para evitar confusiones. En ciertas ocasiones, estamos por decir algo y optamos por callar. Si callamos por prudencia, para evitar situaciones desafortunadas, podemos decir que ya hemos ido más allá que del saber hablar, pues ya sabemos también callar cuando es necesario. Entonces, en la vida no sólo necesitamos saber hablar, sino también precisamos saber callar.     

A medida que uno va creciendo y transitando por la vida, sea cual fuere el camino que ha podido elegir para su marcha, va enriqueciendo su vocabulario; incluso puede ser bilingüe o políglota, si se dedica. El bilingüismo, que significa el uso de dos idiomas o lenguas, se da frecuentemente entre nuestros comprovincianos. También ocurre en quienes emigraron a países donde se habla un idioma distinto al que uno practica desde la infancia.

Hay argentinos que van a vivir en países que tienen otros idiomas, y también hay gente de otros idiomas que han venido a vivir entre nosotros. En ambos casos, esa gente se torna bilingüe, hablando “en la calle” el idioma del lugar adoptado para vivir, y en la casa el idioma materno. Hay familias de migrantes que tienen hijos en lugares de idioma distinto al propio; en ese caso optan por hablar a sus hijos en los dos idiomas, para que aprendan a comunicarse donde deberán crecer, jugar, estudiar y trabajar, pero sin perder la conexión del idioma con el país de origen de sus mayores.

Los huahuitas santiagueños de zona quichuista suelen vivir situaciones diversas, según el sistema de vida de cada  familia. Tenemos relatos de personas mayores, que dicen que en su casa se hablaba solamente quichua y que por ende, todos los niños de la zona eran quichuistas, pero que al entrar en la escuela debían aprender el castellano de los docentes, que era una de las condiciones para poder capacitarse. Hay relatos hablados y escritos respecto a que esos chicos hablaban castellano en clase, para volver al quichua en los recreos y en la vida cotidiana, pero sea como sea, iban llevando el castellano a su casa.

También a causa de las migraciones de jóvenes de ambos sexos para trabajar en otras provincias, incluso en la ciudad de Buenos Aires, y el servicio militar obligatorio, el castellano traído por ellos ha ido entrando en las familias. Conocedores de las dificultades que les causaba el quichua en la comunicación con gente de otras provincias y con los docentes, las familias poco a poco han optado por hablar en quichua entre los mayores únicamente, estimulando a los chicos con el castellano. Muchas personas bilingües suelen comentar que han aprendido el quichua un poco a hurtadillas y gracias a sus abuelos, por que sus padres no querían enseñarles.

Dicen los que saben, que el dominio de dos idiomas hace funcionar mucho mejor la cabeza e incluso sugieren el bilingüismo para estimular el crecimiento intelectual de los utulas (chicos). Si ese bilingüismo temprano se da en quichua y castellano, es mejor para nuestra identidad cultural. Una persona bilingüe tiene mayor facilidad para luego ser políglota, que consiste en hablar más de dos idiomas.

En nuestra región tenemos el quichua y el castellano influyéndose mutuamente, por eso nuestro quichua está en parte castellanizado y nuestro castellano puede presentar algunos regionalismos con fuerte influencia quichua. Así como los migrantes que saben cuál idioma utilizar en la vida pública y cuál hablar en la casa, también dentro de un mismo idioma uno selecciona qué expresiones va a utilizar según el momento, el lugar y el interlocutor. Estando bien preparados, no corremos el riesgo de no ser entendidos o de ser mal interpretados.

Queda ancha súmaj (muy lindo) que en el habla paisana hablemos con regionalismos y con bilingüismo, mostrando nuestra identidad santiagueña. Hablando en buen santiagueño vamos a ser bien entendidos por quienes hablan bien el castellano, pues el santiagueño auténtico conserva el vocabulario del castellano que hablaban nuestros mayores.

No deja de ser desagradable y con sensación de retroceso, la incorporación de modismos ajenos a nuestra provincia, los que generalmente suenan errados e incluso groseros, muchos de ellos influidos por el inglés, idioma que se aprende con fines comerciales o laborales. Practicar nuestro bilingüismo criollo es cultivar un rasgo de identidad. Incorporar sin necesidad palabras y modismos que nos son ajenos, tiene todo el aspecto de una claudicación y de retroceso cultural.

Tenemos mucho que aprender sobre nuestra identidad y sobre nuestro lenguaje; por eso, cuando a una persona adulta le preguntaron cuándo había aprendido a hablar, su respuesta ha sido: “Aún estoy aprendiendo”.

16 de Octubre de 2.018.

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