Por Crístian Ramón Verduc
24/09/2019
"Ancha súmaj, sisa pacha chayara"

(Muy lindo, llegó el tiempo de las flores) dijo una persona quichuista. Inmediatamente, otra le replicó: “Mana, ckómer pacha can” (No, tiempo verde o tiempo del verdor es). Otra persona agregó con alegría: “Chiri pacha tucucun” (Termina el tiempo frío), provocando como respuesta: “Chiri súmaj can; ckoñi sajrat can” (El frío es lindo; el calor es feo).

Algo en lo que suelen aparecer las diferencias es también cuando alguien consulta respecto a una tarea que desea encarar: No falta quien le diga “Ama ‘ruaychu” (No hagas), mientras que también alguien le dirá: “Rúay á” (Hacé pues).

Cuando se juntan dos personas para conversar de algún tema, lo más probable es que haya dos opiniones distintas, multiplicándose las posibles posturas conforme aumenta la cantidad de gente. De hecho que los disensos no se dan en “todo” si no en algunas cuestiones específicas y, en una de ésas, las diferencias no son tantas o tan marcadas como parecen.

A la hora de observar consensos y disensos, es muy posible que más que atender los dichos, prestemos atención a las características de las personas que dicen tal o cual cosa, evaluando la credibilidad de cada uno. Todo esto es muy subjetivo, pues no hay métodos ni sistemas exactos para detectar a quienes llullashcancu (están mintiendo) o afirmando con gran convicción algo sobre lo que tienen dudas.

Un gran problema para decidir nuestro criterio respecto a una persona es el lograr definir cuáles son sus preferencias o, como suele decirse habitualmente, cuál es su pensamiento. Mucho solía hablarse de telepatía, lectura del pensamiento y dominio de una voluntad sobre otra; son hechos que se exponen más que nada en espectáculos, aunque en la vida cotidiana no han sido difundido hechos comprobables si los hubiere.    

Para llegar a la convicción sobre algo, es necesario observar y evaluar los hechos, las acciones. Muchas veces se escucha hablar sobre libertad de pensamiento y de restricciones al mismo, y se está usando la palabra equivocada, pues no hay forma de saber qué piensa una persona. Lo que se puede saber hasta cierto punto, es lo que una persona hace o lo que la persona dice. El habla ya es una acción, así que podemos sintetizar la idea en que, al menos hasta ahora, no se puede conocer el pensamiento del prójimo, pero sí tenemos cierta posibilidad de conocer sus acciones.

Llamamos llulla (de llúllaj, que miente) a la persona en la que no hay correlación entre lo que dice y lo que hace. La educación, destinada a la buena convivencia, nos impide en muchos casos hacer todo lo que pensamos. Por ejemplo, en un mal momento, esos que suelen aparecer en las discusiones por disensos, íntimamente uno podría sentir el deseo de agredir a la otra persona, ya sea física o verbalmente, pero la educación que hemos recibido reprime esos deseos íntimos, llevándonos a expresarnos con cuidado y evitar las acciones agresivas. Desde nuestra infancia nos han educado marcando las restricciones para nuestra conducta. Éramos huahuitas aún cuando ya hemos comenzado a recibir las recomendaciones: “Eso no se hace, eso no se dice, eso no se toca.”

Para vivir en comunidad, e incluso para sobrevivir en un estado de soledad, es necesario reprimir impulsos, lo que equivale a una autorrepresión de pensamientos. Por ejemplo, uno puede tener la fantasía o deseo de volar desde una gran altura, ya sea ella un árbol, una montaña o un edificio, pero como ser racional sabe que saltar de uno de esos lugares es un suicidio; por lo tanto, reprimimos el impulso y buscamos acciones que satisfagan esos deseos o pensamientos, como ser el salto desde un trampolín hacia una piscina, el paracaidismo, el salto con largas cuerdas elásticas aseguradas a los tobillos, tal como hacen desde siglos atrás, pueblos que habitan en islas del Océano Pacífico y que fuera adaptado y adoptado como una práctica recreativa.

Uno de los mandamientos milenarios para la vida civilizada ordena no matar a otras personas, exceptuando los casos de guerra y la defensa propia o de terceros, con sus restricciones. Alguna vez hemos escuchado a un paisano decir, sin aclarar si era una broma o si era algo serio: “Tenía deseos de matar a Fulano, pero si lo hacía iba a caer preso”. El origen de las normas y leyes está en la necesidad de restringir las acciones que puedan causar problemas de convivencia. En síntesis, precisamos aprender qué acciones pueden ser dañinas, para nosotros u otros, como una forma de prevenirnos contra ciertos impulsos, los que deberemos reprimir si llegan a aparecer en algún momento.

Aparentemente, nuestro prestigio en la sociedad está condicionado por nuestras acciones. Accionando nuestro aparato fonador, podremos anunciar: “Mana llullásaj” hablando en quichua, o hablando en castellano decir: “No mentiré”, antes de soltar un discurso, una proclama o un argumento, pero esos dichos pueden o no estar de acuerdo con nuestros pensamientos, los cuales son inescrutables para los demás.

Una vez realizado el compromiso mediante las palabras, el prójimo podrá observar si las palabras coinciden con los hechos y ello dará a quien escucha y ve, la posibilidad de evaluar la credibilidad que le merece la persona que habló. Estamos refiriéndonos a la posibilidad que tenemos para evaluar objetivamente a los otros sujetos; pero en la evaluación del prójimo, por más objetivo que uno desee ser, la subjetividad condicionada por las afinidades puede apartarnos de una evaluación correcta.

Una persona que, ante el calor afirma que prefiere el frío y ante el frío dice añorar el calor, puede ser considerada una persona opositora en serie; es decir que lo más probable que esa persona se oponga a todo o parezca vivir deseando “otra cosa” en forma sistemática. Ello puede deberse a una personalidad bromista, a un deseo de llamar la atención, o a cualquier otro factor que hace a este prójimo asumir actitudes contrarias a lo que sería de esperar.

No es obligación comulgar con los deseos de los demás, tampoco es recomendable vivir exponiendo todo lo que pensamos, pues en muchas ocasiones podemos ser asaltados por pensamientos o impulsos inconvenientes. Es valioso lograr una coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, pues esa coherencia podrá proporcionarnos la imagen de una persona confiable, una persona mana llúllaj.

24 de Septiembre de 2019.

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