Por Crístian Ramón Verduc
07/11/2007


“Ama súa, ama llulla, ama ckella”… Repetimos en cada Domingo de Alero Quichua, evocando las normas de conducta que nos legaran nuestros antepasados incaicos. Las enseñanzas de los mayores en distintas culturas generalmente apuntan a inculcar el bien, a no hacer a otros lo que no quisiéramos para nosotros. Si estas normas se cumpliesen, la convivencia entre los humanos sería fácil. Es posible que de ser así, no deberíamos delimitar ni cercar el terreno en el que vivimos ni habría fronteras entre los pueblos. El buen ser humano quiere alcanzar estos ideales y se los transmite a sus descendientes, como una siembra a largo plazo. La realidad nos muestra que no siempre se alcanzan los ideales, que hay gente y circunstancias que lo impiden.

            Grande fue la sorpresa de los paisanos rioplatenses primero y de toda la Argentina después, cuando un gaucho les relataba hechos cotidianos de la vida rural, expresaba una fuerte protesta por las injusticias cometidas por los poderosos de turno y, además, dejaba consejos a su descendencia criolla para vivir en amistad con la honradez, todo esto en el lenguaje del hombre de las pampas y en forma de poema épico. Cuando El Gaucho Martín Fierro comenzó diciendo: “Aquí me pongo a cantar/ al compás de la vigüela/ que el hombre que lo desvela/ una pena estrordinaria/ como la ave solitaria/ con el cantar se consuela”, en 1.872, revolucionó la literatura de esta parte del mundo, justamente por ser la voz del gaucho, despreciado hasta entonces, la que le hablaba al mundo de entonces y de la posteridad.

            José Hernández, conocedor del gaucho en su ambiente cotidiano, llevó una vida intensa de lucha por sus ideales. Fué poeta autodidacta, periodista, soldado y político luchador por la causa federalista. Escribió Rasgos Biográficos del General Ángel Peñaloza, Instrucción del Estanciero, Los Treinta y Tres Orientales y otros escritos. Pero en realidad, quien lo inmortalizó fué un gaucho que se reconocía equivocado y pedía a sus hijos no repetir sus errores (“…aquel que ofiende embriagado/ merece doble castigo …”), que los instaba a trabajar para ganarse su pan, a no robar (“… pues no es vergüenza ser pobre/ y es vergüenza ser ladrón.”). Todo esto sin dejar de lado la lucha por sus derechos (“… dentro en todos los entreveros, pero en las listas no dentro.”). En la segunda parte de la obra, titulada La Vuelta de Martín Fierro, aparece con otro personaje inspirado en la realidad humana: El Viejo Vizcacha, prototipo del aprovechador, capaz de humillarse ante el poderoso (“… y cuando quiera enojarse, vos te debés encoger…”) para alcanzar sus mezquinos objetivos.  

            Fue tal la identificación entre el escritor y el personaje que, cuando Hernández murió, al día siguiente los diarios encabezaron la noticia diciendo: “Falleció el Senador Martín Fierro”. José Hernández nació en la provincia de Buenos Aires el 10 de Noviembre de 1.834. En cada aniversario de su nacimiento, en la República Argentina celebramos el Día de la Tradición. En esta fecha en especial, y todos los días del año, deberíamos tener presente a Martín Fierro, y también al Viejo Vizcacha, para evitar esa tentación de hacernos “amigos del juez” y reforzar nuestra tendencia a la solidaridad, no permitiendo que nuestros amigos queden “en la estacada”. Cada día podemos decirnos, al unísono con José Martín Fierro Hernández: Ama súa, ama llulla, ama ckella.

07 de Noviembre de 2.007.

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