TAN SOLO LLORÓ EL QUEBRACHO
Se arremangaba la sombra
junto al alero del rancho.
Era un Verano caliente
de esos que tiene Santiago,
y días de viento Norte
habían chamuscao los pastos.
Por eso con su changuito
monte adentro, bien temprano,
se había metido Juan
para “peliarlo” al quebracho.
Cortar y labrar los postes,
su trabajo cotidiano;
aunque era un trabajo duro
él lo había heredado
y con el hacha labradora
era casi un artesano.
De pronto volvió el changuito
corriendo al patio del rancho,
gritando: “¡mamá, mamá!
mi tata se ha lastimao.”
“De un tajo fiero y profundo
el tata quedó sangrando.”
Así los dos, sin palabras,
en un suspiro llegaron
y allá en un claro del monte
un poste medio labrado;
estaba el hacha con sangre
y Juan tirado a su lado.
Si había guardao unas fuerzas
fue para decirles algo…
“Que no se apenen les digo…
Hoy vos dejas de ser chango…
Ahí tienes mi hacha, cuidala…
Has de ver por tus hermanos…”
Fue lo último que dijo,
la voz se le fue apagando.
Arriba mandaba el sol
como una brasa quemando.
Se cruzaron dos miradas
que ninguna lagrimearon,
por que, hay que seguir la vida,
cortar el poste, labrarlo.
Mas si el destino ha querido
hacer hombre de ese chango,
pero estoy casi seguro que ese día
tan solo lloró el quebracho.