Muerte en el monte
En el arenal caliente, los chaguares muestran sus afinadas uñas y los tunales florecidos ven desfilar asustados a los lugareños de Ashpa Sinchi*, una población distante a 200 km de la capital de Santiago.
Sus ojos denotan pánico, sus rostros dejan traslucir la tristeza que les causa dejar el pago. Pero tienen que irse.
El coco, el yanarca y el kakuy también lo saben. Las vizcachas se esconden a su paso.
¿Cuándo han decidido irse?
Cuando descubrieron que el Mañuco, la Mashi y la Ushi, estaban muertos. A su lado chillidos y aletazos de pájaros semejantes a murciélagos, custodiaban sus cuerpos.
Entonces supieron ( o intuyeron) lo que había pasado.
- Ellos quisieron ir – dice el más joven.
- Sabían que se exponían a eso – dice la mujer llorosa. (Parece ser pariente de uno de los muertos).
- De corajudos, no más- dice otro.
Hubo lamentos de impotencia. Esa noche cantaron alabanzas, el “despierta el sueño, hijos de María...”, los envolvieron en unas mantas y los enterraron sin cajón, como se estila por esos lugares.
Y ahora van en procesión, huyendo.
¿Pero, qué habrá pasado realmente?
Diez leguas los separan de aquel lugar de espanto.
Silenciosos, cruzaron el Campo Santo. El curandero lleva pensativo un madero equivalente a una cruz. Sólo él sabe que hacían esas aves allí. Sólo él sabe de dónde salieron y señala con el dedo un lugar en la espesura del monte: ¡LA SALAMANCA!
Norma Sayago
*tierra fuerte