Por Crístian Ramón Verduc
04/08/2009

“Ama súa”, decían los antiguos habitantes de estos pagos sudamericanos.

“Ave de pico encorvao/ le tiene al robo afición./ Pero el hombre de razón/ no roba jamás un cobre,/ pues no es vergüenza ser pobre/ y es vergüenza ser ladrón.” Ésta es una de las estrofas más valiosas de La Vuelta de Martín Fierro, cuando el viejo gaucho aconseja a sus hijos.

El ser humano que no se apropia de lo que no le corresponde, es una persona con buen razonamiento, con buen criterio, además de tener buen corazón. Es alguien que no hace caso de las voces que pretenden popularizarse diciendo que son más inteligentes (o más pícaros) quienes sacan ventaja a cualquier costo.

En la primera infancia, los humanos creemos que todo lo que está al alcance de las manos es nuestro. Seguramente es un mecanismo de supervivencia. Los mayores están para poner los límites y educar al niño en las distintas etapas de crecimiento. A medida que crecemos, tomamos consciencia de lo que nos pertenece y de lo que no. Así es como podemos conseguir una vida en comunidad sin tener problemas por la posesión de bienes o el goce de honores.

“Ama llulla”, exigían las normas de convivencia de los incas. La veracidad es imprescindible para obtener prestigio en la comunidad. La persona creíble es bienvenida en todas partes. Se puede confiar en sus dichos y en sus apariencias, pues la persona que no es llulla sabe que, como dice un refrán traído por los españoles, “la mentira tiene patas cortas” y con el engaño es muy difícil llegar a algo seguro.

“Ama ckella”, sentenciaron nuestros ancestros, mientras en tierras lejanas decían que el pan se ha de ganar con el sudor de la frente. El escritor criollo José Hernández nos advierte que la miseria llama a la puerta de todos y entra en la del haragán.

El descanso es necesario. La tentación por prolongarlo y estar siempre cómodos, es perfectamente comprensible en la naturaleza humana. Cuando la pereza, la holgazanería, se adueña de la persona, aparecen las miserias humanas, que llevan a la víctima de este vicio a mentir y robar de distintos modos.

El afán por vivir mejor es una aspiración legítima y motor para el progreso de la humanidad. Cuando la ambición desmedida se apodera del individuo, lo lleva a mentir y mentirse, a pretender que trabajando poco o nada podrá obtener lo que necesita. Esta desproporción en sus aspiraciones puede llevarlo a explotar al prójimo, pues desea tener mucho más que lo que está dispuesto a conseguir con su propio esfuerzo.

Tenían mucha razón nuestros mayores al basar la convivencia en no robar, no mentir ni ser perezoso. Este trípode puede sustentar con firmeza una sociedad igualitaria y justa.

Quien se acostumbra a mentir, no tiene el freno de la vergüenza para despojar al prójimo, ya sea en forma violenta o con picardía nomás. Así es como el inescrupuloso va acumulando medios excesivos. Otros se acercan al malvado con aire sumiso, por que así podrán también satisfacer sus ambiciones sin mucho esfuerzo. Por temor, por pereza, por mentirse que tal situación no está mal, el resto de los próximos parece mirar hacia otro lado, mientras la injusticia crece. Así, poco a poco, la mayor parte de la sociedad está involucrada, de un modo u otro, en la inmoralidad.

Si de pronto aparece alguien pretendiendo alzarse contra el robo, la mentira y la pereza, corre el riesgo de ser visto como un indeseable, o por lo menos como alguien molesto. También puede ser que le mientan estar de acuerdo con él para no entrar en conflicto, mientras el robo y la injusticia siguen haciendo de las suyas.

Nuestra sociedad, con un fuerte comercio cotidiano de elementos robados, con relatos que cambian de un día para otro al son de la frase “siempre fue así”, con poca voluntad de trabajar por el bien común, se queja herida por sus propias fallas.

Debe llegar el tiempo de ponerse a revertir el proceso, de volver a observar las normas de conducta que pregonaban nuestros mayores. Ese tiempo puede ser hoy mismo. Depende de cada uno de nosotros. No debemos engañarnos: las malas costumbres están arraigadas y ya parecen cosa buena. Para acomodar lo que se ha desordenado en nuestra vida hace falta que dejemos la cómoda pasividad y comencemos a corregirnos cada día un poco. La educación por el ejemplo va a mejorar el mundo de quienes vienen después que nosotros.

Cuando las aves remontan vuelo, parece que tuviesen la intención de elevarse hasta el sol. Así debe ser el impulso que demos a nuestro accionar. Sabemos que la perfección no es dable al ser humano, pero debemos luchar cada día por mejorar, aunque sea un poquito, por amor al prójimo y a uno mismo.

04 de Agosto de 2.009.

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