Por Crístian Ramón Verduc
18/08/2009

En esta semana, cerca del Día Mundial y Día Nacional del Folclore, seguramente mucho se hablará, sobre todo entre los folcloristas, respecto a la palabra que, estrictamente, significa “el saber del pueblo”. Y aparecerán las discusiones sobre si “esto es folclore” y si “esto otro no”.

“Cuidado con la palabra”, decía el folclorista Pablo Raúl Trullenque. No hay que permitir que un juego de palabras o la amplitud de una definición nos haga confundir los valores. Es agradable sentirse fiel a uno mismo o a la comunidad, pequeña o grande, de la cual uno forma parte.

Habría que cuidarse de no confundir lo que debemos o podemos tolerar, con lo que queremos promover. Es el antiguo Ama Llulla, exigiéndonos ser coherentes entre nuestros actos y lo que proclamamos. A diario, por piedad, por compromiso o por no parecer groseros, soltamos mentirillas halagüeñas. Pero hay que tener cuidado con las consecuencias de lo que decimos o, más aún, hacemos.

En una de esas tertulias en las que se guitarrea algo y se conversa mucho, decía un folclorista músico de mucha experiencia: “La gran mayoría de la población no tiene un criterio musical definido. Es la gran masa que depende de la propaganda para decidir qué le gusta. Por eso hay tanta música comercial de cualquier calidad o de cualquier línea. Es negocio para las empresas producir a bajo costo y, con la publicidad, vender mucho.”

Con estas pocas palabras, el veterano músico estaba explicando varias cosas, como por ejemplo: Por qué existen las rutilantes estrellas fugaces de moda, por qué generalmente se dice que hay muchos artistas mejores que algunos famosos, y por qué la música folclórica auténtica sobrevive y está fuerte al cabo de tantas “nuevas olas” que siempre relegan al folclore a un segundo o tercer lugar en el gusto popular.

Si uno hace memoria, siempre hay un tipo de música y danza que capta las preferencias masivas. Pero el folclore no queda olvidado.

El folclore tradicional, el que interpreta el prójimo de cualquier condición, sigue vigente, aunque tenga que convivir con algunas novedades efímeras. Por ahí encontramos artistas poco talentosos que llegan a la fama a fuerza de auspicio oficial, y se mantienen en las carteleras mientras intercambia favores con funcionarios que están convencidos del valor cultural de tal maniobra. Cuando deben comenzar a andar solos, tales hijos del poder efímero comienzan a tambalear y finalmente quedan en el lugar que les correspondía desde un principio. Otros llegan a jubilarse sin dejar de ser jóvenes exponentes de la política cultural del poder de turno.

Como una respuesta natural a los avances de los dineros públicos y empresariales, aparecen por todo el país las sociedades culturales sin fines de lucro. Felizmente, en Santiago del Estero hay muchos grupos de gente cuyo único interés es el de velar por el patrimonio cultural de la comunidad. Tarea noble que es encarada por los protagonistas solamente por placer y sin fines ocultos.

Uno de los grupos que apuntalan la cultura santiagueña y de la región es la Sociedad de Folcloristas Santiagueños, que hace pocos días ha cumplido treinta y tres años de actividad. Cuenta Leandro “Meneco” Taboada que por ahí de 1.940 hubo una intención entre los folcloristas para asociarse, pero ello se concretó recién en 1.976. Muchas son las personas que pasaron por la Sociedad de Folcloristas y son muchas las que permanecen. También son muchos los logros obtenidos. Los más visibles son La Casa del Folclorista y la Biblioteca Folclórica Pablo Raúl Trullenque.

La Casa del Folclorista, ubicada en el Parque Aguirre de nuestra ciudad, es un cómodo inmueble donde se puede presenciar espectáculos folclóricos todas las semanas. En ocasiones especiales hay disertaciones, encuentros y simposios organizados por los socios.

La biblioteca Pablo Raúl Trullenque funciona en el mismo local y está disponible para quien desee consultar bibliografía folclórica. En la biblioteca se ve mucha actividad de estudiantes universitarios.

En La Casa del Folclorista también funciona un taller de danzas nativas. En el mismo uno puede aprender a bailar las expresiones musicales de nuestro folclore tradicional.

La Casa del Folclorista nunca estuvo de moda, es en sí un hecho folclórico; por lo tanto, está vigente todo el año.

El Alero Quichua Santiagueño es otro reducto importante para el folclore tradicional santiagueño, especialmente en lo que hace a su cultura bilingüe. Mientras alrededor braman las estruendosas tormentas de la moda, a la sombra del Alero hay un ambiente similar al del rancho de la campaña, con la tranquilidad de no estar persiguiendo el éxito comercial o artístico.

El Alero Quichua Santiagueño es una idea que promueve el folclore criollo santiagueño en todas sus manifestaciones, especialmente en sus valores morales. Por eso cada Domingo, desde hace casi cuarenta años, la audición radial se inicia con un estentóreo “Ama súa, ama llulla, ama ckella”. Ni ladrón, ni mentiroso, ni perezoso.

18 de Agosto de 2.009.

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