“Mañana, cuando me muera, si alguien se acuerda de mí…”

El hombre criollo, como el que más, ve a la muerte como un gran misterio. En su pedido, Julio Argentino Jerez muestra su temor al olvido, que sería la muerte total.

Dicen que cuando el cuerpo expira, uno pasa a vivir de otra manera, en otro plano. Otros dicen que la muerte se parece a un estado latente, libre del envoltorio material y a la espera del juicio que ha de determinar el destino de su alma. Otros dicen que la muerte es la desaparición total de la persona.

Hay toda clase de teorías e intentos de explicación para la muerte. El hombre sachero (montaraz) sigue viendo a la muerte como un gran misterio, por eso pide a Tata Yaya que lo asista en el instante supremo de la partida. No le importa morir si es por una buena causa, pero le duele mucho la muerte de un ser querido.

En este punto suele darse la paradoja de la risa y el llanto mezclados en un velorio. Los familiares y amigos, mientras pasan la noche en vela en torno al féretro, comentan aventuras, obras y hazañas del finado, entre las que se incluyen anécdotas risueñas, sobre todo si el difunto era ocurrente. Es conmovedor ver a la paisanada, riendo con los ojos acuosos al evocar una picardía del amigo que se fue.

Santiagueño hasta la muerte, el criollo pide: “…si quieren darme la Gloria, que toquen a mi memoria la doble que canto aquí.” Siente que la música lo pondrá en el Cielo, y que aún estando muerto va a sentirla.

Los dos primeros días de Noviembre están dedicados a los difuntos. Mucha gente vuelve a su pago, para concurrir al cementerio y honrar la memoria de sus muertos queridos. Es una tradición que pretende prolongar la vida de quienes ya se han ido de este mundo.

“Que mis huesos, piel y sal abonen mi suelo natal”, decía Pablo Raúl Trullenque, expresando el anhelo de volver al pago que tiene el criollo peregrino. Volver para quedarse. Volver, aunque sea muerto. Volver al terruño y estar con los suyos para siempre.

En estos días en que recordamos especialmente a quienes estuvieron con nosotros y ya no están físicamente, adquieren una mayor significación los versos finales de Añoranzas, de Julio Jerez: “…tirenme en campo abierto, pero allí donde nací.”

27 de Octubre de 2.009.