Por Crístian Ramón Verduc
08/12/2009

Si uno se sienta a contemplar el cielo en una tarde estival, seguramente va a ver más de una ave en vuelo. En esta época, llaman particularmente la atención las golondrinas. 

Mientras las palomas, los loros, los tordos, los gorriones y otros pájaros surcan el cielo en vuelo recto de traslación, las golondrinas vuelan en círculos, algunas de ellas a cientos de metros de altura. 

En estos casos, los aleteos son breves, alternados con planeos descendentes u horizontales. Es posible que la golondrina esté aprovechando el aire caliente que sube desde la tierra, para cazar insectos sin mucho esfuerzo. 

Si tenemos como fondo visual un cielo límpido, o el níveo sector iluminado de una nube, podremos contemplar mejor los oscuros cuerpitos alados danzando en el are. Observando los cambios de velocidad de su vuelo en círculos, deduciremos de dónde viene el viento en esa altura. Si no nos rodea el bullicio y aguzamos el oído, escucharemos los cortos gorjeos que lanzan las golondrinas, como si quisieran expresar su dicha por ser libres de volar los cielos de distintas regiones del mundo, siempre lejos del invierno. 

Como un recreo para el espíritu, uno puede imaginarse sobrevolando los distintos parajes, igual que una golondrina veraniega. Si uno ha sido un changuito trepador de árboles, o ha observado el mundo desde una edificación o desde un cerro, no necesita fotos o televisión para tener una idea de cuál sería el panorama si se pudiese mirar desde las alturas, como las golondrinas. 

Inquietos por tratar de volar como las aves, en las distintas culturas y en diferentes épocas, hubo soñadores haciendo arriesgados experimentos con aparatos voladores. En muchos casos, los sueños siguieron volando, mientras el cuerpo del pionero quedaba integrado a la tierra entre los restos destruídos de sus alas artificiales. 

Como resultado de tanto afán, en los dos últimos siglos el ser humano consiguió volar cada vez más lejos, más rápido y más seguro. La altura, la distancia que se alcanza respecto al suelo, está llegando a niveles que hace años habrían parecido imposibles. 

Aún no sabemos hasta dónde podrá llegar el ser humano en sus vuelos. Mientras haya soñadores, los límites se marcarán cada vez más lejos y los horizontes serán cada vez más amplios. 

Podemos volar alto con nuestros sueños. Podemos hacer de nuestros respectivos terruños destinos deseables para los migrantes y, sobre todo, para quienes aterrizan en este mundo después que nosotros. 

Debemos desplegar las alas de las buenas intenciones hacia nuestros hermanos, sustentarlas en la atmósfera de la realidad y elevarnos hacia un mejor relacionamiento entre nosotros y la Naturaleza. 

Consigamos quienes adhieran al vuelo. Una golondrina no hace verano, pero puede ser el comienzo de una multitud. 

08 de Diciembre de 2.009.

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