Por Crístian Ramón Verduc
18/06/2013
¿Quién soy? ¿Dónde estoy?

¿Quién soy? ¿Dónde estoy? En las películas, novelas e historietas, ésas son las preguntas de quien estuvo desmayado y vuelve en sí. Viendo bien, son dos preguntas muy importantes, dos preguntas que deberíamos hacernos habitualmente.
 
Muchas veces andamos por la vida sin saber bien si aún seguimos siendo quienes éramos, si somos quienes decimos ser; si estamos donde creemos estar o si tenemos verdadera consciencia de la naturaleza del lugar donde estamos. 

La consciencia de Nocka, del Yo, del Ego, nos permite tener una idea de que no somos el otro, el prójimo, pero sería bueno mirar un poco hacia el niño soñador o hacia el joven pujante que fuimos, para saber si el adulto hastiado por historias repetidas no frustró a ese sí mismo del pasado. De hecho que a diario vamos cambiando en nuestro modo de ver las cosas, pues las experiencias de vida son para eso, pero tenemos que ver si tales cambios han sido buenos y si no nos han desnaturalizado. 

Los órganos de los sentidos nos permiten habitualmente saber en qué lugar estamos y en qué posición, sobre todo si estamos quietos respecto a la Tierra. Es normal que uno pueda saber de inmediato si está vertical u horizontal, de pies para abajo o para arriba. Por todo esto, parece que la pregunta sobre quién es uno y dónde uno está, es exclusiva de quien se ha desorientado por causa de una enfermedad grave, un accidente o cualquier otro hecho traumático. 

Como tantas cosas de la vida, la sensación de orientación o desorientación es diferente si nos miramos a nosotros mismos o si observamos a otras personas. En general, podemos ver los errores o desubicaciones de otros, mientras que no percibimos cuando ocurre en nosotros. 

Es necesario preguntarnos cada día: ¿Quién soy? ¿Soy quien quiero o quería ser? Es necesario no confundir el Ser con el Tener. Si uno se plantea, por ejemplo: “Quiero ser millonario”, debería decir “quiero tener millones de pesos”, pues está confundiendo el concepto Ser con el concepto Tener, por que está diciendo “quiero ser poseedor de un bien material grande”. 

Lo que hace al Ser de la persona son los valores inherentes al ser humano, los valores morales sobre todo. A menudo también confundimos posición social con posición económica. Si bien es cierto que la posesión de dinero suele brindar posibilidades de roce personal con una parte de la sociedad, son los valores humanos los que hacen que una persona sea recibida con agrado por gente de cualquier nivel económico dentro de la sociedad. 

Con dinero o sin dinero, uno puede abroquelarse en sus propias ocupaciones, ya sea por apuros económicos o afán por otros logros, y lograr como resultado no deseado el propio alejamiento de las demás personas. Por el contrario, si uno busca al prójimo y se brinda de corazón abierto, puede quedar un poco desprotegido ante posibles ataques, pero su estandarte y escudo será la vida en sociedad, basada en la aceptación por parte de una cantidad de gente de buenos sentimientos. 

No es correcto calificar a la gente por sus posesiones. Muchas veces vemos actitudes serviles ante quienes son ricos en dinero; también escuchamos expresiones despectivas contra esas mismas personas, como sospechando que las posesiones excesivas son de mal origen. El hecho de tener mucho no es ni bueno ni malo. Es necesario conocer a la persona, más allá de los bienes que posee o las necesidades que padece.
“Nocka cani cantorcito, cantorcito sachamanta”, dice Don Sixto Palavecino en su chacarera Penckacus Cáusaj Carani (Avergonzado Vivía). En esa frase está diciendo que es cantorcito, cantorcito del monte; no dice que tiene una guitarra o un violín, sino que está diciendo qué es, como una presentación y anuncio de quién es, basado en sus gustos y talentos. 

Es muy necesario tener plena consciencia de dónde uno está. De una mirada uno puede percibir en qué lugar se encuentra, pero es necesario saber las características del lugar para tomar una actitud acorde con el ambiente. Es esa capacidad de permanente adaptación al medio la que ha permitido al frágil ser humano sobrevivir y prosperar, desde el fondo de los tiempos, en un medio generalmente agresivo. 

Justamente, uno debe saber si el ambiente es hostil o amigable, para no equivocarse en su actitud. En el ambiente que compartimos, de audición radial, de reuniones con fines culturales, de intercambio de ideas respecto a la lengua quichua, al folclore nacional en general y santiagueño en particular, es necesario que nos manejemos con plena consciencia del ámbito en que nos presentamos y expresamos. 

La gente “de antes” tenía y aún conserva normas establecidas y transmitidas de generación en generación respecto a la ubicación de cada uno en el lugar donde se encuentre. Es una norma de conducta establecida la de elegir la mejor ropa, por humilde que ella sea, para las ocasiones especiales como acto eleccionario, velorio, casamiento, entrevista con funcionarios públicos, fiesta patria o fiesta privada. Igual, el vocabulario puede ser distendido e informal en rueda de amigos o familia muy cercana, pero debe ser correcto, claro y sin modismos para la vida pública. 

El hecho de que estas normas hayan sido las que guiaban a nuestros mayores no significa que se las deba despreciar por arcaicas u obsoletas, sino todo lo contrario: Debemos atesorar y aprovechar las enseñanzas de nuestros antecesores, para no terminar tropezando con los mismos obstáculos con que tropezaran otras personas. El exceso de informalidad puede tornar desagradable a la persona, por obrar como alguien que es inconsciente del lugar donde se encuentra. 

Por ello, cuando pensamos concurrir a un lugar donde habrá alguna actividad específica, como lo es un baile, por ejemplo, debemos preguntarnos antes si somos personas adecuadas o adaptables a ese baile; aclarado esto, podemos decidir si vamos o no. Igual concepto vale para aceptar una oferta laboral u otras actividades.
Si el lugar donde estamos o adonde queremos ir no es acorde con quien en realidad somos, tenemos dos caminos factibles: Adaptarnos al lugar, ampliando o flexibilizando nuestro modo de ser, o desistir de ir adonde no pertenecemos. Hay otra opción, que es la de ir a chocar de frente con todo un ambiente, lo cual sería desastroso. 

Podemos cambiar el mundo, primero adaptando nuestra actitud al medio que nos rodea y luego, con nuestro buen ejemplo, conseguir que nuestros cercanos entiendan la necesidad de cambio del ambiente. Esos cambios deben ser beneficiosos, para lograr las buenas costumbres, la amabilidad y la honestidad en todos nosotros, comenzando por ese Yo Mismo que a veces es tan difícil de convencer. 

Somos de la Tierra. Nos debemos a la Tierra. Ya la estamos cambiando negativamente con las agresiones cotidianas. De ahora en más, basados en el amor al prójimo, en el respeto a nosotros mismos y al ambiente que nos rodea, podemos y debemos adquirir buenos hábitos para la convivencia entre los seres humanos y la Naturaleza. Es imperioso, por nuestra propia supervivencia. 

18 de Junio de 2.013.

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