Por Crístian Ramón Verduc
13/05/2014
“No anden a la siesta, por que los va a llevar el duende”.

“No anden a la siesta, por que los va a llevar el duende”. Esa y otras advertencias parecidas hemos escuchado en la infancia, especialmente en “esas tardes de fuego” que menciona Pedro Pascual Sánchez en su chacarera Recuerdo Cuando Era Chango. 

Los relatos con duendes se remontan a tiempos antiguos y, según parece, con distintas características y nombres, en todos los continentes. Los pueblos originarios de América tenían sus divinidades reguladoras de conductas en distintos ámbitos: Para evitar excesos en la caza, en la pesca, en la explotación minera, en la explotación del suelo, etc. 

Durante el período colonial, los mitos europeos se mezclaron con las tradiciones preexistentes en nuestro continente, dando lugar a nuevas denominaciones. Podemos decir, en una ligera enumeración, que toda América del Sur tiene sus seres míticos tradicionales, como en Ecuador el Tintín, en Perú el Muqui o en Brasil el Curupira. 

En Argentina, tenemos distintas manifestaciones y nombres según las regiones. En general, al hombrecito de escasa estatura, barba larga y sombrero grande descrpito en tantos relatos, se lo llama duende; suele andar a la siesta y es travieso o agresivo; en todos los casos es mejor evitarlo. Pero hay otros seres mitológicos que bien pueden ser variantes del mismo personaje: En el Litoral mencionan al Curupí, al Yací Yateré, al Pombero (nombre muy parecido a pombo y pomba, como se denomina a las palomas en Brasil). En el Noroeste cercano a Bolivia, Coquena cuida de la vida silvestre y en Santiago del Estero ha tomado mayor estatura para cuidar de los bosques con el nombre de Sacháyoj. 

En las provincias de nuestro Noroeste suelen decir que el duende tiene una mano de lana y otra de hierro; que cuando encuentra una víctima le da a elegir con cuál mano lo va a golpear, siendo peor el castigo de la mano de lana. 

La advertencia para que los chicos no salgan a la siesta y así evitar el ataque del duende, tiene sentido al permitir que los mayores descansen mientras los niños quedan en la casa. Las andanzas a la hora de la siesta tiene los riesgos de insolación o de ataque de ofidios, o de la tentación de entrar en el río cercano sin medir consecuencias, cuando no del ataque de humanos malintencionados que no son precisamente enanitos sombrerudos. 

El duende, como ser mítico, también ha impresionado a los poetas criollos, que lo han llevado a sus letras con un sentido distinto al del ser agresivo, sino más bien como sustituto de las palabras espíritu, musa y similares, para denotar una actitud colectiva o individual para ciertas situaciones. 

En este sentido, el duende se ha colado en la poesía de Zulema Alcayaga para El Gato de la Fiesta (música de Waldo Belloso), en el que dice: “Cuando tocan los musiqueros despierta el duende carnavalero”. Es una expresión sintética para describir la sensación de alegría y euforia que se despierta en la gente paisana con la llegada del Carnaval y más aún cuando comienzan a tocar los conjuntos musicales llamando a la danza. 

Cuando Oscar Valles y Pedro Favini decidieron hacer una zamba en homenaje a Don Miguel Simón, dijeron en una de las estrofas: “Yo sé que a Miguel lo sale a encontrar el duende del bandoneón, y después con él se quiere quedar metido en su corazón.” Es evidente que en la zamba El Duende del Bandoneón hacían mención a que el leve enanito inspirador tomó forma de músico, o de la música misma, para entrar en el corazón del inolvidable bandoneonista santiagueño. 

Cuando hacía la presentación de la primera Audición Quichua que semanas después se llamaría Alero Quichua Santiagueño, Felipe Corpos habló del duendecito quichuista que estaba rondando, al que había que dejar entrar y dar comienzo a toda una epopeya para bien de la lengua de nuestros mayores. 

Don Sixto Palavecino y Juan José Acosta compusieron una vidala a la que León Gieco puso letra. Esa vidala se llama Duendecito y también se refiere a un duende del monte; es un duende manso y etéreo, posiblemente el duende inspirador que ronda la vida de músicos y poetas. 

Nuestra tierra de mitos y leyendas y la vida misma en cualquier ámbito, está llena de duendes. Están los duendes que ante problemas a resolver, se nos aparecen ofreciendo para elegir entre una suave mano de lana o el rigor de la mano de hierro. Una vez que elegimos entre lo aparentemente fácil o lo que se muestra riguroso, tenemos que atenernos a las consecuencias. También están los duendes traviesos que nos perseguirán por los montes de la vida para dificultar nuestras propias travesuras, como un modo de cuidar la vida del conjunto humano y de la Naturaleza en general. 

Estos pequeños seres mitológicos vinieron en los barcos europeos, se encontraron con los duendes que ya existían en estas tierras americanas y se unieron, prácticamente sin conflictos, para dar nacimiento a las creencias folclóricas de la gente criolla resultante del devenir histórico entre invasiones, conquistas, independencias y reorganizaciones. 

Los cambios en la vida cotidiana pasan, pero las creencias quedan y, si se modifican, lo hacen muy lentamente, especialmente entre los pueblos tradicionalistas que viven en los pagos alejados de las cambiantes metrópolis.
Los duendes de la música criolla acompañan la vida de músicos, poetas, escritores, bailarines e investigadores. Les susurran al oído, con la esperanza de ser escuchados para transmitir inspiración. Después de todo, los duendes son, si nos atenemos a los dichos de gente antigua, seres que han atravesado montes, cordilleras, océanos, ríos y desiertos a lo largo de los tiempos, para llegar hasta nuestros días y nuestros lugares con su bagaje de sabiduría y rarezas. 

La gente práctica, los citadinos, no acreditan en duendes ni otros personajes míticos. Los paisanos campesinos y la gente simple de las ciudades sí creen, aunque a veces apelan a la conocida muletilla, especialmente si les hablan de brujas: “Yo no creo, pero que las hay… las hay.” 

Es que los duendes, los mitos y leyendas, forman parte del folclore de cada región, son parte de las tradiciones de cada grupo humano, con todo un bagaje de enseñanzas que indican lo que debe hacerse y lo que no. 

Las tradiciones, con sus mitos y leyendas, forman parte de un pasado que no debe matarse. Tampoco debemos apartarnos del razonamiento lógico; debemos extraer de que cada mito o leyenda las enseñanzas que aportan y conservar esa herencia tradicional, conscientes de lo que cada relato y personaje mítico significa. 

A la hora del romanticismo, de los sueños compartidos, de la búsqueda de inspiración cancionera, dejemos que los duendes se aproximen y nos digan: “Permiso señor, yo quiero pasar; también santiagueño soy…” 

13 de Mayo de 2.014.

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