Por Crístian Ramón Verduc
11/11/2014
Es hermoso ver en estos días a los pájaros entrenando a sus pichones para la vida independiente.

Es hermoso ver en estos días a los pájaros entrenando a sus pichones para la vida independiente. 

Ya han pasado los días en que cada pichoncito irrumpió en la vida, ciego y desplumado, abriéndose paso hacia la vida de ave, quebrando con su pico la cáscara del huevo en que había pasado de ser una célula, a ser un animalito con ansias de aire al cual conquistar. También han pasado los días en que fue creciendo poco a poco en el nido, recibiendo a cada rato alimentos de sus progenitores, directo a la boca. Por las noches, recibió el cálido y protector abrazo de sus mayores, para dormir al resguardo de las temperaturas cambiantes y de eventuales aguaceros. En esos días, su cuerpo se cubrió de plumas. 

Respondiendo a antiguos mandatos naturales, el pichón sintió la necesidad de mover sus alas, como probando en forma cotidiana la capacidad de sustentación de las plumas y fortaleciendo los músculos pectorales, principales responsables de la capacidad de vuelo. 

En estos días en que el monte ha recibido la esperada agua, venida del cielo en buena cantidad, los árboles bullen de vida. Desde los nidos, los pichones emplumados practican aleteos y saltos. Después se aventuran en vuelos cortos que terminan en el propio nido o en una rama cercana. Sintiéndose más seguros, salen a pasear por los alrededores acompañados de un adulto, al que acosan permanentemente pidiendo comida. 

La pareja progenitora se alterna en las tareas de cuidar al pichón que salta de rama en rama o por el suelo, y en traer el alimento que necesita el bichito que ya alcanzó el mismo tamaño que los adultos. También en esta época nos llama la atención cuando vemos torditos acosando a sus padres adoptivos de otras especies, los que alimentan a los jóvenes sin importarse por el hecho de no ser suyos. 

Poco tiempo después, los pichones están en condiciones de procurarse alimento por sí mismos y tomar su propio vuelo. Entonces, la tarea de los adultos está cumplida. Es evidente que la principal ocupación de cada individuo es la de asegurar la continuidad de la especie, aunque en algunos casos estén asegurando la continuidad de una especie invasora. Para ello, los pájaros han acompañado a los pichones, les han mostrado cómo se vuela y cómo se obtiene alimento. Por algún mecanismo natural, también les han transmitido el conocimiento de los peligros que los rodean y el modo de evitarlos. 

La observación de estos bellos animalitos cantores, alados y emplumados, nos lleva a reflexionar sobre distintas acciones que los humanos encaramos en la vida. En este Mes de la Tradición, en el que evocamos especialmente a José Hernández y a Martín Fierro, es inevitable caer en la comparación de un movimiento nativista con un nido de pájaros cantores con ansias de volar. 

Ese nido tradicionalista, para ser tal, debe estar poblado y ser cobijador. Los habitantes de tal cobijo, serán experimentados unos e inexpertos los otros. Los que ya “volaron” en la vida, enseñarán a los nuevos mediante el ejemplo y la palabra. Así formaremos, en el caso de nuestro Alero Quichua, nuevos difusores de la lengua ancestral y de las tradiciones santiagueñas. 

Así como a los pájaros puede ocurrirles que el tordo engañe a los dueños del nido, para poder dejar sus huevos a empollar, puede ocurrirnos que en medio del canto tradicional y el quichua de Santiago, estemos impulsando el crecimiento de algo ajeno. En los pájaros hay algo de candidez o cortedad de vista que les impide percibir la diferencia entre los propios y los ajenos, por eso los tordos tienen crías y no se ocupan de criarlas. Como seres humanos adultos e informados, no podemos caer en el engaño de quienes quieran invadirnos. Estamos obligados a detectar la invasión; para ello contamos con el simple método de preguntarnos: ¿Esto es quichua? ¿Es santiagueño? ¿Es tradicionalista? ¿Ayuda a quichuizar o a definirnos más como santiagueños? 

Entre los pájaros se puede observar que todos ellos están capacitados para actuar en pos de la supervivencia y crecimiento de su especie. Incluso el traicionero accionar de los tordos es una muestra de ocupación para salvar a su propia especie. 

Los humanos, especialmente los quichuistas y tradicionalistas santiagueños, tenemos que asumir que podemos dedicarnos a la conservación y expansión de lo nuestro, lo típico de nuestra provincia. Tenemos la ventaja de ser un número mayor a dos o tres; por lo tanto, podemos asegurar la formación de nueva gente sostenedora de los sentimientos que nos legaran nuestros mayores. 

Los pájaros, una vez que han aprendido a volar… vuelan. Los seres humanos somos distintos, pues a medida que vivimos aprendemos, y ese aprendizaje nos lleva cada vez más alto en nuestro vuelo por la vida, aprendiendo y enseñando, aprendiendo más y enseñando más; así hasta el último día. No solo debemos asegurar la supervivencia de la especie, sino que debemos fortalecerla para que su vuelo sea de mayor altura. 

Es dudoso el mérito de “el único que puede hacer tal cosa” o de “el último de esta especie”. Hay mérito cierto en quien ha enseñado lo que sabe a otras personas, instándolas a mejorar esos conocimientos, a fin de contribuir al progreso de la especie a la que pertenece, cual pájaros que incitan a sus pichones a volar cada vez más alto. 

Por eso es que, desde el Alero Quichua Santiagueño, los participantes habituales, los participantes eventuales, los oyentes, lectores y seguidores, toda persona que esté involucrada en este movimiento, debe estar atenta para velar por la conservación del rumbo tradicional y quichuista que nos marcaran los precursores al idear y bautizar este Alero criollo bilingüe santiagueño. 

No es fácil volar, elevarse por sobre los árboles y las dificultades que pueden acechar agazapadas en oscuros rincones del bosque de la vida. Por eso, cuando vemos un ave en vuelo sentimos una callada admiración, igual que cuando sabemos de una patriada que vuela cada vez a mayor altura o por lo menos se mantiene en el aire.
“Nadie sabe en qué rincón se oculta el que es su enemigo” dice Martín Fierro. Así como hay quienes admiran el vuelo de los pájaros, hay quienes sienten el impulso de derribarlos, por diversos motivos. También el vuelo humano idealista es objetivo para quienes acechan prontos a disparar e impedir que el prójimo eleve sueños propios y de otros. 

Toda persona que esté involucrada en un movimiento cultural, debe disfrutar de sus logros y al mismo tiempo controlar que el nido sea poblado cada vez más, pero no invadido por ajenos a la idea. Debe mantener el rumbo marcado para el vuelo; así no caerá en las trampas de lo ajeno. 

Estamos en el Mes de la Tradición, tiempo de volar, cantar y ayudar a otros vuelos y cantares. 

11 de Noviembre de 2.014.

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