Por Crístian Ramón Verduc
05/01/2016
Comenzamos un nuevo año y nos llenamos de promesas y expectativas.

Ya lo hicimos en años anteriores y a veces ha llegado a funcionar, por que hemos colmado expectativas y cumplido promesas. Es posible que la mayoría de las veces no se haya cumplido totalmente ni lo uno ni lo otro, pero algo de bueno tiene que haber ocurrido durante cada año que fue pasando, y ello no debe ignorarse.

Si uno se pone a ver objetivamente el año que pasó, es casi seguro que encontrará anhelos realizados, esperanzas insatisfechas, promesas cumplidas, otras que quedaron solamente en la buena intención y, aquí podría estar lo más importante, sucesos inesperados que fueron buenos y los que no parecen buenos. Lo inesperado es un fuerte condimento en la culinaria de la vida.

Es posible que el 31 de Diciembre hayamos hecho un repaso de lo vivido en los últimos 365 días, evaluando con visión casi neutral los hechos que nos afectaron de un modo u otro. En ese repaso habremos encontrado mieles y hieles. Es posible que hayamos procurado determinar las causas de los triunfos y fracasos, con el afán de aprender algo de ambas situaciones.

Especialmente en horarios cercanos al cambio de año, acostumbramos fijarnos metas para el período que está a punto de comenzar. Algunos lo escribimos en algún lugar y otros lo atesoramos en la mente, con la esperanza de no olvidar y la reserva necesaria para que nadie husmee en nuestros propósitos. ¿Es todo esto una serie de prácticas equivocadas, inocentes, impropias para una persona adulta? No ha de ser, pues un adulto también tiene derecho a ilusionarse respecto a un año que se nos presenta mocítoj (nuevito), sin fallas. Podríamos argüir que lo del cambio de año es un convencionalismo, pues todo forma parte del constante devenir del tiempo.

Es un argumento válido, pero también es válido cada tanto hacer una pausa en el andar, celebrar el estar vivos, revisar lo hecho y formularse planes para lo que vendrá. Si esa parada se da en períodos regulares, como lo es en las tradicionales fiestas de fin de año, sentimos que estamos obrando en forma colectiva, en consonancia con la mayoría de la sociedad a la que pertenecemos y, sobre todo, en algo que no causa daños. No deja de ser grato que, al menos una vez cada doce meses, los conocidos intercambiemos buenos augurios para el próximo año.

Un gesto amable no tiene por qué parecer absurdo; nuestro corazón no está tan golpeado como para no tener un poco de sensibilidad y candor. En el balance de fin de año pueden aparecer dolorosas pérdidas, ocurridas durante el período que acaba o en otras fiestas de fin de año. Cuando aparezcan esos dolores, habría que recordar que es necesario ir dejando cicatrizar las heridas, por nuestra salud física y social.

No está mal llorar las pérdidas, sobre todo si de personas se trata, pero hay que ir atenuando el sufrimiento y permitiendo el reingreso de la esperanza y la alegría en nuestra vida. Dicen que los pueblos originarios de nuestro continente celebraban el Año Nuevo en otra época del año y de una manera distinta a como lo hacemos actualmente. Seguramente ha sido así.

Ahora… ¿Qué es lo que nos impondría retomar las tradiciones de una parte importante de nuestro ser criollo? Si nos consideramos criollos y queremos obrar como tales, deberíamos ser respetuosos de las dos o más vertientes hereditarias que sentimos en nuestra sangre. Hasta el Siglo XIX, se llamaba criollo al hijo de españoles nacido en el continente americano. Luego el concepto fue modificándose hasta llegar a la idea actual, la que dice que es criollo el paisano mestizo, descendiente de hispánico y originario. Si a ese concepto racial le agregamos el sentido de pertenencia a un amplio grupo de gente que tiene sentimientos cercanos al terruño, a la Patria, a las tradiciones gauchas, sacheras (montaraces) y bien argentinas, podemos decir que somos totalmente criollos.

El criollismo es un término medio, acrisolado en estas tierras, para unir lo americano con lo europeo y dar como resultado un modo de ser que acepta la realidad de nuestros pagos y procura mejorarla. Para mejorar algo, hay que amar a ese algo. No podemos amar de verdad a partir del desconocimiento o de la negación. La mayoría de la gente del continente americano tiene algo de los pueblos originarios y algo de los pueblos llegados desde otras tierras. Son nuestros antepasados y no es justo negarlos.

De la cultura europea, impuesta en nuestro continente hace siglos por diversos métodos, tenemos el calendario gregoriano y las fiestas de fin de año, entre otras tradiciones. Nuestros mayores abrazaron esas costumbres y hemos sido adaptados culturalmente a ellas. Estamos comenzando un nuevo año, cargados de esperanzas y promesas.

En lo que hace al quichua, muchos iniciamos el año con la promesa de aprender el habla y promover su uso. Para no quedarnos solamente en las buenas intenciones, tendríamos que fijarnos ya mismo estrategias a seguir y acciones a realizar. Por ejemplo, si queremos aprender quichua, deberíamos dedicarnos a ello, procurando entrar en contacto con quienes saben aunque sea un poquito más que nosotros.

En todo caso, libros y publicaciones varias pueden ir remediando en parte la eventual falta de un aprendizaje presencial. Si nuestro objetivo es el de difundir el quichua, podríamos procurar los medios, por modestos que sean, para compartir conocimientos con quienes puedan escucharnos o leernos. Hay que buscar a quienes preguntar y aprender.

El aprendizaje del quichua no debe encararse como algo utilitario, algo que ha de dar ganancias económicas; no, no debe ser así. El aprendizaje y el habla del quichua es un acto de criollismo, es ejercicio de nuestra identidad provincial y nacional. Si a cada actividad que nos propongamos encarar vamos a buscarle el beneficio económico, estaríamos perdidos culturalmente, pues consideraríamos una pérdida de tiempo a momentos muy valiosos de nuestra vida, como lo son el hecho de cantar, bailar o conversar, por ejemplo. Comienza un nuevo año.

Es tiempo de balance y formulación de objetivos. No sintamos vergüenza de hacerlo. El propio hecho de fijarnos metas puede ser un buen comienzo de año. Ojalá se cumplan los buenos deseos de nuestra gente criolla. Chayna cachun (Así sea).

05 de Enero de 2.016.

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