Por Crístian Ramón Verduc
08/03/2016
La vida es una lucha. Así dicen muchas personas adultas

posiblemente refiriéndose al diario trajinar para traer el sustento a sus hogares y la superación de los obstáculos que parecen haber sido creados para impedir tan noble tarea.

Si nos remontamos a tiempos antiguos, cuando cada familia debía ocuparse de cazar, recolectar, defenderse de los ataques animales y humanos durante todo el día, y después permanecer en alerta durante la noche, imaginamos una vida de lucha permanente, cargada de trágicas derrotas. Si volvemos a la realidad actual, podremos ver que la lucha diaria es distinta, menos peligrosa y físicamente menos esforzada.

Hoy, uno corre por detrás de sus anhelos, entre los cuales el principal ha de ser el bienestar de los suyos, pero el riesgo mortal para todo el grupo familiar no es lo normal, o al menos no es lo cotidiano. En el campo, el labriego debe luchar contra las inclemencias del tiempo, las plagas que pueden atacar a los animales o a los sembrados.

En otros ámbitos laborales, hay que luchar también contra factores naturales, como es el caso de los que surcan rutas terrestres, aéreas, marítimas o fluviales. En las ciudades, la lucha cotidiana es distinta y cada vez más intrincada: Quienes trabajan en lugares productivos deben esforzarse por generar los bienes que les son encomendados, en cantidad y calidad aceptables, compitiendo con otros que también están en la misma lucha, todos procurando mejorar o al menos no descender en la escala de producción, de la cual dependen sus ingresos, los que a su vez determinan la calidad de vida ciudadana.

Las personas que están dedicadas a trámites ante organismos estatales, ya sea como rutina laboral o como otra actividad de su interés o de su necesidad, deberán acostumbrarse a andar mucho y enfrentar largas esperas para ver si logran algo que, viendo bien, se podría conseguir en muy poco tiempo. Los aparatos burocráticos de las grandes empresas y de organismos del Estado, parecen haber sido pensados para desalentar al usuario y quedar así con poca tarea.

Quienes tienen su lucha apuntada hacia actividades no lucrativas, como lo son las acciones sociales y culturales, podrían andar muy bien sin encontrar demasiadas trabas, si no fuese por que gran parte de tales actividades necesita de trámites ante organismos oficiales. Los artistas relacionados con lo tradicional de nuestra tierra, se involucran en las actividades cancioneras, poéticas, literarias, de la danza y otras afines, de un modo totalmente desprendido de cualquier trámite y necesidad económica.

Mientras tales actividades consistan solamente en reuniones familiares y de amigos, en encuentros entre gente de provincias mas o menos cercanas, sin gran movimiento logístico, podrán dedicarse tranquilamente a lo que les gusta hacer. Cuando surja la necesidad o el deseo de hacer crecer su actividad, participando en acontecimientos que tienen un costo mas o menos elevado, a su plácida actividad artística deberán agregarle las tediosas acciones en ámbitos oficiales o de grandes empresas, con las consecuentes pérdidas de tiempo e incluso de objetivos.

Por ambición, o por ansias de que su propuesta cultural llegue a un gran número de personas, el artista puede entrar, queriendo o sin querer, en el juego de la oferta y la demanda que imponen los mercados. En vez de mostrar su auténtico sentir, para poder vender su arte, que pasó a ser un producto, el artista procura incluir lo suyo en lo que está de moda, en lo que parece ser que gusta a las mayorías, pues el número de clientes es lo que determina el éxito comercial de un producto.

Se acabó la temporada de festivales folclóricos veraniegos en nuestro país, con una característica común: La mezcla de géneros musicales, en los que evidentemente se ha buscado satisfacer el gusto de las mayorías, asegurándose así una concurrencia numerosa, lo que significa ventas abundantes. En muchos casos, casi todo el fruto del esfuerzo organizativo se lo llevaron figuras nacionales o extranjeras poco y nada relacionadas con lo que el nombre de cada festival proclamaba.

Como suele ocurrir, hay excepciones a lo enunciado; cada vez son menos, pero hay quienes sostienen valientemente con los hechos, el nombre y la intención original de cada festival. En realidad, el artista y el que gusta del arte criollo, si quiere practicar o disfrutar del mismo sin tener que disfrazarlo y desnaturalizarlo, tendría que evitar entrar en el circuito comercial, donde se le cerrarán las puertas en caso de no ceder a las imposiciones de los mercaderes.

Lo verdaderamente lamentable en todo esto, es la gente que se involucra en actividades culturales sin fines de lucro y, como es de esperar, no gana dinero por ello, pero hace su actividad gratuita con una mentalidad mercantilista o exitista, cayendo así en híbridos que no son del todo culturales ni son comerciales. En los festivales artísticos con nombre folclórico y otros espectáculos menores que también se anuncian como folclóricos, se puede percibir el retroceso de lo auténticamente criollo, doblegado poco a poco por imposiciones que llegan desde lejanos centros comerciales.

Nuestro arte folclórico está cada vez más “avanzado” hacia características ajenas a nuestra tierra, salvo por las propagandas altisonantes que anuncian un producto comercial “sachero”, “criollo”, etc. El quichua, característica importante de nuestra santiagueñidad y criollismo, no escapa a la implacable lapicera comercial. El quichua también es usado como cartel para atraer clientes, mientras por otro lado se les vende lo que para el expendedor y el comprador resultará más facil, generalmente lo que nos ordena la televisión de Buenos Aires, la que a su vez debe de estar recibiendo directivas desde tierras lejanas, a fin de que pronto dejemos de saber bien quiénes somos.

La personalidad de nuestro pueblo y el buen criterio para tomar decisiones, son blanco de arteros ataques, disimulados en forma de moda, de progreso, de algo que “queda bien” y asegura el éxito para quienes han decidido entrar en la lucha por ganarse un lugar en los escenarios pagados o en puestos de trabajo. Es como si ser auténticamente santiagueño diese pérdidas económicas.

Se puede observar en cualquier medio de comunicación y, lamentablemente, en los lugares de folclore compartido e incluso en la vida cotidiana. Estamos por comenzar un nuevo ciclo radial del Alero Quichua Santiagueño. Estamos ante una nueva oportunidad de ser un bastión opuesto al exitismo, al facilismo y a las imposiciones foráneas.

Es una lucha difícil y por momentos agotadora, pero el resultado puede ser grato. Vamos a ver de luchar por la supervivencia del quichua y de las características propias del santiagueño en particular y del criollo argentino en general. Es lucha por la supervivencia. Hay que encararla con brío y valentía.

08 de Marzo de 2.016.

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