Por Crístian Ramón Verduc
18/10/2016
“Túcuy tucucun, tucúypaj” (Todo termina, para todos)

...decía un quichuista para, mediante un juego de palabras, hacer notar que nada es eterno para los humanos, que lo relacionado con nosotros es mas o menos efímero. Suelen afirmar que lo bueno dura poco; también suelen decir que no hay mal que dure cien años; es decir que, como sintetizaba nuestro paisano, tarde o temprano todo tiene su fin.

En estos días en que las lluvias llegaron como una bendición del cielo para la tierra sedienta, las plantas en el monte y en la ciudad se vistieron de un verde distinto al que mostraban hasta hace pocos días. El tiempo de sequía que suele venir con el Invierno terminó. Ahora, para algunos la lluvia es un inconveniente que se antoja interminable, pues muchas actividades al aire libre deben ser canceladas. Pero, así como pasó el tiempo sin lluvia, también el tiempo con lluvia ha de pasar; todo es cuestión de darle tiempo al tiempo e ir adaptándonos a las distintas situaciones.

Las personas que dependen de los días soleados para sus actividades laborales, seguramente ya habrán previsto que las lluvias llegarían como lo hacen cada año; habrán redoblado sus esfuerzos para aprovechar los días soleados y en estos días lluviosos han de estar haciendo tareas de mantenimiento, u otras actividades que van a posibilitar una actividad intensa para cuando vuelvan los días de cielo claro, sin nubes. El éxito de cualquier actividad depende en gran parte de la previsión.

En los libros de Geografía, Astronomía y ciencias complementarias, podemos atisbar el nacimiento, desarrollo y posible futuro de las grandes masas celestes que forman el Universo. Dentro del Universo podemos ver la galaxia en la que está incluida la estrella más cercana a nosotros: La que en quichua llamamos Inti, mientras que en castellano la llamamos Sol. Alrededor del Sol giran planetas, en uno de los cuales estamos viviendo los seres humanos desde hace milenios: La Tierra.

Si comparamos las edades, nos damos con que el Universo existe posiblemente desde hace miles de millones de años, el Sol y sus planetas desde hace también miles de millones de años, y los humanos estamos aquí desde hace “apenas” unas decenas de miles de años. Si comparamos el tiempo que ha transcurrido desde la formación del Universo con el tiempo que lleva el Ser Humano sobre la Tierra, concluiremos en que existimos desde hace poco tiempo. ¿Y si comparamos esos tiempos con la expectativa de vida para una persona? En ese caso, podemos llegar a la conclusión de que el período de vida de cada uno de nosotros sobre la faz de la Tierra es un tiempo demasiado breve.

Podríamos especular que podremos cada uno de nosotros vivir unos cien años. Si una vida de cien años es considerada breve al compararla con los tiempos cósmicos, entonces un año, un mes, una semana o un día son lapsos demasiado breves, tan pequeños que hasta podríamos llamarlos “microlapsos”. La buena noticia es que cada segundo vivido es todo un tesoro si sabemos aprovecharlo.

El mundo en que vivimos está lleno de regalos bellos que recibimos constantemente. Podríamos considerar por separado cada uno de los sentidos que nos permiten relacionarnos con el mundo que nos rodea. Así entenderemos que cada día al despertarnos, lo primero que tenemos es la sensación de suavidad o firmeza del lecho en el que hemos dormido, junto con el frío, calor u otra sensación térmica que sintamos. Todo eso es maravilloso; es un hermoso mensaje que nos recuerda el milagro de estar vivos. Y el día ha de seguir con distintas sensaciones táctiles y de percepciones con el cuerpo, detectando rugosidades, asperezas, suavidades, fríos y calores, sequedad y humedad.

Describir lo que podríamos sentir con la vista, con el oído, con el gusto y el olfato, sería largo de enumerar para cada uno de los sentidos, así que quien goza de algunos o, mejor aún, de todos ellos, lleva consigo una fortuna incalculable para disfrutarla todo el tiempo. El raciocinio nos permitirá evaluar cada momento y disfrutar a cada uno de una manera distinta. Hasta cierto punto, uno puede decidir sobre la duración de cada actividad, e incluso influir sobre las actividades de otras personas. En esto último es necesario ser prudentes, para no causar pérdidas de tiempo a los otros, habida cuenta de lo efímera que es la vida y la necesidad que tenemos todos y cada uno respecto al aprovechamiento del poco tiempo que permaneceremos en la superficie de la Tierra.

Cuando uno no se encuentra a gusto, desea que ese tiempo de penas pase pronto; pero si se halla dichoso, desea que las horas no pasen y que el bienestar sea poco menos que eterno. En la Historia de la Humanidad podemos encontrar muchos “inmortales” que desaparecieron, como distintos monarcas que obraban como si nunca fuesen a bajarse del trono, imperios que durarían miles de años pero que en relativamente poco tiempo fueron derrotados o sustituidos, etc. Un caso conmovedor es el de los dinosaurios, enormes animales que parecían ser los amos del planeta, según observan los estudiosos de lo arcaico, pero ya no están y son estudiados como parte del pasado de nuestro planeta.

Así como ocurre con los seres vivos y con los planetas, las culturas y sus diversas expresiones tienen un tiempo de vida. Los idiomas, como parte que son de la cultura humana, también tienen sus momentos en la vida. Actualmente, en la Tierra son hablados unos siete mil idiomas. Los estudiosos calculan que mas o menos cada dos semanas desaparece alguno de ellos. Una vez fallecido el último de los hablantes, un idioma se considera lengua muerta, lo cual no impide que se lo siga estudiando e incluso hablando (o balbuceando) entre personas que lo han aprendido por alguna razón.

El hecho de que una lengua esté muerta es, por un lado, una pérdida para la diversidad cultural humana; por otro lado, es una ventaja para algunos estudiosos que prefieren lanzar afirmaciones que no pueden ser rebatidas por hablantes. Además, la pérdida de una lengua favorece a la hegemonía de otros idiomas cuyos hablantes sueñan con imponer y eternizar.

El quichua que se habla en Santiago del Estero está en retroceso, con una merma notable en el número de hablantes naturales. Es posible que cada vez haya más gente estudiando el quichua, lo cual no deja de ser algo bueno; lo malo es que cuando no esté el último de los hablantes, se estudiará una lengua muerta.

También puede ocurrir con nuestro quichua que llegue a una desnaturalización tal que ya no sea reconocible como quichua, al ser absorbido por otro idioma u otra variante del ‘Runa Simi.

Es nuestro momento en la vida. Es nuestro tiempo para hacer algo que nos trascienda en el tiempo. Podemos y debemos bregar por la supervivencia del quichua santiagueño, estudiándolo e impulsando su estudio por parte de los que no lo hablan naturalmente, y alentando a los hablantes para que sus hijos sean bilingües y no solamente hablantes del castellano, el cual también está en retroceso ante otros imperios.

Dediquémonos al quichua, sin pérdida de tiempo.

 

18 de Octubre de 2016.

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