Por Crístian Ramón Verduc
12/09/2017
Al hijo que más queremos/ muchas veces más retamos.

“Al hijo que más queremos/ muchas veces más retamos./ Queremos dejarlo libre/ y que no viva de esclavo.” Una de las tantas y tantas coplas que nos dejara Dardo del Valle Gómez es, como suelen ser las coplas, de palabras simples, sencillas, pero la profundidad del concepto nos hace pensar y, en este caso, comprender por qué se pone más celo en quien más nos interesa.

Es muy fácil ser complaciente y dar a cada uno lo que quiere, siempre y cuando haya qué y cómo dar, pero la complacencia puede no ser un síntoma de cariño, pues lo que el niño quiere no siempre es bueno para sí mismo. El niño sabe que quiere algo y lo pide, pero es muy posible que no sepa cuáles serían las consecuencias que ese algo pueda acarrearle.

A medida que recoge experiencia en la vida, el ser humano va descubriendo qué es bueno y qué es malo para la convivencia en una sociedad, e incluso para la integridad del individuo. Una persona no nace lista para salir a querer conquistar el mundo; primero va a vivir bajo la tutela de adultos, los que deben guiarlo hacia una formación tal que le permita ser libre.

Desde el nacimiento, o tal vez desde antes, el ser humano marcha hacia su independencia. Al nacer el nuevo ser humano, con la primera bocanada de aire que respira, abandona la dependencia de su madre para incorporar oxígeno al organismo; el imprescindible oxígeno ya no viene por el cordón umbilical, sino que entra por la nariz o por la boca y va hacia los pulmones, en una primera aspiración que viene aparejada a un llanto, el llanto del dolor y la sorpresa por haber pasado de un mundo a otro.

Es muy agradable tener en brazos a un pequeño ser humano; la sensación es incomparable, pero no ha de ser ése el destino del niño; debe crecer en tamaño e ir incorporando capacidades que le permitirán liberarse de los brazos que amorosamente lo aprisionan. Esa huahuita utula (niñito de poco tamaño) tiene cada día más peso y se mueve cada vez más, haciendo incómoda la carga en brazos. El chico quiere conocer el mundo y estira sus manos e inclina su cuerpo hacia lo que ve, pues quiere tocarlo. A veces se estira bruscamente, como dando un cabezazo hacia atrás. Es necesario sostener con firmeza a esa personita cada vez más inquieta; ya es tiempo de que esté en una superficie plana y segura, donde pueda aprender a gatear, a erguirse y a caminar.

Cuando el nuevo ser humano camina por su propia cuenta, ha dado un gran paso hacia su libertad. Ya no depende de los mayores para desplazarse y cada vez puede acceder por cuenta propia a una cantidad mayor de lugares. Al mismo tiempo, está aprendiendo a expresarse en un idioma; eso le permitirá entender lo que dicen los demás y expresar lo suyo sin necesidad de la traducción materna. Poco a poco, esa persona va a desarrollar una cantidad mayor de habilidades y cada vez estará más tiempo apartado de los brazos maternos, a los que volverá por razones afectivas y también por alguna que otra necesidad.

Así como causa dolor el nacimiento, también hay cierto dolor o incomodidad al ir superando etapas; una parte del ser tiene la tendencia a volver a la comodidad de lo anterior y se rebela contra lo desconocido. Pero es una misión de vida el salir a conocer y conquistar el mundo. Poco a poco, las aspiraciones del humano son las de conocer más y más, a la vez que procura una pareja que lo acompañe en la vida, pareja con la que intentará perpetuar su ser al procrear y formar una nueva familia. Entonces percibirá que, de haber sido alguna vez dependiente de los mayores, a pasado a ser alguien que tiene menores dependientes.

Ese hijo al que Don Dardo del Valle Gómez hace referencia, puede ser un descendiente directo, puede ser un sobrino o un ahijado, puede ser el hijo de un amigo o de un vecino, o puede ser un emprendimiento individual o colectivo, con o sin fines de lucro. Si el “hijo” de uno es un ser humano, va a procurar ayudarlo a lograr un modo de vivir tal que ya no necesite ayuda y sí esté en condiciones de ayudar a alguien.

Si el “hijo” que uno tiene es un emprendimiento, tendrá que lograr en el mismo un funcionamiento tal que permita la continuidad de tal emprendimiento sin la tutela o guía del iniciador. Un emprendimiento, especialmente si es de orden cultural, debe funcionar de tal modo que trascienda el período de vida del humano, y que pueda continuar marchando sin perder el rumbo y la esencia.

Al cabo de casi cuarenta y ocho años de la primera transmisión del Alero Quichua Santiagueño, ocurrida el primer Domingo de Octubre de 1.969, encontramos que el movimiento iniciado aquella vez continúa marchando pese al fallecimiento de sus cuatro horcones fundacionales y de una gran cantidad de los demás iniciadores. Seguimos en forma cotidiana “moviendo el timón” para que el objetivo hacia el cual apuntamos sea el quichua. Mientras sea el quichua el que marque el rumbo a seguir, estaremos bien encaminados y libres.

El Alero Quichua Santiagueño ha logrado un fortalecimiento tal que se lo puede considerar generador de varios emprendimientos, a la vez que lo vemos bien inserto en la sociedad santiagueña y a la vez libre del deseo de éxito en cuanto a cantidad de audiencia, que podría ser condición necesaria para poder permanecer en el aire si fuese una empresa comercial.

El Alero Quichua está integrado por personas que buscan la conservación y difusión del quichua y las tradiciones santiagueñas, sin pedir a cambio algún tipo de recompensa personal; en ello reside la fortaleza de un movimiento cultural.

Teniendo al quichua como objetivo, no podemos esperar una adhesión masiva de la sociedad, sino que debemos lograr que una cantidad cada día mayor de oyentes y seguidores se interese por el quichua, su aprendizaje, conservación y crecimiento.

El ser humano debe vivir y crecer libre, evitando ser esclavo de los vicios. Un emprendimiento cultural debe ser libre de vicios como el exitismo y la complacencia. Debemos estar atentos en forma permanente para ser libres y no caer en la esclavitud.

12 de Septiembre de 2.017.

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