Por Crístian Ramón Verduc
02/01/2018
“Es de vicio pechar contra el viento.”

Palabra más… palabra menos, es un dicho popular que nos invita a no insistir cuando algo se ve difícil. De vicio, en vano, se entiende fácil. Para alguien que no es de nuestra región, es posible que la palabra “pechar” le resulte desconocida, o que no entienda por qué la incluimos en este refrán.

Una acepción de la palabra pechar es la de pagar un tributo. Viene del latín pactare, que significa convenir el pago de un tributo. Otra acepción de esta palabra es la de hacerse cargo de una responsabilidad u obligación. Pero nos interesa compartir qué significa “pechar” en esta parte del mundo. Decimos pechar por empujar con la fuerza de todo el cuerpo, aunque la palabra sugiere que empujaríamos con el pecho, como queriendo abrirnos camino poniendo nuestro cuerpo de frente. En general, se entiende que pechar y empujar son sinónimos.

Un ejemplo del uso de esta palabra con el sentido de abrirse paso empujando con el cuerpo, está en la zamba El Duende del Bandoneón, cuando dice: “Comienza a pechar, la gente al llegar, por que el baile ya empezó.” Puede entenderse esta afirmación como que la gente quiere abrirse paso para ganar un lugar entre la multitud que asiste al baile. También puede referirse a que comenzaron las “pechadas” de los jinetes, los que practican el juego de empujar con su caballo a los otros para desplazarlos de un largo palenque, lo que ocurre en los bailes de “trincheras.”

Pechar, empujar, abrirse paso enfrentando con el cuerpo, dan lugar a otras expresiones, como “pechón” por decir “empujón”; pero en el ámbito citadino, la palabra “pechar” ha tomado otro sentido: El de un pedido, generalmente sorpresivo o inapropiado, de dinero en préstamo. De este significado de la palabra pechar surge el uso de la expresión “pechador” por decir “pedigüeño” a quien pide en forma inconveniente.

En nuestra región queda claro que si se habla de pechar, se está hablando de empujar, generalmente con fuerza, con ganas, con ímpetu. En Santiago se le da mayor ímpetu y énfasis a ese empuje cuando se dice “pechadiar” hablando explícitamente de empujar, llevando por delante lo que fuere. Podemos escuchar expresiones como: “Ha salido pechadiando el monte y no ha vuelto” o “Iba pechadiando a la gente para ganar lugar.”

Una cosa es “pechadiar gente” y otra muy distinta es “pechar contra el viento.” La gente está firme contra el suelo, con un peso y una solidez mas o menos iguales que nosotros, mientras que el viento es aire en movimiento, y el aire es un fluido liviano si lo comparamos con nuestra masa corporal.

El viento es aire en movimiento. También podemos sentir un viento relativo al movernos nosotros a través del aire, lo que ocurre cuando nos desplazamos caminando, corriendo, de a caballo, en bicicleta, en motocicleta o en otro vehículo que no sea cerrado; entonces tenemos la sensación de que viene viento de frente, aunque no lo haya. La intensidad de ese viento relativo será igual a la velocidad con que nos desplacemos.

El viento es aire que se desplaza de una zona de alta presión atmosférica hacia una zona de baja presión. La velocidad del viento se mide en metros por segundo, en kilómetros por hora o en nudos. Se llama Nudo a una medida de velocidad, cuya unidad es la velocidad necesaria para recorrer una milla en una hora. La milla en este caso es igual a 1.852 metros. Si algo recorre esa distancia en una hora, su velocidad es de un nudo.

Ya que la palabra nudo ya nos está indicando una velocidad, no corresponde decir “nudos por hora.” En todo caso, deberíamos decir “millas por hora” como equivalente a nudos. Por otra parte, si queremos expresar la velocidad en metros por segundo, debemos decirlo así: “Metros por segundo”, y si usamos la expresión más habitual, que es la de kilómetros por hora, debemos decir la frase completa: “Kilómetros por hora” para que se entienda que estamos hablando de la distancia que se recorre en una hora.

Si decimos que un automóvil viene a cien kilómetros, estamos diciendo que ese automóvil está a cien kilómetros de distancia de nosotros, pero si decimos que tal vehículo viene a cien kilómetros por hora (100 km/h), se puede entender que en cada hora está recorriendo cien kilómetros. Del mismo modo, si decimos: “Hay viento del Sur a diez kilómetros”, estaremos diciendo que hay viento del Sur en un lugar distante diez kilómetros de nosotros, mientras que si decimos: “Hay viento del Sur a diez kilómetros por hora”, estaremos informando que hay un viento suave, que se desplaza a razón de diez kilómetros por cada hora transcurrida. Se puede avanzar tranquilo contra ese viento.

El viento, por ser una masa de aire en movimiento, es fácil de “pechar” y si es suave, es una caricia para el cuerpo. Por sobre los 30 km/h (treinta kilómetros por hora), el viento levanta tierra del suelo, y los vientos superiores a cincuenta kilómetros por hora nos provocan dificultades para andar. Hay que pechar con fuerza para avanzar contra el viento fuerte. En ciertas regiones de nuestro país hay vientos muy fuertes, como ocurre en la Patagonia y, más aún, en la Antártida.

En la marcha por la vida, cada vez que queremos avanzar con algún proyecto, encontramos un viento relativo directamente proporcional a la velocidad con la que pretendemos marchar. Como la resistencia de la masa de aire se incrementa con la velocidad, llega un momento en que se hace extremadamente difícil seguir acelerando y alcanzamos nuestra velocidad máxima, o la velocidad máxima del proyecto.

Los proyectos de promoción del quichua y de las tradiciones criollas, suelen ser arrasados por vientos negativos, que procuran de un modo u otro frenar cualquier avance de lo auténticamente nuestro, mientras lo ajeno nos atropella continuamente y con viento a su favor. La dirección e intensidad de los vientos en la cultura de un pueblo están regidas por humanos con fuertes motivaciones, las que obran como centros de presión capaces de enviar fuertes vientos hacia las zonas de baja presión, de poca actividad, de actitud pasiva y conformista.

La presión de lo propio y lo foráneo estará determinada por la cantidad y dedicación de sus cultores. La falta de una gran cantidad de gente, puede y debe ser compensada con la dedicación, el compromiso y la inteligencia con que se obre.

Debemos henchir el pecho y, convencidos de estar empujando por una causa justa, pechar contra el irracional viento que pretende enajenarnos. Si nos dedicamos y pechamos lo suficiente, podemos ser muchos y fuertes, para lograr primero poner un freno al avance invasivo y luego recuperar el terreno perdido.

02 de Enero de 2.018.

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