Por Crístian Ramón Verduc
09/02/2021
“Caypi cántaj churacuni/ vigüelapa compasninpi/ cay ckari desvelajninpi/ cha llaquiynin ancha atunta/ sapallan pajaru inata/ consolácoj cantayninpi”

Así comienza la versión quichua de El Gaucho Martín Fierro, traducción de Don Sixto Palavecino. Es la traducción de la primera estrofa, la que dice: “Aquí me pongo a cantar/ al compás de la vigüela/ que el hombre que lo desvela/ una pena estrordinaria/ como la ave solitaria/ con el cantar se consuela”. 

El ponerse a cantar de tarde en tarde, con instrumento o sin él, es una costumbre de larga data entre la gente criolla, y posiblemente también en otras culturas del mundo porque, aparentemente, el gusto por la música y el canto son inherentes a la condición humana. 

Es muy común la admiración al canto de los pájaros y el tomarlos como guía a la hora de elogiar a quienes cantan. Recordemos algunos nombres de pájaros puestos como adjetivo y como nombre para solistas y conjuntos: Alondra, calandria, chalchalero, zorzal, canario, cardenal, mirlo, ruiseñor, etc. En el comienzo de su célebre obra, José Hernández no dice “pájaro”, sino que dice “ave”, seguramente por una cuestión de métrica o para ser más amplio, pues si bien no todas las aves son cantoras, no todas las aves cantoras son pájaros precisamente. 

Hay loros, papagayos, cotorras, catas, que cantan imitando a pájaros cantores y también cantan o hablan articulando palabras copiadas de los humanos. El ñan árcaj o atajacaminos, sin ser un pájaro, tiene un gorjeo muy bonito. También hay aves que emiten graznidos y otros sonidos que para el oído humano pueden sonar desagradables. Lo que más nos agrada es el canto de los pájaros. 

También hay aves con plumajes muy vistosos y otras que no nos resultan muy atractivas por su “vestimenta”. Hay colores que nos transmiten alegría y agrado, mientras que otros colores nos resultan tristes. Lo dice el gran entrerriano Don Víctor Velázquez en su milonga Este oficio de cantor: “…naides me puede negar que entre el cuervo y el jilguero, está de luto el primero porque no aprendió a cantar”. 

No está claro si el ser humano aprendió primero a silbar o a tararear, pero es muy posible que haya sido muy cerca del tiempo en que aprendió a comunicarse mediante sonidos, como un habla rudimentaria, que comenzó a reproducir los trinos y otras voces que escuchaba de los animales. Es muy posible que los cantos de pájaros hayan sido una fuente de placer ya en esos lejanos tiempos.  

El ruido del agua corriendo entre piedras, escuchado con buena predisposición, se siente como un sonido agradable, mientras que la caída de algo, los truenos de una tormenta, el golpear de puños, garras o fuertes colas, también habrían estimulado los sentidos y los sentimientos de la gente antigua, que intentó reproducirlos con su voz, con palmoteos, con golpes en el pecho, haciendo entrechocar objetos y otros actos precursores de los instrumentos de percusión.    

El canto y los instrumentos musicales, creados en cada comunidad o incorporados desde otras, además de haber aportado un elemento más para el bienestar de la gente, han venido a enriquecer el idioma con los nombres de cada uno de los elementos involucrados en el acto del canto, la música y la consecuente danza. 

El paso del tiempo, las experiencias vividas por el ser humano, los adelantos que le permitían gozar de momentos de tranquilidad creativa, han dado lugar a la aparición de las artes, entre ellas la música, que ya no era solamente propia de las manifestaciones naturales, sino que había pasado a ser creada e interpretada por la gente, cada uno a su manera y conforme a su dedicación o talento. 

Dentro de la evolución cultural de los pueblos, la música fue ocupando lugares de mayor o menor importancia, pero siempre presente de algún modo, con el surgimiento de la música festiva, la música solemne, la música fúnebre, etc. Algunas comunidades reconocieron a sus músicos y cantores talentosos permitiéndoles dedicarse únicamente al arte, sin obligarlos a cumplir las tareas comunitarias y ayudándolos en cuanto a su supervivencia. Esa costumbre aún existe, aunque ha tomado diversas formas según de qué pueblos se trate. 

La música es una manifestación cultural muy importante en los pueblos actuales. En cierto modo también es causa de un importante movimiento económico a su alrededor. La música que se escucha en forma cotidiana nos muestra un rasgo cultural de la gente del lugar en que estemos. El tipo de música que se escucha, toca, canta y baila en un lugar determinado, forma parte de la identidad cultural de los lugareños. 

El rasgo cultural musical característico de Santiago del Estero es la chacarera, aunque no es la única manifestación que agrada a la mayoría de los santiagueños; incluso podríamos dudar respecto a que si el arte nativo es la manifestación que más atrae a nuestros coterráneos. 

El hecho concreto es que las manifestaciones del arte nativo que “suenan a santiagueño” son muy requeridas en todo el país y vienen a ser la “carta de presentación” del santiagueño. Andando en otros lugares, el santiagueño es frecuentemente invitado a cantar una chacarera, a bailarla, a tocar la guitarra o el bombo. Para gente de otras provincias, es decepcionante una persona de Santiago del Estero que no cultive la chacarera y el arte nativo santiagueño en general. 

El soncko (corazón) propio o de otra gente siente una gran alegría cuando una persona de Santiago del Estero trasnmite su felicidad cantando cosas del pago querido, ya sea describiendo el paisaje, manifestando añoranzas presentes o pasadas, endechas de amor o lo que fuere, siempre y cuando tenga “olor a Santiago”. 

El canto transmite hondos sentimientos, casi siempre de alegría. Si es en quichua, mucho mejor.    

09 de Febrero de 2.021.

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