Por Crístian Ramón Verduc
16/02/2021
“Napasmi llajtaypi paran, napasmi sacha cusicun"

(Se dio la lluvia en mi pago, el monte a alegrarse empieza). Así comienza el poema Parachúntaj (Que llueva) de Don Vicente Javier Salto Taboada. 

Cada vez que llueve, el monte se manifiesta con los dúos cancioneros de los horneros, el canto alegre de cuanto pájaro habite en él, el revoloteo de todos ellos capturando insectos que vuelan en busca de otros lugares para instalar una nueva casa, las ranas y sapos cantando contentos al tener nuevas lagunas donde reproducirse. El monte empieza a manifestar su alegría apenas terminó la lluvia. Muchas veces, después de la lluvia el cielo adhiere al festejo mostrando un esplendoroso arco iris, y en ocasiones, la alegría es tanta que aparece un arco iris doble o triple. Dicen que también puede haber arco iris cuádruple.

La lluvia es necesaria para el crecimiento de las plantas, para que haya lugares con agua para la fauna sachera (del monte) de todo tamaño, y también para el ser humano que necesita de la lluvia para sus sembrados, para el llenado de represas que servirán como depósito de agua para los animales, y para que el agua caída en los techos de chapa vaya por las canaletas hacia la cisterna donde se depositará y decantará para consumo humano. 

La lluvia es motivo de alegría; es una fiesta para las plantas, los animales y la gente; empero, se dice que hay buen tiempo cuando no llueve, especialmente si el día muestra un Sol radiante o la noche exhibe todas sus estrellas. Es un dicho que expresa el interés humano para poder realizar tareas a campo abierto, en las aguas e incluso en el cielo, sin las molestias que le causan las precipitaciones naturales. 

Cabe recordar que, así como hay lluvias mansas que riegan los campos y ciudades con tranquilidad, también existen las tormentas violentas con fuertes vientos que rompen gajos, carteles, desprenden techos y pueden causar diversos daños. Si esas tormentas fuertes, en vez de precipitar agua líquida precipitan pedacitos de hielo (piedra, granizo) pueden dañar plantas sembradas o del monte, vehículos, techos, y golpear a personas y animales que no se han puesto a resguardo. 

Los animales, especialmente los que viven libres de la domesticación humana, pueden prever una tormenta y se preparan para que no los dañe; chaina nincu (así dicen). Miles de años después de haber comenzado a usar el fuego en beneficio propio y de haber ideado la rueda, el ser humano parece no haber conseguido utilizar sus avances tecnológicos para evitar los problemas que podrían causar los fenómenos naturales. 

Según dicen, la lluvia existe desde antes que el primer ser humano caminase por la Tierra, pero aún siguen sorprendiéndonos algunas lluvias, más allá del hermoso espectáculo que nos brindan. Aún existen ciudades en el mundo, con calles y barrios que se inundan cuando llueve mucho.  

¿Cuánto es mucha lluvia? Seguramente ha de ser cuando llueve una cantidad mayor que la más copiosa que se haya conocido. Hoy, con los datos estadísticos acumulados, la facilidad para comunicarse internacionalmente para compartir información y las máquinas electrónicas que pueden ordenar los datos según datos históricos y geográficos, las ciudades deberían contar con los medios necesarios para que un día de tormenta sea un día casi igual a los días de “buen tiempo” en cuanto a posibilidades de transitar, ser atendido normalmente en los distintos servicios públicos, trabajar y estudiar en forma presencial o remota.  

En comunidades bien cuidadas por sus propios pobladores, coordinados por personas elegidas periódicamente a tal efecto, las calles, rutas y caminos deberían permanecer transitables aún durante una tormenta y después de la misma. Los desagües deberían ser diseñados y construidos para drenar el doble que lo que precipitaría la peor de las tormentas registradas, las calles no deberían tener roturas de ninguna índole, las veredas deberían estar todas limpias y en buenas condiciones. Todo eso es posible con la cantidad de gente que hay disponible y con los adelantos tecnológicos actuales. 

Si una persona tiene, por ejemplo, una entrevista judicial o un turno médico, ello debería cumplirse en el momento acordado, por más que esté lloviendo o haya llovido. Los paraguas existen desde hace siglos, así que uno podría llegar con la ropa seca al encuentro convenido en el horario previsto. No hacerlo sería falta de seriedad, sería haber caído en la mentira, ignorando el precepto Ama llulla. 

Cuando decimos que pese a la lluvia, uno debería recibir una atención normal, damos por sentado que lo normal sería que toda gestión en organismos públicos o privados sea atendida con presteza. Hay gente y medios tecnológicos para que todo trámite pueda ser resuelto en muy poco tiempo. Si no es así, se debe a que quien se ocupa de tales trámites es ckella (persona perezosa). Si una persona recibe un sueldo u otra forma de pago por hacer un trabajo y no lo hace, además de ckella es súa (persona ladrona) al estar apropiándose de un dinero que no es suyo, por no haberlo ganado en forma legítima. 

La lluvia tendría que ser motivo de alegría compartida, no motivo de preocupación y retrasos, salvo las tormentas excepcionalmente violentas, como ser los tornados y huracanes, que obligan a todo ser vivo a quedar quieto y a resguardo. 

“A mal tiempo, buena cara”, dice un viejo y conocido refrán. Podríamos agregar una afirmación a partir de haber logrado superarnos: “Aún con mal tiempo, nuestras actividades siguen bien”.      

16 de Febrero de 2.021.

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