Por Crístian Ramón Verduc
23/03/2021
"¡Ancha súmaj cantanquich!"

Así dijo con entusiasmo una de las personas que en el patio festivo había escuchado con mucha atención a unos invitados que cantaban en quichua. Los cantores bilingües habían sido invitados por un yerno de la homenajeada, una señora quichuista que estaba llegando a los noventa años de edad.

Ella, contenta al escuchar el canto en el habla que años atrás compartiera con su finado marido, con sus finados hermanos, con sus vecinos ahora lejanos y tal vez también fallecidos; feliz al escuchar nuevamente el canto quichua, sonreía satisfecha sin poder decir ni una palabra. La otra persona, con menos edad y un poco más vigorosa, pudo exteriorizar su alegría exclamando: “¡Ustedes cantan muy lindo!” 

Sentados a una mesa lejos de los potentes parlantes, esperando el momento para regresar cada uno a su casa, los cantores conversaban acercándose entre ellos para poder hacerse oír. Uno de ellos comentó la breve conversación posterior con las dos personas que evidentemente habían disfrutado de su arte nativo. Otro de los cantores dijo que en realidad eran tres, pues era evidente la satisfacción de quien los había llevado. Terció otro cantor para aclarar que el hombre que los había invitado estaba satisfecho al ver que la idea de hacer escuchar canto quichua a su suegra había dado un buen resultado. 

El primero dijo: “No ha sido para mí muy cómodo el cantar ante un centenar de personas que se mostraban indiferentes”. El segundo cantor, el optimista habitual, dijo que había cantado contento viendo que la dueña de casa y una persona más disfrutaban de escucharlos. El otro integrante, el de las expresiones sentenciosas, concluyó: “Yanasus, no olviden que lo nuestro no es un comercio. Cantamos por el gusto de cantar y nuestro canto quichua por ahora no es aceptado por la mayor parte de la población, pero mientras haya siquiera una persona contenta por escucharnos, no habremos cantado únicamente para nosotros. No estamos solos”.  

Quien se dedique al arte nativo, al canto y música tradicionales, lo ha de hacer por gusto, buscando una satisfacción propia, a la vez que procura compartir con los demás ese gusto por lo nuestro, por lo que consideramos la identidad de nuestra tierra. La persona que canta, toca o difunde el arte nativo, va contra la corriente comercial; va a encontrar indiferencia, críticas y rechazo entre conocidos y entre desconocidos. Quien practica el arte nativo no va a llamar la atención de quienes hacen del arte un comercio y, lamentablemente, tampoco podrá esperar demasiado de algunos organismos que tienen colgado el cartel de la cultura.  

Hubo en nuestra tierra gente luchadora y honesta, que se puso el poncho del arte nativo y fue consecuente con ello, pese a las dificultades que tuvo que superar para hacer oír lo suyo. El gran ejemplo que recordamos especialmente en Marzo de este año, es Don Andrés Chazarreta y su Orquesta de Arte Nativo del Norte Argentino, que llevó el arte de nuestro terruño a Buenos Aires, la ciudad desde donde se imponen los gustos a las mayorías argentinas. 

Cada región musical tuvo sus pioneros, los que dejaron de lado la posibilidad del éxito comercial seguro, para arriesgarse a difundir lo que sentían como la manifestación auténtica de su tierra. No es nada fácil seguir la huella del arte nativo en medio de la indiferencia o las críticas negativas de quienes piensan al arte como un comercio y siguen movimientos masivos, movimientos que son digitados desde lugares extraños a la tierra que decimos amar. 

Entre los escollos que se deben sortear, los más difíciles son las defecciones de quienes habían emprendido el camino acompañando la lucha. Para mantener el rumbo del arte nativo valen más los hechos que las palabras. De poco sirven los discursos altisonantes en el aniversario de un acontecimiento épico, si a la primera oportunidad se va a quitar espacios a lo que se dice sostener.  

Contaba Don Sixto Palavecino que en sus años mozos, notaba el retroceso del quichua como habla cotidiana y como idioma preferido a la hora de cantar. Comenzaba a percibir el desprecio hacia el quichua entre la gente ansiosa por adoptar las costumbres impuestas por las ciudades. Entonces, desde la ciudad de Santiago del Estero llegó hasta Salavina la noticia de que el Profesor Domingo Bravo estaba enseñando quichua en lugares muy importantes. Esa noticia marcó un cambio en la actitud de los vecinos hacia él y hacia las otras personas quichuistas, lo que le dio un nuevo ánimo para seguir hablando y cantando en quichua. 

Años después, viviendo en la capital provincial y mientras seguía en su afán por difundir el canto quichua y el arte nativo santiagueño, conoció a Felipe Corpos y juntos decidieron hacer un programa quichua en la única emisora de radio de toda la provincia. Invitaron a quichuistas y entusiastas, y al Profesor Domingo Bravo, prestigioso docente del quichua, con experiencia en haber llevado el quichua a la emisora una década antes. 

Formado el equipo de trabajo, dieron forma a la idea y Don Sixto habló al Director interino de la radio, el músico Alberto Pérez, quien tomó la loable decisión de incorporar un programa sin finalidad comercial en una radio que debía sostenerse con la venta de publicidad. 

Ha pasado más de medio siglo desde aquel primer Domingo de Octubre, cuando en 1969 comenzó a emitirse la audición quichua que fue ganando corazones, lanzando su mensaje quichua y de arte nativo al aire, para llegar a quichuistas y no quichuistas que valoran el habla y las tradiciones santiagueñas. 

El grupo ha ido renovándose paulatinamente. Han pasado más de cuarenta y siete años de la muerte de Felipe Corpos, más de cuarenta y cuatro años del fallecimiento de Vicente Salto, cerca de veinticinco años desde la partida del Profesor Bravo, casi trece años del fallecimiento de Don Sixto, que nos dejó la exhortación a seguir la huella y quichuizar al mundo. Quedan vivos pocos de los integrantes iniciales y no participan activamente de las audiciones semanales. 

El grupo de gente está renovado, pero siempre hay dentro del mismo quienes deben luchar para no salir de la huella que nos dejaran marcada los pioneros de este movimiento. Los intereses comerciales y los gustos particulares acechan en cada recodo del camino. La lucha por el quichua y el arte nativo santiagueño sigue. Por ahora sigue siendo acompañado con gusto por un pequeño porcentaje de la población, pero vamos a seguir en el intento, sin permitir que nos roben el nombre del Alero Quichua Santiagueño para fines ajenos, atentos contra las mentiras y sin tener pereza para seguir la huella que marca el rumbo para quichuizar al mundo. 

23 de Marzo de 2.021.
 

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