Por Crístian Ramón Verduc
26/12/2007


Se hacen muchos pedidos por la paz en el mundo, cada uno con su discurso. Ya pasó la tradicional Noche de Paz. La paz, ese estado que debería ser natural en el ser humano, es definido como la ausencia de violencia en cualquiera de sus expresiones. Es fácil decir que reina la paz mientras no se está en guerra u otra situación violenta a gran escala. Es necesario, para completar el concepto de paz, aclarar que ésta no debe ser forzada. Hay paces que se logran por imposición de alguien sobre otro, o de un grupo que domina a otro. En un clima tenso, donde alguien soporta un trato injusto, por temor o acostumbramiento, no hay paz verdadera. En un ambiente de paz fingida hay pequeñas violencias cotidianas. Todo trato injusto es un acto de violencia. La ley del más fuerte es la selección del más apto para sobrevivir en el ambiente natural de plantas y animales. Cuando los humanos antiguos han fundado civilizaciones por todo el mundo, tal vez sin saberlo han iniciado el camino hacia el trato justo entre las personas, en busca de la paz. Es posible que, como ocurre en muchas peregrinaciones del hombre, se haya perdido el rumbo a causa de obstáculos que no estaban previstos. El principal escollo para que el hombre se civilice y alcance la justicia que le dará paz es una inclinación natural difícil de manejar: el egoísmo. La palabra griega ego significa yo, nocka. La exaltación del ego, el culto a sí mismo, es egolatría. La mezquindad para beneficio propio es egoísmo. Estas fallas de nosotros mismos podemos encontrarlas con solo observar. Es posible que las encontremos en el prójimo, pues es muy difícil hallar fallas en ego. Filósofos griegos decían que en nuestro frente llevamos escritas nuestras virtudes, mientras que nuestros defectos están escritos a la espalda para ser vistos solamente por los otros. En nuestro afán por exaltar las virtudes propias, alardeamos de ellas y las transformamos en defectos que cargamos con mucho orgullo. Todo esto nos lleva a cometer injusticias, que son pequeños o grandes atentados contra la paz.

            Toda la naturaleza es una armonía divina. Esa armonía, agredida a diario por la civilización mal encaminada, en estos tiempos está mostrando más que nunca su fragilidad. Los humanos estamos actuando como si navegásemos en un barco con riesgo de hundimiento y, en vez de arreglarlo para bien de todos, le sacamos pedazos para hacer balsas individuales. El individualismo es uno de los escollos a superar para lograr la paz y la armonía. Esto ha sido puesto en evidencia por José Hernández en su obra cumbre, cuando muestra la miseria humana en el egoísta Viejo Vizcacha y la opone a la grandeza de un Martín Fierro que aprendió del sufrimiento y aconseja a sus hijos para ser solidarios. Otros escritores se refieren a las características del ser humano, pero generalmente preferimos al gran referente criollo a la hora de recurrir a los pensadores famosos. El pueblo del Taahuantinsuyu, regido por los mandatos de no robar, no mentir ni ceder a la pereza, estaba sometido por un grupo de poder monárquico. Dentro de la monarquía incaica había luchas por el poder y tal situación no pudo resistir mucho al ataque de los invasores que estaban dispuestos a mentir y quitar todo, incluso la vida, para enriquecerse con el esfuerzo de los pueblos americanos. La desunión de nuestros antepasados aborígenes permitió la victoria de nuestros antepasados usurpadores. Hoy, cuando en todo el mundo se habla de paz, es un buen momento para observar lo que cargamos en la espalda, mirar a la cara de nuestros hermanos y, entendiendo que si bien es cierto que solos podríamos marchar rápido pero juntos iremos más seguros, tomarnos de la mano y marchar en busca de un mundo sano, donde rija la ley de la bondad y la solidaridad. Es una marcha dura y difícil, pero éste es un buen momento para dar el primer paso tomando como punto de partida el pedacito de mundo en el que vivimos y actuamos a diario. Chaina cachun.

26 de Diciembre de 2.007.

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