Por Crístian Ramón Verduc
28/12/2021
Se termina el año dos mil veintiuno.

Íshcay huarancka íshcay chunca sujníoj huata tucucun (Traducido palabra por pabra: Dos mil, dos diez con uno, año, termina). Íshcay huarancka íshcay chunca ishcayníoj huata chayachcan. El año dos mil veintidós está llegando. 

El año es una medida de tiempo, al igual que los siglos, los milenios, los meses, las semanas, los días, las horas, los minutos, los segundos y sus fracciones. No deja de llamar la atención el microsegundo, medida de tiempo tan breve, que en un segundo hay mil microsegundos. Y más aún el nanosegundo, que es la milmillonésima parte de un segundo. Estas medidas tan pequeñas se usan con fines científicos. 

El paso del tiempo ha llamado la atención del ser humano desde épocas antiquísimas. Pueblos antiguos de todas partes del mundo pusieron nombre a las distintas etapas que observaban en el paso natural del tiempo, para poder ponerse de acuerdo y poder así desarrollar sus actividades conjuntas.  

Es muy necesario el saber ubicarse en cuanto a lugar y momento, o en el espacio y el tiempo, y para concordar en cuanto a ello, es muy necesario un vocabulario en común. Hoy, para nosotros es muy común decir, por ejemplo: “Tengo turno en la Secretaría de Tal Cosa, para el Lunes diez de Enero de dos mil veintidós a las diez de la mañana”, pero para lograr una información tan precisa, ha sido necesario todo un proceso cultural de milenios. 

En nuestra realidad actual, para decir los momentos con exactitud, apelamos al reloj si se trata de decir la hora y minutos. Para mayor precisión, como sería la previsión del final de un programa de radio, consultamos un reloj digital que nos indica la hora oficial incluyendo los segundos.  

Para ciertas descripciones y para poesía, suele utilizarse una serie de expresiones muy bonitas como, por ejemplo: Al alba, cancha canchajpi, cuando viene clareando, cuando asoma el Sol. A la hora del mate. Al mediodía. A la hora de la siesta, hora i’ siesta, a horita i’ siesta. Al atardecer, a la oración, a la puesta del Sol. A la nochecita, a la noche temprano, tarde de la noche, cerca de la medianoche, a la madrugada, casi al amanecer. Se utilizan estas expresiones cuando no necesitamos precisión de horario, pero sí queremos describir el momento según las costumbres arraigadas en nuestra cultura criolla.  

También para las distintas épocas del año hay expresiones descriptivas, especialmente en quichua; por ejemplo: Chiri pacha (tiempo frío), ckoñi pacha (tiempo del calor), ckómer pacha (tiempo verde, tiempo del verdor), sisa pacha (tiempo de las flores), póckoy pacha (tiempo de la fruta madura).  

En los escritos legales, en los medios de comunicación masivos y en el habla cotidiana local, nacional e internacional, para entendernos bien decimos el día, el mes y el año. Para llegar a esta determinación de los tiempos, se ha realizado una serie de acuerdos, leyes decretos y disposiciones varias a lo largo de la historia. Todo ello permitió la elaboración de calendarios, los que consultamos para saber qué día es hoy, para decidir qué fecha pondremos en una nota que terminaremos de escribir dentro de unos días, etc. 

Gracias al calendario uno puede saber, por ejemplo, cuál será el Sábado posterior al día de su cumpleaños, si tiene la intención de hacer una fiesta sabatina. Desde hace unas semanas, algunas casas de comercio regalan a sus clientes el almanaque o calendario del año que está por comenzar. Los calendarios que hay en Internet ofrecen distintas posibilidades. Nos permiten, por ejemplo, saber en qué día de la semana hemos nacido si sólo tenemos la fecha del documento de identidad. Un calendario perpetuo permite también, por ejemplo, saber que el 25 de Mayo de 1810 ha sido Viernes, que el 9 de Julio de 1816 era Martes, que el 5 de Octubre de 1969 era Domingo, etc. 

Utilizamos el calendario gregoriano, vigente desde 1582, impuesto por el Papa Gregorio XIII en reemplazo del calendario juliano, que era aceptado desde el año 46 Antes de Cristo por imposición del gobernante romano Julio César. El calendario gregoriano es de uso oficial en todo el continente americano, en toda Europa, en toda Oceanía, en casi toda África y en la mayoría de los países asiáticos.  

Para contar los años, está convenido tomar como referencia el tiempo en que nació Jesucristo. Para los años anteriores al nacimiento de Jesús, se hace un conteo inverso y se agrega la sigla AC o la abreviatura a. de C. Para los años posteriores, se utilizan DC, d.C. o se escribe directamente el año y ya se entiende que es posterior a Cristo.  
En nuestro país criollo, que tiene al castellano como idioma oficial, hasta el año dos mil diecinueve (2019) veníamos nombrando bien a los años. A partir del año pasado, seguramente por mandato de “ya sabemos quiénes”, los tan criticados y tan obedecidos medios de difusión de Buenos Aires, comenzaron a llamar 20 20 (veinte veinte) al año 2.020 (dos mil veinte); enseguida, difusores de las provincias obedecieron el mandato implícito y se unieron al coro que, al parecer, es internacional. 

Ante tal barbaridad, la Real Academia Española, que muchas veces defiende al idioma castellano, advirtió: “No es correcto decir "veinte veinte" para referirse al año 2020. Este barbarismo es una influencia del inglés; para la RAE, en español, lo indicado es leer los años como el cardinal que les correspondería; en este caso, dos mil veinte.” 
Ejerciendo su derecho a ignorar, los agentes de la aculturación continúan quitando elegancia al habla cotidiana y lo demostraron durante todo lo que va del año dos mil veintiuno; parece que seguirán en el año dos mil veintidós. Quienes queremos de algún modo cuidar la cultura criolla, debemos cuidar nuestra memoria y recordar “en qué rincón se oculta el que es enemigo”. A la hora de cuidar lo nuestro, no debemos confiar en quienes obedecen directivas del enemigo. 

A la gente que lee estas líneas, con todo afecto le decimos: ¡Feliz dos mil veintidós! Cusi huata mósoj. Feliz año nuevo. 

28 de Diciembre de 2.021.

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