Por Crístian Ramón Verduc
01/03/2022
"Nunca quise irme de Santiago".

Así decía un hombre en una rueda de amigos, de esas que suelen acontecer en el patio de una casa, compartiendo el mate, o una mesa de mediodía o nocturna, o simplemente compartiendo la conversación. Uno de los presentes pensó un poco antes de objetarle: “Pero, vos has vivido más tiempo afuera que en Santiago”. El primero respondió: “Es cierto, pero el hecho es que nunca habría querido irme, y voy a contarles cómo ha sido mi vida viajera.” 

“Era muy chico cuando mi familia tuvo que ir a vivir en San Miguel de Tucumán. Recuerdo que era una tarde de Verano cuando hemos dejado la casa y el camión que nos llevaba con muebles y equipaje, parecía ir muy lentamente hacia la esquina, donde al doblar desapareció aparentemente para siempre el frente de la que había sido nuestra casa.

También desaparecían las casas de los vecinos, gente muy querida. A partir de ese momento, el llanto no me dejaba ver el Parque Aguirre ni las casas de los vecinos que vivían a la vuelta de la esquina. 

En Tucumán, pronto se acabaron las vacaciones y volví a la escuela primaria, pero ya no era la escuela mía, la Escuelita 41, donde había sido alumno desde el jardín de infantes. En ese nuevo período, era el único santiagueño entre un gran número de chicos tucumanos; algunos de ellos eran amistosos, otros se burlaban de mi origen y me hacían sentir más deseos de volver cuanto antes a Santiago. 

Debo aclarar que Tucumán no me ha tratado mal, salvo por uno que otro burlón que se reía de mi provincia, buscando pelea, cosas de chicos que para un chico eran tremendas. He podido volver a mi ciudad por unos días recién al terminar la escuela primaria. Parecía estar todo igual y han sido días muy felices. Después volver a la rutina en tierra ajena. Entre esa rutina, cada tanto surgía alguna excursión dentro de la bella provincia vecina, lo que avivaba mi deseo de conocer lugares. Me llenaba de orgullo al escuchar por la radio a un cantante o un conjunto santiagueño, o al saber de algún logro deportivo de comprovincianos. 

He podido volver a Santiago en mi adolescencia, después de haber vivido más tiempo en Tucumán que en Santiago. ¡Qué linda vida era la que pasaba en mi tierra, disfrutando de cada día de trabajo y de aprendizaje, de conversaciones con amigos, de paseos en bicicleta o caminando! Pero, las conversaciones con amigos y conocidos me habían despertado desde años atrás el deseo de conocer Buenos Aires, así que a la primera oportunidad he viajado por diez días a Buenos Aires. 

De allá he vuelto deslumbrado con la gran ciudad y los relatos de mis parientes, que me incitaban a ir a vivir en Buenos Aires, para trabajar en mejores condiciones que en mi pago y progresar como ellos, así que un par de años después llenaba alegremente un bolso con ropa y un avío para el viaje, mientras repetía para quien quisiera escucharme y para mí, que debía vivir en Buenos Aires para confirmar mi condición de santiagueño. 

Llegó el día del viaje y comenzaron las despedidas, primero entre sonrisas ante los buenos deseos y recomendaciones de familiares y amigos, hasta que el hijo de uno de ellos me preguntó cuándo volveríamos a vernos. Al responderle que posiblemente sería al cabo de un año, inocentemente preguntó si podría ser una semana en vez de un año. Esa pregunta me hizo notar el cariño de mi gente que estaba dejando por ir en búsqueda de un sueño incierto. Puedo afirmar que esa vez, todo el camino lloré. 

No ha sido difícil adaptarme al ritmo de trabajo, no muy distinto al nuestro, y cobraba un buen sueldo, pero desde adentro de mi corazón, Santiago me llamaba, así que un día he decidido volver a mi barrio y al mismo trabajo que había dejado, pues he sido admitido inmediatamente. 

Los siguientes viajes han sido para conocer, para pasear, para visitar gente, en la medida en que el trabajo y el dinero lo permitían. Después llegó el servicio militar obligatorio, cumplido durante un año en Catamarca, otra linda experiencia de vida, pero cargada de deseos de volver cuanto antes a mi pago. Pocos años después, el servicio laboral, actividades deportivas y el deseo de tocar el bombo y cantar, me han permitido viajar mucho dentro de la provincia, hacia otros lugares de nuestro país y un fin de semana cancionero en Bolivia. 

Años después, cuando estaba emparejando los años vividos en Santiago con los vividos fuera de mi provincia, fuertes razones afectivas me han llevado a vivir fuera de nuestro país durante casi una década. Estando tan lejos del pago, en cada puesta del Sol miraba hacia donde intuía estaba mi casa natal. Por un momento dejaba de lado la satisfacción que sentía por estar viviendo una muy buena situación material y, más que nada por el cariño que recibía todo el tiempo. A pesar de lo bien que estaba, sentía un gran deseo de imitar a las aves que en cada atardecer vuelan hacia el nido. 

Finalmente, he vuelto a Santiago del Estero para quedarme. Creo que, efectivamente, he vivido más tiempo fuera de mi provincia que en ella, pero siempre que estuve lejos tenía el deseo de regresar cuanto antes.” 

Entonces, otro de los amigos, devolviendo el mate a quien cebaba, quiso dar su conclusión: “Tiene razón Pablo Raúl Trullenque cuando en la chacarera Para el que ande más lejos, dice con música de Peteco Carabajal: Jamás se aleja del todo de su tierra el santiagueño. Donde vaya, va emponchado de Santiago del Estero.”     

01 de Marzo de 2.022.
 

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