Por Crístian Ramón Verduc
09/08/2022
Dejé mi tierra cantora por conocer otros pagos.

Así dice el poeta Marcelo Ferreyra en su Chacarera para mi vuelta. Dicen que el santiagueño es muy andariego, pero que también es muy volvedor a su pago. Siempre vuelve, aunque sea en el ocaso de su vida; como ave que busca el nido con las últimas luces, vuelve. Si no puede volver físicamente, cada día está volviendo con el pensamiento, por eso dice Ferreyra: “Voy andando los caminos, pero mi alma está en Santiago”. 

En general, el santiagueño no se ha ido enojado con su lugar de origen; no siempre se va acuciado por la necesidad. En muchos casos, el santiagueño se va porque sabe que Tata Yaya le ha dado pies para andar y siente que tiene alas para volar lejos y después volver. Muchos se van por curiosidad, por conocer lo que otros viajeros han conocido. Se van porque deben verlo ellos también, como lo dicen Fernando Almaraz y Don Sixto Palavecino en Chacarera del paisano: “Tanto que lo han ponderado, por fin resolví, por conocer Buenos Aires hasta allá me fui”. 

El emigrado sueña volver próspero, con suficientes medios como para ayudar a su familia y a su terruño a crecer, a tener lo que hay en otros lugares más adelantados. Una vez que consigue un buen medio de vida, comienza a enviar alguna ayuda para los suyos. También suele agruparse en centros de residentes provincianos, los que hacen grandes tincunacus (encuentros) folclóricos para reunirse, tener presente la cultura musical del pago y juntar medios económicos para enviar ayuda, la que puede estar destinada para una posta sanitaria, una escuela, una biblioteca, un club deportivo… lo que sea, con tal de hacer algo por los suyos. 

Algo particularmente emocionante es la partida del paisano que decidió ir a otro pago en busca de su horizonte. No falta quien le diga que es una locura, que eso de ir hacia lo desconocido es insensato, pues en el pago tiene todo y en su ausencia podría perder a alguien sin poder despedirse. Son expresiones bien intencionadas, que ayudan al viajero a confirmar que tiene un lugar seguro a donde volver. 

Otros afectos le dicen que hace muy bien, que debe conocer el mundo mientras su organismo está joven y vigoroso, que eso de quedarse en un mismo lugar es para jubilados; así, la persona que está preparando su viaje tiene que escuchar las más variadas opiniones. También hay quienes no dicen nada y parecen estar observando desde lejos sin mucho interés.  

El viajero piensa que, después de todo, en el pueblo no todas las personas de su edad son sus amistades, que allá lejos ha de conseguir buenos afectos también. Ya ha hecho una escapada hasta la ciudad cercana para comprar el boleto de ida. Ya tiene fecha y horario para la partida. 

Avisa a los afectos más cercanos que va a hacer un asado para despedirse de ellos la noche previa al viaje. Esa noche, se sorprende al ver llegar también a quienes consideraba “conocidos y gracias”, cada uno con algo para agregar a la mesa, así como hicieron familiares y amigos cercanos. La que iba a ser una despedida íntima, termina siendo una alegre guitarreada y baile. Los mayores observan y dicen que es mejor así, que una despedida alegre es más auspiciosa. 

Llega el momento de la partida y el joven viajero está nervioso. Uno de sus tíos llevará al viajero hasta la ciudad en sulky. Es apenas una legua por el callejón. Viven en un pueblo de casas dispersas, algunas con varias centenas de metros de separación. Observa que ni siquiera sus amigos más cercanos se han acercado a saludar, sabiendo que se iría dos horas antes del momento en que el colectivo parará en la cercana ciudad. Piensa que ellos habrán quedado afectados por la mucha bebida de la noche anterior. 

Se despide de sus hermanos, de sus padres y de sus abuelos. A los mayores los saluda muy emocionado, consciente de la posibilidad de que éste sea el último abrazo. Con la visión un tanto nublada, sube al sulky para salir hacia el callejón.  

En la curva del camino, encuentra a sus amigos y conocidos de la noche anterior. Estaban “sombreando” bajo los árboles, esperando para ir en alegre caravana hasta la parada del colectivo. Los cinco kilómetros son devorados por los caballos montados y de tiro, entre los comentarios a viva voz, comentando momentos de la noche anterior entre carcajadas. Como si fuese una competencia, ya aparecen las anécdotas graciosas de tiempos anteriores. Estas alegres conversaciones siguen en la parada del ómnibus hasta que éste aparece a lo lejos. 

La aproximación y llegada del colectivo es el momento de los abrazos y apretones de manos, todos acompañados de frases alentadoras. Los consejos y advertencias fueron dichos por los mayores, en la casa.  

Ya está el joven viajero sentado y el vehículo colectivo comienza a marchar. Se agitan manos y pañuelos, mientras los rostros se ponen hermosos, con una sonrisa adornada por lágrimas.  

El santiagueño es volvedor porque sabe que su pago, su gente, lo recuerda y lo quiere, esté donde esté.     

09 de Agosto de 2022.
 

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