Por Crístian Ramón Verduc
22/11/2022
"Ancha súmaj, Santiago"

(Muy lindo Santiago), decía mientras miraba cómo la ciudad iba hacia atrás por la ventanilla del vehículo. Poco después, ya era monte lo que retrocedía ante la ventanilla; por momentos se veían campos y casas. Así como se veía linda la ciudad, se veían lindos el monte y los campos. Más allá, el hermoso salitral y todo lo bello que puede brindarnos un viaje. 

Hacia la derecha, al Oeste, Inti (el Sol) iba hundiéndose en la Tierra, más allá de los cerros catamarqueños. Poco a poco, las largas sombras de los árboles fueron diluyéndose y la oscuridad vino a tomar su lugar desde el naciente. A esta hora no está Quilla (la Luna) en nuestro cielo; se la ha visto durante la mañana y parte de la tarde, delgadita como una letra C invertida, abriendo paso al Sol. 

Éste podría ser considerado un viaje más de tantos; es un viaje único, al igual que cada uno de los anteriores, pero todos tienen algo en común: La oportunidad de comprobar la vastedad del planeta en que vivimos, la variedad de paisajes y la belleza de cada lugar. Hay otra particularidad de cada viaje: Cada uno de ellos puede ser el último, por diversos motivos, así que este viaje es para disfrutarlo como si fuese el primero y a la vez el último. 

Los viajes nos dejan enseñanzas, por breves que sean; siempre conoceremos algo, veremos algo nunca visto; las bellezas naturales, las ingeniosas obras humanas y las soluciones a diversos problemas están ahí, a la vista; depende de cada persona el saber percibir y valorar lo que hay en la vida, sobre todo cuando nos trasladamos de un lugar a otro. 

Uno va viajando y pensando; mirando el paisaje y recordando. Según la duración y el motivo del viaje, puede ser que uno haga retrospecciones más o menos profundas. En este viaje que, como cualquier otro, podría ser el último, vienen a la memoria las experiencias vividas a lo largo de varios años, apelando a lo mejor de la memoria. 

Como si fuese una obra cinematográfica, aparecen en la mente imágenes y sonidos de bastante tiempo atrás. La infancia, la dulce infancia en un lugar paradisíaco en el que había árboles enormes, casas altas, calles anchas con poco tránsito, pájaros sorprendentes, amigos, hermanos, padres, tíos, abuelos, primos, ocupaciones y preocupaciones que parecían grandes pero que eran mucho menores que lo dimensionado en esa época, como la altura de los edificios de un par de pisos que en ese entonces eran gigantes. 

Después, vino el desarraigo, la primera sensación de paraíso perdido, la sorpresa al descubrir la belleza de lugares muy distintos al mundo conocido, el permanente deseo de volver al pago propio, y el comienzo de la despedida de la infancia al ingresar en la escuela secundaria. Fue una gran alegría el regreso al pago soñado, ya como adolescente con un gran deseo de trabajar y progresar en el paraíso recobrado; pocos años después, como si fuese una obligación, el intento por tener una mejor vida en Buenos Aires, para caer en nostalgias más fuertes, pese a reconocer que allá hay casi todo lo que en el pago falta. 

De regreso al pago dichoso, las posibilidades de progreso parecían menores, pero lo bueno era el poder intentarlo en el pago querido. Los demás viajes y permanencias en lugares lejanos fueron tomando importancia relativa, por la mayor facilidad para volver cada tanto al lugar soñado y la posibilidad de comunicarse a diario. Finalmente, en el ocaso de la vida, el regreso definitivo, para tratar de servir a la Patria Chica de la mejor manera posible, sin esperar paga alguna. Este plan no ha salido como estaba pensando, pero, haciendo un balance, el resultado ha sido, en definitiva, mejor que lo planeado.  

En el pago querido hay mucho por vivir y disfrutar, pero en ciertas situaciones se evidencian algunas carencias. Hay problemas para los que es preciso buscar soluciones en otros lugares, no porque no las haya aquí, sino porque la lógica dice que allá hay mayores posibilidades de éxito. 

La vida está compuesta por una gran cantidad de paisajes que vemos, vivencias por las que pasamos, gente con la que interactuamos; entre esa gente hay quienes nos han caído bien por sus acciones y también gente que puede no habernos agradado. Sea como sea, hemos aprendido de todas las personas a las que hemos conocido de un modo u otro. 

Estos pensamientos pesan en los párpados. Los ojos se van cerrando poco a poco y los razonamientos se hacen difusos. Antes de entrar en el inevitable sueño profundo, el pensamiento de despedida es el final de un poema del mexicano Amado Nervo: “¡Vida, estamos en paz”! 

22 de Noviembre de 2022.
 

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