Reducir su legado a la tesonera labor de difundir su matriz lingüística y musical, es simplificar su vida. Don Sixto Doroteo Palavecino, músico nacido en el paraje Barrancas, supo dar lo mejor de sí para que el quichua santiagueño tenga su lugar en el país y en el mundo, haciéndonos conocer y revalidar la identidad que nos hermana entre americanos, argentinos y santiagueños. 



De sus primeros pasos musicales, el historiador de vivencias populares y ex comisionado de Villa Salavina, Mario Garnica, recuerda que fue don "Conrao" Pérez, uno de los más virtuosos músicos de la zona, reconocido por su particular acento autóctono para ejecutar la música folclórica. 



"Aquí los violines eran generalmente fabricados por los propios paisanos, con cuerda de tripa de cordero, estiraban las tripas, haciéndolas secar, y así sacaban distintas longitudes y espesor, hasta lograr diferentes sonidos y armar los violines. Por supuesto que Don Sixto no era ajeno a esto, yo creo que si no hubiera sido por el violín, don Sixto no hubiera trascendido tanto, y el quichua tampoco", resaltó Garnica, quien no dudó en resaltar que es Don Sixto Palavecino, "nuestra conexión con la América raigal". 



Como recordara el mismo Sixto en una entrevista concedida al músico y periodista Juan Carlos Carabajal, "los músicos de aquella época eran muy capaces. Cuando yo tenía mis 11 años y empecé a hacer mi violincito, ya estaba otro violinero como Pedro don ‘Caceres’, así le decían los quichuistas, así nomás, sin el acento que lleva, como Martin, mi abuelito. Después estaba Tomás Avendaño, quien me vendió o me cambió por un cuchillo el segundo violín que yo tenía, hecha de una guitarra vieja por un carpintero del lugar (…) un gato que él tocaba me quedaba tanto que yo lo he aprendido, entonces a ese gato para que no se pierda, lo hemos llamado con Felipe (Corpos) con el nombre de este hombre, y para que no quede en el olvido, le hemos puesto ‘El Tomás Avendaño’, que es un gato popular…" recordaba Palavecino sobre aquellos viejos músicos que vio nacer en su querida Barrancas natal. 



Su hijo Rubén Palavecino reconoce el tesón de su padre. "Él perduró no sólo porque se destacó en el instrumento, sino porque tenía tal vez más perseverancia. El resto de los violineros tocaba de una manera rústica, en cambio mi papá siempre buscaba perfeccionarse. A la edad de los 13 años ya era músico obligado de todos los rezabailes, carnavales y de todas las fiestas que habían en la zona". 



Según cuenta la historia, en el año 1933, Sixto tuvo que vender una vaca a $25 para comprarse con ese dinero un violín, el primero de los cuatro que usó en su aquilatada carrera como artista. 



A la hora de reconocer su capacidad intuitiva para ejecutar el violín, nadie mejor que el propio Peteco Carabajal para describir sus cualidades. "Yo también fui autodidacta como él. Un día me compré un violín y solito comencé a practicar en casa y de ahí hasta el día de hoy lo que toco, lo toco porque hasta ese nivel llegué por mi cuenta". 



"Don Sixto tuvo un gran intelecto y de mucho valor, porque nunca se revistió de solemnidad. Era un hombre que podía estar en los estrados más importantes con su sabiduría, simpleza y no sólo era que tocaba el violín a lo ‘campi’, sino que era ese su idioma, y tenía todo un mandato que transmitir y lo hizo. Tocaba con un sonido duro y dulce a la vez, como el habla de los quichuistas. En concreto, fue un gran intelectual del pensamiento santiagueño y argentino".

　

(Fuentes: Entrevista a Don Sixto Palavecino. Por Juan Carlos Carabajal, 6 de junio de 1982. Las demás entrevistas fueron realizadas por el autor de la nota Omar Estanciero. Periodista. Nuevo Diario.

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http://www.nuevodiarioweb.com.ar/notas/2013/4/28/violin-expreso-habla-quichuistas-450168.asp